Altar Poblano
Enviado por 9122501150677 • 15 de Abril de 2014 • 4.050 Palabras (17 Páginas) • 213 Visitas
* Costumbres milenarias se entrelazan con ideas coloniales y modernas
* Puebla. “Decían los antiguos que cuando morían los hombres no perecían sino que de nuevo comenzaban a vivir, casi despertando de un sueño”, palabras de Fray Bernardino de Sahagún al referirse a las tradiciones del culto a los muertos del pueblo mexicano.
La conmemoración de los fieles difuntos en todas las comunidades del país, desde las ciudades hasta las regiones más apartadas, sin importar condiciones sociales, es una verdadera festividad mexicana en honor de quienes se han ido de este mundo.
Factores tanto económicos como el desconocimiento de lo propio, permiten paulatinamente que cada vez la celebración del Día de Muertos, no sólo se realice como anteriormente se acostumbraba, sino que se ha dado paso a expresiones ajenas que en vez de construir, han ido desplazando poco a poco, el verdadero origen y riqueza de una cultura milenaria como es la mexicana.
En el proceso de este alejamiento de lo propio de una sociedad, las raíces prehispánicas y la modalidad cristiana dentro de esta festividad, aún sobreviven por que han dado identidad cultural a cada región y a todo un país desde hace ya varios siglos.
En Acatzingo, la forma en que dan la bienvenida a los fieles difuntos en este municipio, esta plagada de comida típica de Puebla, así como adornos multicolores que las personas preparan con tiempo, para el 2 de noviembre día en que no importa hacer el gasto con tal de celebrarles su día.
Los habitantes de esta región tienen la costumbre de ir a pasar un buen rato con sus difuntos y las visitas al panteón es desde las 5 de la mañana hasta las 6 de la tarde, familias enteras acuden a limpiar las tumbas de sus seres queridos, y muchas veces se quedan a comer ahí, después de la hora de ir al panteón los lugareños asisten a una misa comunitaria en honor de quienes ya no están con ellos, así como el gasto que hacen las familias varía, pero aproximadamente destinan para poner sus ofrendas, entre 500 y mil pesos.
En Zacapoaxtla el cempasúchil -la flor de los 400 pétalos- cubre exuberante las tumbas con su intensa tonalidad amarilla las tumbas y las ofrendas caseras.
Familias Mestizas e indígenas de esta región utilizan los pétalos de esta flor para elaborar cruces siempre orientadas hacia un punto cardenal. Con las guirnaldas se adornan las cruces de madera y las portadas de las iglesias y capillas.
Para que las ánimas encuentren los altares de las casas en donde vivieron algunas familias sobre todo en el medio rural la gente traza pequeños caminos de pétalos en las calles forman senderos amarillos que atraviesan patios, recámaras y terminan frente a los altares.
Esta tradición aún vive en municipios como Zacapoaxtla, Xochitlán de Vicente Suárez, Jonotla y más de 30 entidades de la región, una costumbre que según escribió Fray Bernardino inició desde hace más de 500 años cuando la gente que presenciaba la fiesta de la diosa Huixtocíhuatl ataviada de amarillo, portaba en sus manos ramos de la flor del cempasúchil.
La celebración prehispánica de esta región coincidía con el fin del ciclo agrícola de varios cultivos, entre ellos el de maíz de temporal y la cosecha de calabaza, es decir en época de abundancia, en contraparte con las carencias que padecían los agricultores el resto del año.
Según Fray Diego Durán, en el ritual náhuatl existían dos fiestas dedicadas al culto de los muertos: el Miccaihuitontli o fiesta de los muertitos, que los indígenas festejaba el noveno mes del calendario que equivalía al mes de septiembre del año cristiano y a la fiesta grande ¡Los muertos! Celebrada en el décimo y onceavo mes.
Pasados algunos años de la época de la colonia, Durán percibió que el día de Todos Santos colocaban ofrendas para los niños muertos, dejando de hacerlo en noviembre, esta estrategia con el fin de disimular que preservaban sus costumbres y aparentaban adoptar la religión cristiana.
En Zacapoaxtla y la región a las ánimas se les recibe con rezos, quemas de copal o de incienso, repique de campanas, palabras dirigidas por un familiar y en ocasiones hasta con música de guitarra y violín.
La instalación de las ofrendas se hace con varios días de anticipación. Las familias colocan en el caso de las zonas rurales productos de sus cosechas, también le colocan alimentos que le gustaban al difuntos, los mas comunes en esta región son los tamales, elotes, tortillas calabaza en tacha, camotes, arroz con leche, hojaldras y panes con figuras de muertos, así como bebidas como el atole, aguardiente, tequila, pulque o cerveza y si al difunto le gustaban, también se colocan cigarrillos y hasta puros.
Adornos como papel picado, hojas de plátano, papatla o pétalos de tule. Sobre esto se colocan los alimentos y objetos diversos como floreros, candelabros de loza negra para los adultos y blancos para los niños y jóvenes.
En algunos municipios como Huehuetla, Ixtepec y la zona totonaca es muy común observar fotografías de los muertos en el centro de la ofrenda, rodeado de largas veladoras y cirios.
En esta zona norte del estado poblano, convergen tres principales culturas mesoamericanas que influyen todavía en el ánimo de la gente. Nahuas, otomíes y totonacos, todos tienen presente el día de muertos; influenciados por los ancestros, desde quince días se preparan, principalmente en las comunidades, donde el preámbulo se genera con lo espiritual, lo material viene después.
En Pahuatlán, lugar que vio nacer al papel amate, hoy transforma estos pliegos floridos en murales alusivos al thanatos. La gente utiliza el amate, fuente de ingresos de comunidades completas como la de San Pablito, para honrar a los que nos precedieron en este devenir.
Huauchinango, hoy luce influenciado terriblemente por la transculturación norteamericana y se confirma, el comercio se vuelca hacia el “halloween” gringo. Pero en las colonias, en los barrios, en comunidades, la gente no olvida la tradición del día de muertos. Ahí siguen esperando la noche del 31 de Octubre, la llegada de los difuntos, colocando un camino amarillo de flor de zempazuchitl, líneas que se extienden por Tlaola, Chiconcuautla, hasta pasar por Necaxa y Xicotepec.
En los mercados de esos lugares, el olor a copal se confunde con el aroma del café, allá por Zihuateutla, donde cada vez hay menos gente, pues enfrentan algo similar a la muerte: la migración.
Mientras tanto, en Tlacuilotepec y Tlaxco, los tamales y el aguardiente están listos, para que cualquier extraño pueda compartir el altar, pero siempre reservando lo dulce para los “muertos chiquitos” que llegan el día primero, los grandes para el dos.
*Persiste la colocación de altares
En Tecamachalco, el altar
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