Marias

MARÍAS

Durante toda su vida Jesús siempre tuvo acompañantes, de día, de noche, lluvioso o por muy polvoriento que estuviera el día siempre habían personas dispuestas a pasar cualquier cosa a cambio de pasar tiempo con el maestro.

Muchos eran seguidores, mercaderes, maestros, niños, gente con mucho o con nada.

Todos con la misma esperanza: que un día cualquiera, Jesús refiriera una palabra única y específicamente para ellos; un momento en que no mirara a nadie más sino a ti y te dijera algo alentador quizá respecto a su familia, a lo perdido, a lo que tienes o a lo que sueñas alcanzar. Sin embargo era todo un milagro que Jesús se enfocara en alguien en particular.

Eso solo podía contarlo Bartimeo o Zaqueo o la viuda de Naín o ese selecto grupo de personas a quienes el llamaba discípulos.

Personas que le servían como si el fuera un verdadero rey.

Hacían lo que fuese para servirle con un placer “real” es decir, autentico, sin fingimiento.

O al menos eso parecía.

Pero en esta ocasión quiero enfocarme en un solo nombre que aparece muchas veces en nuestro nuevo testamento. Un nombre que al escucharlo vienen a nuestra mente calificativos como humilde, santa, llena de gracia, también podrían ser palabras como: espíritus inmundos, prostituta, nardo puro, Lázaro o Moisés o lepra, magdalena, llanto o cualquier otra palabra que usemos para asociar a una María

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