3. CONSECUENCIAS PARA EL TRABAJO DE PROFESOR
Enviado por mory • 27 de Julio de 2011 • 1.673 Palabras (7 Páginas) • 946 Visitas
: Formar competencias reales durante la etapa escolar general supone una
transformación considerable de la relación de los profesores con el saber, de
sus maneras de «hacer clases» y, a fin de cuentas, de su identidad y de sus
propias competencias profesionales.
Se puede considerar, con Meirieu [1990 b], que nos encaminamos hacia
una nueva profesión, en que el desafío es hacer aprender más que enseñar.
El enfoque por competencias añade a las exigencias de la centralización en
el alumno la pedagogía diferenciada y los métodos activos, ya que éste
también invita firmemente a los profesores a:
- considerar los saberes como recursos para movilizar;
- trabajar regularmente a través de problemas;
- crear o utilizar otros medios de enseñanza;
- negociar y conducir proyectos con los alumnos;
- adoptar una planificación flexible e indicativa, improvisar;
- establecer y explicitar un nuevo contrato didáctico;
- practicar una evaluación formadora, en situaciones de trabajo;
- dirigirse hacia una menor separación disciplinaria.
Examinemos más de cerca las implicaciones de cada uno de estos
componentes, analizados aquí según las condiciones de creación de
competencias verdaderas desde la escuela.
TRATAR LOS SABERES COMO RECURSOS PARA MOVILIZAR
Un «simple erudito», incapaz de movilizar sus conocimientos de manera
apropiada será, frente a una situación compleja, que exige una acción
rápida, casi tan inútil como un ignorante. Un enfoque por competencias
precisa el lugar que ocupan los saberes eruditos o no en la acción: estos
constituyen recursos a menudo determinantes para identificar y resolver
problemas, preparar y tomar decisiones. Sólo son válidos si están
disponibles en el momento adecuado y logran «entrar en fase» con la
situación. No se trata de exponer sabiamente, con toda tranquilidad, todo lo
que se habría podido hacer, reflexionando calmadamente, recordando de
manera metódica los conocimientos olvidados y consultando gruesos libros,
sino de decidir en las condiciones efectivas de la acción, con informaciones
incompletas, a veces urgentemente o bajo estrés, teniendo en cuenta
compañeros poco cooperativos, condiciones poco favorables e
incertidumbres de todo tipo.
Cuando los profesores enseñan, actúan de esa manera. ¿Lo saben? En la
práctica, ¿no dan acaso la preferencia a una acción reflexiva, dictada por el conocimiento y la razón? Cuando se analiza lo no-dicho, la improvisación,
los trabajos (manualidades), el malabarismo en su acción [Perrenoud,
1994, 1996 c], algunos se reconocen, otros se resisten fuertemente y
encuentran que esta representación es desvalorizadora: «¿Miedo yo?
¡Jamás! Siempre sé lo que hago, preparo mis cursos, sigo mi plan, no me
dejo desorientar o sobrepasar, contengo las peticiones de los alumnos,
domino las situaciones, avanzo como estaba previsto en mi programa, sin
precipitación ni pánico, evalúo serenamente, capítulo por capítulo.»
La comedia del dominio impide a los profesores saber lo que realmente
hacen y construir una imagen realista de sus propias competencias
profesionales. Esto los priva de las claves para representarse la naturaleza,
la génesis y el empleo de competencias en los alumnos. Si los profesores
estiman que actúan, en clases, esencialmente gracias a sus saberes ya la
razón, ¿cómo adherirían a la idea de que desarrollar competencias no
equivale pura y simplemente a asimilar saberes?
Así mismo, cuando los profesores aceptan la idea de competencia,
algunos pueden sentirse, primero, responsables de dar conocimientos
básicos a sus alumnos, considerando que deben adquirirlos antes de
movilizarlos en una situación según una progresión metódica y organizada
en el «texto del saber». ¿No es ésta la única vía de acceso a saberes
coherentes y completos? Los profesores acostumbrados a un enfoque
disciplinario no creen, en efecto, poder «transmitir su materia a través de
un problema», mientras que toda la tradición pedagógica los lleva a dar
autonomía a la exposición de los saberes y a concebir las situaciones de
empleo como simples ejercicios de comprensión o de memorización de
saberes previamente enseñados en un orden “lógico”.
La formación de competencias exige una pequeña «revolución cultural»
para pasar de una lógica de la enseñanza a una lógica de la capacitación
(coaching) basada en un postulado bastante simple: las competencias se
crean frente a situaciones que son complejas desde el principio. Es así como
las facultades de medicina al optar por el aprendizaje por problemas
prácticamente han renunciado a los cursos ex-cátedra. A partir del primer
año, los alumnos se enfrentan a verdaderos problemas clínicos, que los
obligan a buscar las informaciones y los saberes, por lo tanto, a identificar
los recursos que les faltan ya adquirirlos para volver a tratar la situación
mejor armados. La tarea de los profesores no es, entonces, improvisar
cursos. Esta tiene por objeto la regulación del proceso y, en los niveles
superiores, la creación de problemas de complejidad creciente. Ahí se
encuentra la mayor inversión: se ve que éste remite a otra epistemología y
a otra representación de la creación de saberes en la inteligencia humana.
Hoy, a pesar de más de un siglo de movimientos de escuela nueva y de
pedagogías activas, a pesar de varias décadas de enfoques constructivistas,
interaccionistas y sistémicos en ciencias de la educación, los modelos de
transmisión y asociación conservan su legitimidad y, a menudo, ocupan un
lugar importante.
Hay que entender que no se trata de renunciar a toda enseñanza
«organizada». Se puede imaginar muy bien la coexistencia
armoniosa de dos lógicas, siempre y cuando no se olvide que la
lógica de la enseñanza es, por naturaleza, imperialista, que ésta
nunca tiene tiempo suficiente para exponer «el mínimo de lo que es
necesario saber antes de actuar.» Esto lleva a los cursos clásicos de medicina a
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