Un Ensayo De Teología Supraconfesional Para Masones Latinoamericanos
Enviado por dzeledon • 14 de Abril de 2013 • 4.823 Palabras (20 Páginas) • 463 Visitas
Ante cierta confusión de los espíritus en el mundo contemporáneo, y en particular, entre quienes simpatizan o están afiliados a la Hermandad Masónica de habla hispana, se hace necesario puntualizar algunas cosas que permitirán reorientar las posiciones de muchos hermanos y honestos buscadores de la Verdad.
Recordemos en primer término, que la palabra Teología fue utilizada por Aristóteles y otros grandes filósofos para señalar el campo de estudios que se refiere a Dios y a los dioses. Y que éste mismo filósofo indicaba que Dios era el Primer Motor Inmóvil del Universo, y también que Dios es la Inteligencia Infinita en la cual nuestro espíritu se sumerge en contemplación.
Otros filósofos nos dirán que Dios es el Nous, o la mente suprema. Otros como Plotino, nos enseñarán nociones acerca del Uno, que emanó de si a la Mente Universal, y luego al Alma Universal, y finalmente a la Materia del universo. Sin embargo, a pesar, y en contra de la interpretación racionalista común que se le hace a la filosofía griega, la mayoría de estos grandes, incluidos, Pitágoras, Empédocles, Platón, Plutarco, Zenón de Citio, Apolonio de Tiana, Atenágoras, Parménides, etc: son también MISTICOS, es decir, buscan y logran una visión de Dios con el Ojo único de su espíritu. Eso significa la palabra griega TEORIA (teos=Dios), UNA VISION DE DIOS, DE LOS DIOSES Y DEL UNIVERSO, en su acepción primitiva, no en su interpretación modernista.
Por lo tanto, estos filósofos antiguos no están lejos de lo que los Judíos, los Cristianos y los Musulmanes consideran como Profetas, o más correctamente Nabís o Videntes. Sea dicho de paso, que las antiguas escuelas de misterios, como las conocidas como Misterios de Eleusis y los Misterios Orficos, pretendían no solo efectuar ritos agrarios y de representación de ciclos cósmicos naturales, sino que poner al adepto en contacto directo con seres superiores y realidades hiperfísicas, con los Dioses mismos. Lo mismo pretende hacer Pitágoras con sus discípulos, recordando el contenido de los Versos Aureos. Lo mismo pretenden los adeptos de los misterios de Isis y de Osiris, según nos testimonia Plutarco, quien, además de filósofo pitagórico es sacerdote de Apolo.
Posteriormente, los líderes del mundo cristiano emergente, los padres de la Iglesia, al enfrentarse con la filosofía griega, se apropian del vocablo teología, para exponer una síntesis razonada de su fe. Una fe que no nace de la nada, sino que, al igual que las doctrinas espiritualistas griegas anteriores, nace de EXPERIENCIAS DIRECTAS EN LA LUZ DIVINA, obtenidas por Cristo, los apóstoles, y los profetas. Las cuales deben ser ordenadas, sistematizadas y enseñadas como doctrinas o dogmas en beneficio de quienes, por diversos motivos, no pueden tener acceso a dichas experiencias místicas supraconscientes. De allí surge la necesaria comprensión de que la enseñanza dogmática de las iglesias, cualquiera que fuere su nombre, surge de la caridad y de la consideración a las limitaciones humanas, y no con el ánimo de esclavizar o de oscurecer el espíritu humano.
Lo mismo sucede en el Budismo, en el Hinduismo, en el Taoismo. Pero el que persevera en la meditación y en la oración, y obedece las reglas de la rectitud moral, tarde o temprano tendrá la bendición de ver, con sus propios ojos interiores, las realidades trascendentes luminosas que le han sido enseñadas como dogmas de fe. Esa es la convicción gnóstica de la masonería y de otras instituciones espirituales, rosacruces, herméticas, kabalísticas, sufíes, yóguicas, monásticas contemplativas, etc, a través de los siglos.
Además, muchas doctrinas religiosas son "fijadas" o convertidas en dogmas que deben ser aceptados por la fe, en momentos históricos de crisis espiritual, cuando se observa que la alta calidad de las experiencias místicas o gnósticas de las primeras épocas de propagación de una determinada religión se van debilitando o degradando, y se teme que el acceso a ese plano de luz y de verdad ya no sea posible para las mayorías. Así los últimos representantes de una enseñanza viva y potente intentan salvar ese depósito de revelación por algún tiempo, hasta que un nuevo impulso del Espíritu haga a los hombres capaces de un acceso directo a esas verdades.
No existe, por tanto, en el origen de las cosas teológicas una mala intención o un mal propósito en la redacción de fórmulas dogmáticas. Lo que no impide que en el curso de la historia, por la influencia de las pasiones y de las ambiciones humanas, se pueda instrumentalizar el dogma y la salvación prometida en los textos sagrados para fines innobles de esclavitud humana. Pero el principio original es el vale, no la perversión posterior.
Ahora bien. Antes de que el dogma sea fijado, los videntes, los iniciados, o los maestros iluminados y sus discípulos, cuentan oralmente las historias de sus experiencias sagradas con Dios, y escriben textos inspirados donde se consigna que fue lo que sucedió, interna y externamente, respecto de algún particular encuentro con Dios o con alguna entidad sobrenatural. Recordemos por ejemplo, las experiencias de Abraham, narradas en el Génesis. O las de Moisés en el Sinaí, o las de Noé, o las de el Rey Ezequías y las visiones del Profeta Isaías, los sueños de Salomón, las visiones apocalípticas de San Juan. Y cientos de otras narraciones, piadosamente guardadas e interpretadas por una minoría consciente del pueblo de Israel.
Justamente así nace la llamada Teología Cristiana, en el seno de la minoría intelectual denominada como los padres apostólicos y de los padres de la iglesia, ciencia sagrada que se define como un estudio racional de los textos de la revelación, ayudado por los conceptos de la filosofía griega que le sean compatibles.
En los primeros siglos la teología judeo-cristiana se vincula poderosamente al Platonismo y al Estoicismo, que le son afines. Más tarde, desde el año 1200 en adelante, por influencia de los escritos teológico-filosóficos de Averroes y de Maimónides, la teología cristiana se apoya en los criterios de Aristóteles. Ese es el inmenso trabajo que asumen Santo Tomás de Aquino y su escuela.
Y también, por esa misma época nacen en Europa los movimientos kabalísticos, a partir de la publicación del famoso libro del Zohar, del Bahir, y otros famosos documentos de la mística judía, lo cual no deja de influir en autores del mundo intelectual creyente, que termina uniendo momentáneamente (por unos dos siglos, el s. XVI y XVII) a la teología con la kábalah.
Así surgen el Abad Jean Trithemius, Pico de Mirándola, Juan Reuchlin, Henrich Cornelius Agrippa, Giovanni Agostino Panteo, el cardenal Gilles de Viterbo,
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