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ANÁLISIS FUNDAMENTALES SOBRE LA DECISIÓN DIRECTIVA


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2013  •  1.666 Palabras (7 Páginas)  •  342 Visitas

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ANÁLISIS FUNDAMENTALES SOBRE LA DECISIÓN DIRECTIVA

La real eficacia de la práctica directiva no reside sólo en pensar con claridad y acierto, sino en la capacidad de decisión. La capacidad de decidir es una cualidad requerida por la voluntad, en virtud justo de la libertad de que goza.

La capacidad de ejercicio de la libertad está en último término, potencialmente contenida en la voluntad.

Cuando se habla de la capacidad de decisión como imprescindible para la acción directiva, suele pensarse en la capacidad de decidir bien (esto es, de decidir con acierto). Para nosotros, no se trata exactamente de lo mismo. El acierto no puede decidirse: Es posterior a la decisión y consecuencia de ella. El acierto puede predecirse relativamente en el entendimiento. Pero, supuesto que trata de una predicción relativa e insegura (incierta), la voluntad ha de decidir; y debe tener la capacidad de hacerlo.

En el acto de la decisión tienen que intervenir, quiérase o no, determinados valores personales. La decisión no es el producto de una labor deductiva, a partir de unas premisas científicamente establecidas. No es un cometido científico que, por serlo, como quería Max Weber, debería partir de un conocimiento exento de valoraciones. Nada tenemos que objetar a la opinión de que la “pasión”, si cabe hablar así, que preside a la ciencia, sea la pasión de la objetividad, del ver sin ilusiones ni deseos, con tal de que no quiera extenderse esta aspiración a las decisiones de carácter directivo. Aquí, si no hay ilusiones ni deseos, si se lograra una radical exención de convicciones personales, no habría lugar a decisión alguna, pues las razones objetivas sobre las que tal decisión se asienta, no son determinantes de suyo. En la decisión, han de intervenir necesariamente factores subjetivos de toda índole, propios del sujeto, y no derivados sólo del objeto de la decisión.

No pocas teorías sobre el hombre y las organizaciones se basan, justamente, en esa pretensión imposible: Intentar desprenderse de las valoraciones subjetivas, ciñéndose a una actitud impersonal. A esta pretensión, debemos hacer dos observaciones importantes:

Primera. Esta actitud impersonal es fruto de una decisión y, por tanto, un acto profundo de una personalidad que decide comportarse así. En términos del pensador Karl Jaspers, mantenerse en la “consciencia en general” (científica), es una decisión que se realiza desde la “consciencia absoluta” (existencial). La voluntad de atenerse a una objetividad impersonal, a un saber despersonalizado, deriva, paradójicamente, de una decisión personal.

Segunda. Esta actitud de objetividad, aun siendo fruto de una decisión existencial personal, es posible y deseable en el conocimiento científico y en el conocimiento prudencial, porque por medio de ellos se trata, justamente, de comprender la realidad tal como de hecho se da. La objetividad es la condición de posibilidad de todo conocimiento verdadero, sea de carácter científico (leyes universales), sea de carácter prudencial (diagnóstico de los hechos particulares). Pero no pueden confundirse el conocimiento y la decisión. De ahí que la acción humana deba tener una ambivalencia de actitud frente a estos dos actos -conocimiento y decisión-, de diversa naturaleza. Pues se debe ser objetivo al conocer la realidad, pero no se puede ser objetivo al decidir cambiarla. La decisión de una acción sobre la realidad, arranca de un Ich, un yó concreto, que persigue un bien elegible. Y en la elección del bien, interviene necesariamente la subjetividad propia del que elige, de acuerdo con las propias perspectivas personales. Estas perspectivas no pueden someterse a un análisis científico, por indemostrables, pues son -de suyo- ajenas al saber objetivo, aunque puedan derivar de él.

Es inútil pretender que la decisión, como en el caso del conocimiento, tenga un origen impersonal (si el conocimiento ha de regirse básicamente por la fidelidad al ser objetivo, la decisión se regulará, también básicamente, por la fidelidad al ser personal del que decide). La decisión arranca de la fidelidad personal consigo mismo. Cuando alguien quiere actuar apoyándose en el anonimato, se agota en la necesaria búsqueda de subterfugios racionales: “Subterfugios”, porque nunca son razones del todo suficientes. Las decisiones, pues, no son el fruto o la consecuencia de un desgajamiento de los valores personales: Son éstos, precisamente, los que inclinan la balanza ante las alternativas de acción. Uno de estos valores personales, es el sentido total sobre la existencia que sustente el sujeto que decide. Y uno de los deberes fundamentales del hombre que toma decisiones es, en primer lugar, el de reflexionar sobre su propio sentido de la vida, que influye -quiéralo o no- en las decisiones que toma sobre realidades aparentemente inocuas, desde un punto de vista existencial.

Lo que hemos mencionado, tiene contraste con la postura llamada “idealista” o “racionalista”, la cual afirma que hay procedimientos meramente racionales que nos obligan a tomar una decisión en vez de otra, de modo necesario.

El

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