62 Modelo Para Armar
Enviado por milincue • 23 de Mayo de 2012 • 79.952 Palabras (320 Páginas) • 545 Visitas
JULIO
CORTÁZAR
62 / modelo
para
Armar
ALFAGUARA
B I B L I O T E C A C O R T A Z A R
62 /Modelo para armar
(1968) es la realización de una
idea de novela esbozada por Morelli
(una suerte de doble del propio
Cortázar) en el capítulo 62 de Rayuela
Liberada de la causalidad psicológica
y de las limitaciones de tiempo y espacio,
la narración transcurre
indistintamente en París, en Londres o
en Buenos Aires. Escrita con precisión
de relojero y la inteligencia y el humor
incomparables de Cortázar, esta
novela lleva al extremo uno de los
proyectos más ambiciosos y originales
de la literatura en lengua española.
ALFAGUARA
B I B L I O T E C A C O R T A Z A R
© 1968, julio Cortázar y Herederos de Julio Cortázar
© De esta edición:
1995, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A.
Beazley 3860 - 1437 Buenos Aires
• Santillana S.A.
Juan Bravo 38. 28006 Madrid
• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. de C.V.
Avda. Universidad 767, Col. del Valle,
México, D.F. C.P. 03100
• Editorial Santillana S.A.
Carrera 13 N° 63 - 39, Piso 12
Santaíé de Bogotá - Colombia
• Aguilar Chilena de Ediciones Ltda.
Pedro de Valdivia 942, Santiago
• Editorial Santillana S.A. (ROU)
Javier de Viana 2350 - (11200) Montevideo
ISBN: 950-511-203-3
Hecho el depósito que indica la ley 11.723
Diseño de cubierta: Julio Silva
Impreso en Argentina. Printed in Argentina.
Primera edición: Setiembre de 1995
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ALFAGUARA
Una editorial del GRUPO SANTILLANA que edita en Argentina,
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Perú, Portugal, Puerto Rico, República Dominicana,
Uruguay y Venezuela.
No serán pocos los lectores que advertirán aquí diversas transgresiones a
la convención literaria. Para no citar más que algunos ejemplos, los
personajes argentinos pasan del voseo al tuteo cada vez que le conviene
al diálogo; un londinense que tomaba sus primeras lecciones de francés se
pone a hablarlo con sorprendente soltura (para peor en versión española)
apenas ha cruzado el Canal de la Mancha; la geografía, el orden de las
estaciones del subterráneo, la libertad, la psicología, las muñecas y el
tiempo dejan evidentemente de ser lo que eran bajo el reino de Cynara.
A los posibles sorprendidos les señalo que, desde el terreno en que
se cumple este relato, la transgresión cesa de ser tal; el prefijo se suma a
los varios otros que giran en torno a la raíz gressio: agresión, regresión y
progresión son también connaturales a las intenciones esbozadas un día
en los párrafos finales del capítulo 62 de Rayuela, que explican el título de
este libro y quizá se realizan en su curso.
El subtítulo “Modelo para armar” podría llevar a creer que las
diferentes partes del relato, separadas por blancos, se proponen como
piezas permutables. Si algunas lo son, el armado a que se alude es de otra
naturaleza, sensible ya en el nivel de la escritura donde recurrencias y
desplazamientos buscan liberar de toda fijeza causal, pero sobre todo en
el nivel del sentido donde la apertura a una combinatoria es más
insistente e imperiosa. La opción del lector, su montaje personal de los
elementos del relato, serán en cada caso el libro que ha elegido leer.
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“Quisiera un castillo sangriento”, había dicho el comensal gordo.
¿Por qué entré en el restaurante Polidor? ¿Por qué, puesto a hacer esa
clase de preguntas, compré un libro que probablemente no habría de
leer? (El adverbio era ya una zancadilla, porque más de una vez me había
ocurrido comprar libros con la certidumbre tácita de que se perderían
para siempre en la biblioteca, y sin embargo los había comprado; el
enigma estaba en comprarlos, en la razón que podía exigir esa posesión
inútil.) Y ya en la cadena de preguntas: ¿Por qué después de entrar en el
restaurante Polidor fui a sentarme en la mesa del fondo, de frente al gran
espejo que duplicaba precariamente la desteñida desolación de la sala? Y
otro eslabón a ubicar: ¿Por qué pedí una botella de Sylvaner?
(Pero esto último dejarlo para más tarde; la botella de Sylvaner era quizá
una de las falsas resonancias en el posible acorde, a menos que el acorde
fuese diferente y contuviera la botella de Sylvaner como contenía a la
condesa, al libro, a lo que acababa de pedir el comensal gordo.)
Je voudrais un château saignant, había dicho el comensal gordo.
Según el espejo, el comensal estaba sentado en la segunda mesa a
espaldas de la que ocupaba Juan, y así su imagen y su voz habían tenido
que recorrer itinerarios opuestos y convergentes para incidir en una
atención bruscamente solicitada. (También el libro, en la vitrina del
boulevard Saint-Germain: un repentino salto adelante de la portada
blanca NRF, un venir hacia Juan como antes la imagen de Hélène y ahora
la frase del comensal gordo que pedía un castillo sangriento; como ir a
sentarse obedientemente en una mesa absurda del restaurante Polidor, de
espaldas a todo el mundo.)
Desde luego Juan debía ser el único parroquiano para quien el
pedido del comensal tenía un segundo sentido; automática, irónicamente,
como buen intérprete habituado a liquidar en el instante todo problema
de traducción en esa lucha contra el tiempo y el silencio que es una cabina
de conferencias, había hecho trampa, si cabía hablar de trampa en esa
aceptación (irónica, automática) de que saignant y sanglant se equivalían y
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que el comensal gordo había pedido un castillo sangriento, y en todo caso
había hecho trampa sin la menor conciencia de que
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