Ensayo De Miller Biogenesis
Enviado por walterovalle • 19 de Febrero de 2014 • 1.296 Palabras (6 Páginas) • 247 Visitas
Un ensayo es una mezcla entre el arte y la ciencia (es decir, tiene un elemento creativo –
literario- y otro lógico –de manejo de ideas-). En esa doble esencia del ensayo (algunos
hablarán por eso de un género híbrido) es donde radica su potencia y su dificultad. Por
ser centauro – mitad de una cosa y mitad de otra- el ensayo puede cobijar todas las áreas
del conocimiento, todos los temas. Sin embargo, sea el motivo que fuere, el ensayo
necesita de una “fineza” de escritura que lo haga alternativamente literario.
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Un ensayo no es un comentario (la escritura propia de la opinión) sino una reflexión,
casi siempre a partir de la reflexión de otros (esos necesariamente tienen que estar
explícitos, aunque, por lo general, se los menciona a pie de página o en las notas o
referencias). Por eso el ensayo se mueve más en los juicios y en el poder de los
argumentos (no en opiniones gratuitas), en el ensayo se deben sustentar las ideas. Mejor
aún, la calidad de un ensayo se mide por la calidad de las ideas, por la manera como las
expone, las confronta, las pone en consideración.
Si no hay argumentos de peso, si no se han trabajado de antemano, el ensayo cae en
mero parecer, en la mera suposición.
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Un ensayo discurre. Es discurso pleno. Los buenos ensayos se encadenan, se engarzan
de manera coherente. No es poniendo una idea tras otra, no es sumando ideas como se
compone un buen ensayo; es tejiéndolas de manera organizada; jerarquizando las ideas,
sopesándolas (recordemos que ensayo viene de “exagium”, que significa, precisamente,
pesar, medir, poner en la balanza). Si en un ensayo no hay una lógica de composición;
así como en la música, difícilmente los resultados serán aceptables. De allí también la
importancia de un plan, de un esbozo, de un mapa-guía para la elaboración del ensayo.
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En tanto que discurso, el ensayo requiere del buen uso de los conectores (hay que
disponer de una reserva de ellos); los conectores son como las bisagras, los enganches
necesarios para que el ensayo no parezca desvertebrado. Hay conectores de relación, de
consecuencia, de causalidad; los hay también para resumir o para enfatizar. Y a la par
de los conectores, es indispensable un excelente manejo de los signos de puntuación.
Gracias a la coma y al punto seguido..., es como el ensayo respira, tiene un ritmo una
transpiración. Es el conocimiento inadecuado o preciso de los signos de puntuación lo
que convierte a nuestros ensayos en monótonos o livianos, interesantes o densos. Ágiles
o farragosos.
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Hay dos grandes tipos de ensayos: uno, línea Montaigne (puede leerse, por ejemplo,
“De cómo filosofar es aprender a morir”, “De la amistad”, “De los libros”); y otro, línea
Bacon (léanse, al menos dos: “De los estudios”, “De las vicisitudes de las cosas”). En
primer caso, el ensayo es más subjetivo, abunda la citación –de manera muy propia-; en
el segundo, el ensayo es más objetivo, y no hay ninguna referencia explícita, o son muy
escasas. Tanto Montaigne como Beacon son maestros para desarrollar las ideas. Tanto
uno como otro hacen lo evidente, profundo; lo cotidiano, sorprendente. Ambos emplean
a otras voces, ambos recurren al pasado –a otros libros- para exponer sus puntos de
vista. Ambos emiten un juicio: se aventuran a exponer su pensamiento. Es importante
releer a estos dos autores fuera de ser goce y un reencuentro con la buena prosa, son
ensayos-modelo, aprovechables por cualquiera que desee aprender o perfeccionar su
escritura ensayística. En el mismo sentido, deberíamos apropiarnos de la creación
ensayística de Emerson y Chesterton, recomienda una y otra vez por Jorge Luis Borges.
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Otros ensayos exquisitos son los escritos por Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña.
Un mexicano y un dominicano. Ensayos de peso, con profundidad y, sobre todo,
realizados con todos los recursos literarios y el poder de la imaginación. Quien que haya
leído, “Notas sobre la inteligencia americana” de Reyes, o “Seis ensayos en busca de
nuestra expresión” de Ureña, no ha sentido como una revelación de la escritura ponente,
de la escritura gestora de mundos. Hay una “marca de estilo” en estos dos ensayistas,
una “impronta” personalísima, que pone al ensayo en el mismo nivel del cuento o el
poema,. Cuando uno lee los ensayos de Reyes o de Ureña, los que lee –además de un
pensamiento vigoroso-
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