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Enviado por   •  30 de Noviembre de 2012  •  829 Palabras (4 Páginas)  •  322 Visitas

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LOS SANGURIMAS

PRIMERA PARTE

El tronco añoso

I. El origen

Nicasio Sangurima, el abuelo, era de raza blanca, casi puro.

Solía decir:

—Es que yo soy hijo de gringo.

Tenía su pelo azambado, revuelto en rizos prietos, como si por la cabeza le corriera siempre un travieso ciclón; pero era cabello de hebra fina, de un suave color flavo, como el de las mieles maduras.

—Pelo como el fideo cabello de ángel, que venden en las pulperías, amigo. ¡Cosa linda!

De esa mata de hilos ensortijados, las canas estaban ausentes. Por ahí, en esa ausencia, denotaba su presencia remota la raza de África.

Pero don Nicasio lo entendía de otra manera:

—¿Pa qué canas? Las tuve de chico. Ahora no. Yo soy de madera incorruptible. Guachapelí, a lo menos.

Tras los párpados abotargados, enrojecidos, los ojos rasgados de don Nicasio mostrábanse realmente hermosos. Su pupila verdosa, cristalina, poseía el tono tierno de los primeros brotes en la caña de azúcar. O como la hierba recién nacida en los mangales.

Esos ojos miran con lenta dulzura, plácidos y felices.

Cuando joven, cierta vez, en Santo Domingo de los Colorados, una india bruja le había dicho a don Nicasio:

—Tienes ojos pa un hechizo.

Y don Nicasio repetía eso, verdadero o falso, que le dijera la india bruja, a quien fuera a buscar para curarlo de un mal secreto.

Y se envanecía con ello.

—Aquí donde me ven, postrado, jodido, sin casi poderme levantar de la hamaca, cuando mozo hacía daño... Le clavaba los ojos a una mujer... y ya estaba... No le quedaba más que templarse en el catre. ¡Hacía raya, amigo! ... Me agarraron miedo... ¡Qué monilla del cacao ...! Yo era pa peor...

A pesar del sol y de los vientos quemadores, quedaba en su piel un fondo de albura, apreciable todavía bajo las costras de manchosidad, como es apreciable en los turbios de las aguas lodosas el fondo limpio de la arena.

Y su perfil se volteaba, en ángulo poco menos que recto, sobre la nariz vascónica, al nivel de la frente elevada.

—Es que soy hijo de gringo, pues. ¿No creen?

—¿Y cómo que se llama Sangurima entonces, ño Nicasio?

Sangurima es montuvio, no gringo. Los gringos se mientan Jones, se mientan Juay; pero Sangurima no.

—Que ustedes no saben. Claro, claro. Llevo el apelativo de mi mama. Mi mama era Sangurima. De los Sangurimas de Balao.

—¡Ah...!

II. Gente de bragueta

—Gente brava, amigo. Los tenían bien puestos, donde deben estar. Con los Sangurimas no se jugaba naidien.

Fijaba en el vacío su mirada de ojos alagartados y melancólicos, atrayendo recuerdos perdidos.

Gente de bragueta, amigo. No aflojaban el machete ni pa dormir. Y por cualquier cosita... ¡vaina

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