Analisis Cuentos De Amor Locura Y De Muerte
Enviado por neri97 • 21 de Junio de 2012 • 1.505 Palabras (7 Páginas) • 1.793 Visitas
Antes de reseñar el libro en sí, os voy a hablar de la vida del autor. ¿Por qué?, se preguntará el siempre inquisitivo lector. Pues porque eso fue lo que a mí me convenció para leer el libro. Se trata de una vida plagada de imágenes escabrosas y sucesos trágicos que resulta cautivadora y que creo que merece la pena conocer. Tranquilos todos, pararé cuando resulte excesivamente educativo.(AVISO: entre esto y la comparativa final de editoriales baratas esta reseña va a ser rara)
Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació en Salto, Uruguay, el último día de 1878. Quizá el haber nacido en un año que moría era un presagio trágico de la fatalidad que le acompañaría toda su vida y que influiría en su obra. Ni siquiera tenía un año cuando su padre murió en un accidente de caza, quedando él bajo el cuidado de una madre tal vez excesivamente protectora. El nuevo casamiento de su madre nunca contó con la aprobación de Horacio, a pesar de que el padrastro, Ascensio Barcos, hizo lo posible por atraer su cariño. No lo consiguió antes de quedar paralizado en una silla de ruedas que le llevó a una desesperación tan profunda que le induciría al suicidio. La visión de Barcos accionando con el dedo gordo del pie una escopeta que se dirigía a su propia cabeza se quedaría para siempre marcada en la mente de Horacio Quiroga, quien por aquél entonces contaba diecisiete años. Tras un inicio renqueante en la literatura y un fracaso amoroso grave, Horacio fue a París conociendo, entre otros, a Rubén Darío y, dicho sea de paso, dilapidando toda la herencia familiar en juergas salvajes una vida desahogada y alegre. Regresó de nuevo a su país gracias a la caridad, pues estaba arruinado, y allí volvió a ver a la muerte de cerca. Su amigo y escritor Federico Ferrando perecía en sus brazos a causa de un proyectil disparado por el mismo Quiroga, quien pretendía enseñar sin mucha fortuna a su víctima a usar un arma. Habiendo apenas olvidado esto, Quiroga se alistó en la expedición del escritor argentino Leopoldo Lugones a los lugares en donde antiguamente se emplazaban las misiones jesuíticas. Allí quedó prendado da la selva, que sería su obsesión desde ese momento. De vuelta a la civilización, Quiroga impartió clases de literatura en Buenos Aires. Allí se enamoraría de Ana María Cires, una de sus alumnas, todavía adolescente, y acabó por casarse con ella a pesar de la oposición de los padres debida a la diferencia de edad. El escritor compró unas hectáreas de selva y se llevó allí a su esposa, pero no consiguió librarse del acoso de su madre, cuyas constantes intromisiones en los asuntos de la pareja acabaron por desquiciar a ambos. Ni siquiera los dos hijos que tuvo junto a Horacio pudieron dar algo de alegría a Ana María, que murió tras una semana de agonía por una ingesta voluntaria de sublimado. Tras el suicidio de su esposa, Horacio volvió a Buenos Aires y trabajó allí en el consulado uruguayo. No tardó mucho en hartarse de nuevo de la ciudad, en volver a casarse con una mujer mucho más joven(esta vez María Elena Bravo, una compañera de estudios de su hija Eglé) y en regresar a la selva para disfrutar su amor. No lo disfrutó mucho la esposa, que desde el primer momento se mostró molesta con vivir en la jungla y acabó por abandonar al escritor, llevándose con ella a sus dos hijas. Abandonado, solo y depresivo, lo único que le podía hacer sufrir más, sucedió: le diagnosticaron un cáncer que acabaría con su vida. Antes de fallecer de forma lenta y progresiva, Horacio Quiroga regresó a Buenos Aires para morir tomando cianuro el 19 de febrero de 1937.
No os metáis con él... ¿Qué pinta esperabais que tuviese?
¿Quién mejor para escribir un libro titulado "Cuentos de amor, de locura y de muerte"? Pues nadie, ya que Quiroga ha sabido tratar los tres temas de forma soberbia, en toda su pureza. La eterna, tierna y triste aspiración del amor, la errática, imposible e inexplicable turbiedad de la locura y el repentino, trágico e insalvable advenimiento de la muerte. Especialmente este último tema domina, como en su vida, sobre todos los demás. Con una prosa realista que no se detiene en reflexiones vanas (las cuales por otra parte pueden enriquecer mucho un texto), Quiroga explica dulcemente con quince cortos cuentos sucesos fortuitos y extraños basados en su experiencia.
-Sí, se repiten-sacudió largo rato la cabeza-. Todas las situaciones dramáticas pueden repetirse,
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