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Ensayo De Arquitecto


Enviado por   •  20 de Mayo de 2015  •  2.383 Palabras (10 Páginas)  •  246 Visitas

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Acciones de Documento Arquitectura, Arquitectura del Paisaje y Urbanismo: Una visión integradora

El autor propone examinar desde una perspectiva filosófica a la Arquitectura, a la Arquitectura del Paisaje, y al Urbanismo, reivindicando al Hombre como eje y sentido. Así, pues, estas disciplinas son vistas como expresiones del fenómeno humano en su realidad existencial, llevando impresas en sí las huellas de la humanidad, y siguiendo el paso de su transitividad.

Arquitectura, Arquitectura del Paisaje y Urbanismo: Una visión integradora

No consiste en exponer aquí nuestro saber que se cristalice en lo obtenido y consumado. Muy por el contrario. Adhiriendo a una vocación por la búsqueda del traspasamiento, una forma de elevación como superación temporal, hemos de anteponer preguntas a nuestros supuestos que se dan como respuestas. Nada hay por concluido, sino un abrir de lo que recién empieza. Nada en el hombre puede ser visto como un sistema cerrado y envuelto, cuando su propia existencia se desata y despliega en un proceso circular atravesado por la instancia de lo trascendente. Esa búsqueda legítima es la trinitaria armonía y síntesis de la realidad humana.

Esta visión nos convoca al encuentro. Y demos a esta palabra su verdadero e inexcusable sentido de asumir una toma de posición que permita superar los des-encuentros. Al respecto, la doctrina axiológica e integradora de Miguel Herrera Figueroa, vuelve a recuperar esa unidad desenvuelta en torno a la existencia para constituirla en la meta humana por excelencia, ahora posible al concebir el valor como desafío, llamado y meta.

Instancias siempre presentes, pero prevalecientes en forma disímil, logra distinguir tres zonas, o aspectos, en que se desarrolla el ser humano: el hecho, el valor y la norma. Vida, valor y verdad. Materia, espíritu y razón. Reivindica al hombre como centro y fuente, abarcando la totalidad vivida como uno, con un rechazo a la compartimentación, reduccionismo y dicotomización de la realidad.

Pero ese ser, hombre concreto, tiene carácter transitivo: se trata de un poder-ser, tránsito-a, denotando una futuridad. Por lo tanto, ese dasein se abre cubriendo toda la realidad existencial.

En ella hallamos, y nos-encontramos, con la arquitectura, la arquitectura del paisaje y el urbanismo, como expresiones del fenómeno humano. Pero antes de introducirnos en el tema propuesto, eje de nuestro compromiso existencial, conviene señalar lo siguiente:

1°) Resultaría absurdo pretender encasillar esa realidad humana que se desenvuelve desde aquellos tres aspectos, permanentemente interactuantes, en sólo uno de ellos, como si fueran lugares impenetrables y estancos. Acaso si pudiéramos desprendernos de la ciencia y de la técnica para concebir el arte; o del arte y la técnica para encerrar a la ciencia. No podríamos imaginar tampoco una ciencia desprovista del arte y de la técnica, de ese saber-hacer. Recuperemos al apotegma trialista (Trinus et unus) y reconozcamos su carácter indisoluble, irreducible e indivisible.

2°) Todo hacer-humano, si bien es espontáneo y de un instante, cuando es terminado tiene impresas en sí las huellas de la humanidad íntegra y para su comprensión se hace necesario una revisión estricta del desarrollo del hombre como hacedor de su obra.

3°) Todo proyecto de Arquitectura, de Arquitectura del Paisaje y de Urbanismo, conlleva -en palabras de Humberto Bono- un “proyecto existencial”, proyecto que se desliza en la temporalidad del ser, y como exteriorización de ciertos contenidos que revelan plenamente la naturaleza del alma. Se trata aquí de una orientación simbólica que subyace en nuestras acciones y productos. En esa manifestación a quien nadie puede poner freno, y que es búsqueda y comunicación, explicación y acercamiento. No resulta esta conciliación ni arbitraria ni antojadiza: siempre lo simbólico, lo misterioso tentó la psique humana. De más no está recordar toda esa producción de arquitectura sacra, religiosa, que mostraron todos los pueblos en todos los tiempos. Y aún ciudades enteras destinadas a honrar a sus dioses.

No será difícil ver, por ejemplo, en esas catedrales góticas del siglo XII que se desprenden como estalactitas hacia los cielos, un acercamiento al sitial de Dios y un sentimiento de elevación espiritual. O en los monumentos eclesiásticos del Renacimiento del siglo XV y siguientes, con sus fastuosas cúpulas semiesféricas, una suerte de visión hacia sí mismo[1].

Examinar una arquitectura, un paisaje por donde haya dado su paso el hombre, o un simple hecho urbano, podrá revelarnos asombrosamente su modo de actuar, de sentir, de relacionarse, de amar. Su historicidad haciéndose. Ellos nos dirán de su futilidad y de su trascendencia. Esta es, de algún modo, la tarea del arqueólogo que intenta reconstruir un trozo de su pasado para comprender un presente y lanzarse hacia el devenir. Y es también, sin dudas, la tarea del arquitecto cuando proyecta su obra, integrando y sintetizando en un plano las funciones biótico-vitales, ergonómicas y orgánicas; los fenómenos espirituales, donde se expresan los valores estéticos, solidarios, político-sociales, etc.; y, finalmente, los fenómenos cognoscitivos, lo teorético, lo histórico que los condiciona.

El eje de su hacer es el Hombre, a partir del cual se desenvuelve y concretizan los niveles de su creación. No se trata de adecuar esa existencia humana a lo construido, sino, por el contrario, configurar la obra en proyecto a su modo de actuar, sentir y pensar, “tejidos en la madeja de su creatividad”. Creando, o recreando el clima de libertad que le es propia, porque le pertenece. Sin detenerse postradamente en ese hombre biológico, que nos daría una obra bruta, apenas funcional, que adolecería de la mismidad de lo humano, sin valores y de un materialismo grosero. Por eso, solemos decir que donde el común queda constreñido en el dualismo renacentista de la interioridad-exterioridad, el arquitecto des-cubre el humanismo transponiendo el muro de la cosificación y del mero racionalismo, iluminando la esfera de la abstracción, del subjetivismo, de los valores sólo apreciables desde el espíritu.

Acaso, ¿dónde hallamos en nuestra razón o en nuestro aparato óptico la percepción de los bello, lo justo, lo sublime? Esta captación y ponderación de los aspectos que superan lo utilitario, lo funcional y materialista es lo que hace al rasgo fundamental de la

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