ADOLESCENTE

Una característica fundamental que diferencia al hombre de las otras especies animales es que entre su nacimiento y el logro de su plena madurez debe transcurrir un largo período de crecimiento y aprendizaje.

En ese sentido, dentro de ese desarrollo vital, la adolescencia es un período que tiene sus antecedentes en la infancia y tiene consecuencias en la vida adulta posterior. Así pues, la adolescencia consiste en un proceso de transición. Sin embargo, es indudable que los cambios que ocurren en este momento, se dan en una proporción acelerada y, cualitativamente, se asiste al desarrollo de una nueva organización de la personalidad psicológica y social, acompañada de nuevas necesidades, motivos, capacidades e intereses. Por esta razón, puede resultar útil hablar de la adolescencia como un período diferenciado, dentro del ciclo vital del ser humano, sus conductas en el ámbito social.

Cabe destacar, que la adolescencia comienza con la pubertad, con una serie de rápidos cambios fisiológicos que desembocan en la plena maduración de los órganos sexuales y la capacidad para reproducirse y relacionarse sexualmente.

Por tanto, los cambios biológicos marcan el inicio de la adolescencia, pero ésta no se reduce a ellos, sino que se caracteriza además por significativas transformaciones psicológicas y sociales.

Seguidamente, la adolescencia es un momento de búsqueda y consecución de la identidad personal. Esta identidad es de naturaleza psicosocial y contiene importantes ingredientes de naturaleza cognitiva. El adolescente se juzga a sí mismo de la misma forma de cómo es percibido por los otros, y se compara con ellos. Estos juicios pueden ser conscientes o inconscientes, que da lugar a una conciencia de identidad exaltada, pero nunca afectivamente neutra.

La socialización es el proceso de aprender a adaptarse a las normas, costumbres y tradiciones del grupo. La persona bien socializada se halla envuelta en un sentido de identidad y cooperación.

El desarrollo social del adolescente se inicia en la infancia, ya que la familia constituye en mejor agente socializador. A partir de ella, el niño desarrolla normas de conducta en sus relaciones con los demás, que son un reflejo de las que rigen en su familia.

Así mismo, en la adolescencia los espacios donde son posibles las interacciones sociales se expanden, mientras que se debilita el núcleo familiar. La potestad respecto a la familia no se produce por igual en todos los adolescentes; la vivencia de esta situación va a depender mucho de las prácticas en la familia. Junto a los deseos de independencia, el adolescente sigue con una gran demanda de afecto y cariño por parte de sus padres, y estos a su vez continúan ejerciendo una influencia sobre sus hijos. Paralelamente, el adolescente establece lazos más estrechos con el grupo de compañeros. En primer lugar, se relacionan con personas del mismo sexo,

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