Polimeros

l desierto, el coyote, la sed, la familia abandonada, la muerte, es lo que se respira en el túnel que transitan los migrantes, los mojados, los que se van “al otro lado”. Un túnel que a veces no tiene salida. Los hemos visto, los conocemos, tenemos un familiar, un relato, una historia de éxito o fracaso, un olvido, una lejanía.

Una vez que se pone un pie en la tierra prometida, en el país de las oportunidades, lo que sigue es lo dicho por el personaje de Demián Bichir en la película Una vida mejor (A better life): hay que volverse invisible. Trabajar, obedecer, no pasarse un alto, no intervenir en ninguna riña, no alzar la voz, tener las cortinas cerradas. Como el aforismo de Elías Canetti (un escritor exiliado): “Ver a través de las personas hasta que en verdad desaparezcan”.

Las jornadas tienen un orden perfecto: lavar platos, arreglar jardines, subirse a palmeras con la preocupación de los dueños: ¿está asegurado, no tienen elevador? Ahorrar dinero, enviarlo a la familia, mirar con temor a las patrullas. Los que se fueron llevan consigo fragmentos de su país: la comida, la música de Antonio Aguilar, la charrería. “¿Te acuerdas de la canción que te cantaba tu mamá?”, pregunta el migrante a su hijo, cobijados por la música del país extrañado y perdido.

Una vida mejor es el relato de la obcecación, de la persistencia de un luchador. Al no haber opciones, el hombre arrojado de su país tiene que enfrentarse al rechazo, la discriminación, la brutalidad de ciudadanos ignorantes. La tierra labrada por extranjeros cierra sus puertas al extraño. Viven su sinrazón, sus paradojas. La revista Newsweek publicó la semana pasada (6 de febrero) sobre el tema migratorio en Alabama: “Lo único que ha logrado la represión es hacer que la gente se vuelva más invisible”.

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