Amanece_mercurio
Enviado por IVANmf • 22 de Septiembre de 2011 • 5.171 Palabras (21 Páginas) • 350 Visitas
AMANECER EN MERCURIO
Robert Silverberg
A nueve millones de millas de la parte solar de Mercurio con el Leverrier girando en una serie de espirales que debían llevarle hacia el más pequeño mundo del Sistema Solar, el segundo piloto, Lon Cutris decidió poner fin a su vida.
Curtis había estado aguardando ansiosamente que se efectuase el aterrizaje; su tarea en la operación ya había concluido, al menos hasta que los planos de aterrizaje del Leverrier rozasen la esponjosa superficie de Mercurio. El eficaz sistema de enfriamiento por sodio anulaba los esfuerzos del monstruoso Sol visible a través de la pantalla posterior. Para Curtis y sus siete compañeros de tripulación, no había problemas; sólo tenían que esperar mientras el autopiloto iba descendiendo la nave espacial en lo que iba a ser el segundo aterrizaje del Hombre en Mercurio.
El comandante del Vuelo, Harry Ross, estaba sentado cerca de Curtis cuando notó el súbito envaramiento de las mandíbulas del piloto. De repente, Curtis asió la palanca de control. Desde las ruedas metálicas que hilaban el espumoso entramado, llegó un estallido verdoso de fluorocreno en disolución; el fulgor se desvaneció. Curtis se puso en pie.
- ¿Vas a algún sitio? - le preguntó Ross.
- No, sólo a dar una vuelta. - La voz de Curtis sonaba extraña.
Ross volvió a dirigir su atención a su microlibro, mientras Curtis se alejaba. Se oyó el sonido de cremallera de un grapón de proa al ser manipulado, y Ross sintió un frío momentáneo cuando el aire helado del compartimiento del reactor superrefrigerado se coló hasta allí.
Apretó una palanca, mientras doblaba la página. Luego...
«¿Qué diablos está haciendo en el compartimiento del reactor?»
El autopiloto controlaba sólo el flujo del combustible, graduándolo al milímetro, de una manera imposible para ningún sistema humano. El reactor estaba dispuesto para el aterrizaje, el combustible almacenado, el compartimiento estaba cerrado con todos los cerrojos y pasadores de seguridad. Nadie, y menos que nadie el segundo piloto, tenía nada que hacer allí.
Ross disolvió el asiento de espuma en un instante y se puso de pie. Pasó al pasillo y abrió la puerta del compartimiento reactor.
Curtis estaba junto a la puerta del transformador, jugueteando con el disparador. Al acercarse, Ross vio cómo el piloto abría la puerta y colocaba un pie en el vertedor que llevaba a la pila nuclear.
- ¡Eh, Curtis, idiota! ¡Sal de ahí! ¡Vas a matarnos a todos!
El piloto dio media vuelta y miró ausentemente a Ross un instante, levantando el pie. Ross saltó hacia delante.
Agarró el pie de Curtis con ambas manos y, a pesar de la serie de puntapiés propinados por aquél con su pie libre, consiguió apartarle del vertedor. El piloto pateaba, pegaba, se retorcía, intentando zafarse de la llave del otro. Ross se fijó en que las pálidas mejillas de su contrincante tremolaban; Curtis se había derrumbado completamente.
Gruñendo, Ross arrastró a Curtis lejos del vertedor y cerró la portezuela de golpe. Lo llevó a rastras hacia la cabina principal y allí le abofeteó con dureza.
- ¿Por qué has intentado hacerlo? ¿No sabes lo que tu masa le ocasionaría a la nave si caías en el transformador? Sabes que ya ha sido calibrada la entrada del combustible; unas ciento ochenta libras de más y la nave trazaría un arco dirigido al Sol. ¿Qué te pasa, Curtis?
El piloto fijó sus ojos inexpresivos, inmóviles, en Ross.
- Quiero morir - dijo simplemente. -. ¿Por qué no me dejas morir?
Quería morir. Ross se encogió de hombros, sintiendo un escalofrío en la espalda. No había forma de luchar contra esta dolencia.
De la misma forma que los submarinistas sufren de I'ivresse des grandes profondeurs - embriaguez de las grandes profundidades - y no existe cura para este extraño mal, especie de borrachera que les induce a quienes la padecen a romper los tubos de la respiración a cincuenta brazas debajo la superficie del agua, así los astronautas corrían el riesgo de padecer de esta enfermedad, el ansia de autodestruirse.
Surgía en cualquier parte. Un mecánico intentando ajustar una pieza de una nave espacial en pleno vuelo, podía de repente abrir una escotilla y absorber el vacío; un radiotelegrafista armando una antena en lo alto de su nave, podía de repente cortar su cuerda de sujeción, disparar su pistón direccional y hundirse en el espacio hacia el Sol. O un segundo piloto podía decidir arrojarse al transformador.
El oficial síquico, Spangler, apareció con una expresión preocupada en su rubicundo rostro.
- ¿Pasa algo?
Ross asintió.
- Curtis. Intentó saltar al interior del vertedor. Está enfermo, Doc.
Frunciendo el ceño, Spangler se frotó una mejilla, al tiempo que decía:
- ¡Condenación, siempre escogen los peores momentos! No es nada agradable sostener una sesión de psiquiatría mientras se viaja hacia Mercurio.
- Pues es así - replicó Ross -, Será mejor que le mantenga en estado inconsciente hasta que regresemos. No me gusta que empiece a imaginar diversos modos de quitarse la vida a espaldas nuestras.
- ¿Por qué no puedo morir? - insistió Curtis. Tenía lívida la faz. - ¿Por qué me has detenido?
- Porque, imbécil, habrías matado al resto de la tripulación si hubieses caído en el transformador. Sal por una escotilla, si lo deseas, pero déjanos tranquilos a los demás.
Spangler le dirigió una mirada de advertencia a Ross.
- Harry...
- Está bien, está bien - rezongó el aludido - Lléveselo.
El siquiatra se marchó acompañado de Curtis. Le daría una inyección y le encerraría dentro de una chaqueta de tela espumosa por el resto del viaje. Existía la posibilidad de que pudiera recobrar la cordura, una vez de regreso a la Tierra, aunque Ross sabía que el piloto intentaría por todos los medios suicidarse en pleno espacio.
Enojado, Ross volvió a su puesto. Un hombre se pasa toda la adolescencia soñando con el espacio, pasa varios años en la Academia y dos más viajando en órbitas menores. Luego, finalmente, consigue su ambición... y se derrumba. Curtis era una máquina de pilotaje (o timonel de la nave entre los astros), no un ser humano normal, y ahora había renunciado de manera permanente y voluntaria al único trabajo que sabía ejecutar.
Ross
...