Analisis operaciones financieras.
Enviado por maariaa123 • 13 de Febrero de 2017 • Apuntes • 1.811 Palabras (8 Páginas) • 367 Visitas
Un día, a principios de la década de 1900, a Claude C. Hopkins, un destacado ejecutivo
estadounidense, un viejo amigo le propuso una nueva idea comercial. Según explica, el
amigo le había descubierto un producto increíble y estaba convencido de que iba a ser
un éxito. Era una pasta de dientes, un mejunje espumoso y mentolado que se llamaba
“Pepsodent”. Había algunos inversores arriesgados interesados –uno de ellos tenía
dudosos negocios de tierras, otro se rumoreaba que mantenía contactos con la mafia-,
pero esta empresa, le prometió su amigo, iba a ser algo grande. De ser así, Hopkins
accedería a ayudarles a diseñar una campaña publicitaria a nivel nacional.
En aquellos tiempos Hopkins estaba en la cima de una industria en auge que apenas
existía hacía unas pocas décadas: la publicidad. Hopkins fue el hombre que convenció a
los estadounidenses para que compraran la cerveza Schiltz haciendo alarde de que la
compañía limpiaba las botellas con “vapor a presión”, eso sí, sin mencionar que todas
las demás empresas cerveceras las limpiaban con el mismo método. Había seducido a
millones de mujeres para que compraran el jabón Palmolive proclamando que Cleopatra
se había lavado con él, a pesar de las acaloradas protestas de los indignados
historiadores. Hizo famoso el Trigo Hinchado diciendo que “lo disparaban con armas”
hasta que el grano se hinchaba “ocho veces su tamaño”. Había convertido docenas de
productos desconocidos –los Quaker Oats, los neumáticos Goodyear, la escoba para
alfombras Bissell, el cerdo con judías de Van Camp- en marcas archiconocidas. Y con
todo ello, se había hecho tan rico que en el betseller de su autobiografía, Mi vida en la
publicidad, dedicó largos pasajes a sus dificultades para gastar tanto dinero.
Pero Claude Hopkins fue más conocido por la serie de normas que acuñó para explicar
cómo crear nuevos hábitos entre los consumidores. Estas normas transformarían las
industrias y acabarían convirtiéndose en los conocimientos clásicos que han de tener
todos los comerciales... Incluso en la actualidad, las normas de Hopkins en todas las
cosas desde cómo compramos artículos de limpieza hasta los instrumentos que utilizan
los estados para erradicar enfermedades.
Sin embrago, cuando su viejo amigo fue a verle con la idea del Pepsodent, el publicitas
mostró poco interés. No era ningún secreto que la salud dental de los estadounidenses
estaba en franco declive. A medida que la nación se enriquecía, las personas habían
Texto seleccionado para la asignatura de Marketing por Valentín Alejandro Martínez, Oscar Juanatey,
Cristina Calvo, Magdalena Rodríguez y Clide Rodriguez
empezado a comprar mayor cantidad de alimentos azucarados y procesados. Cuando el
Gobierno empezó a reclutar hombres para la Primera Guerra Mundial, había tantos
reclutas con caries que los oficiales dijeron que la mala higiene dental era un riesgo para
la seguridad nacional.
No obstante, Hopkins sabía que vender pasta de dientes era un suicidio financiero. Ya
había todo un ejército de vendedores a domicilio intentando vender dudosos polvos y
elixires dentales, que en su mayoría se habían arruinado en el intento.
El problema era que casi nadie compraba pasta de dientes porque, a pesar de los
problemas dentales que presentaba la población estadounidense, casi nadie se cepillaba
los dientes.
Así que Hopkins reflexionó un poco sobre la propuesta de su amigo y rechazó la oferta.
Le dijo que prefería seguir con los jabones y los cereales. “No veía la forma de enseñar
a la gente de la calle los tecnicismos de la pasta de dientes”, explicó Hopkins en su
autobiografía. Sin embrago, su amigo era insistente. Fue a verle una y otra vez,
apelando al considerable ego de Hopkins, hasta que éste accedió.
“Al final accedí a dirigir la campaña si me concedía un paquete de acciones”, escribió
Hopkins. Su amigo aceptó.
Sería la decisión financiera más inteligente de Hopkins.
A los cinco años de haber iniciado su sociedad, Hopkins convirtió Pepsodent en uno de
los productos más conocidos sobre la Tierra y, en ese proceso, ayudó a crear el hábito
de cepillarse los dientes que se expandió por Estados Unidos con increíble rapidez.
Pronto, todo el mundo, desde Shirley Temple hasta Clark Gable, alardeaba de su
“sonrisa Pepsodent”. En 1930 Pepsodent ya se vendía en China, Sudáfrica, Brasil,
Alemania y en casi todas las partes donde Hopkins podía comprar espacios para insertar
sus anuncios. Una década después de la primera campaña de Pepsodent, los
encuestadores descubrieron que cepillarse los dientes se había convertido en un ritual
diario para más de la mitad de la población estadounidense. Hopkins había ayudado a
instaurar el cepillado de dientes como una actividad cotidiana.
El secreto de su éxito, según diría el propio Hopkins posteriormente, fue que descubrió
un tipo de señal y una recompensa que alimentaban un hábito particular. Fue una
alquimia tan poderosa que incluso hoy en día, los gigantes de los productos de
consumo, diseñadores de productos de videojuegos, empresas alimentarias y millones
de vendedores de todo el mundo todavía usan el mismo principio básico.
¿Qué fue exactamente lo que hizo Hopkins?
Texto seleccionado para la asignatura de Marketing por Valentín Alejandro Martínez, Oscar Juanatey,
Cristina Calvo, Magdalena Rodríguez y Clide Rodriguez
Creó un deseo. Y resulta que ese deseo es lo que hace que funcionen las señales y las
recompensas.
Una de las tácticas características de Claude Hopkins a lo largo de su carrera fue
descubrir detonantes sencillos que convencieran a los consumidores a utilizar sus
productos cada día. Vendió los copos de avena Quaker Oats, por ejemplo, como un
cereal para el desayuno que proporcionaba energía durante las veinticuatro horas, pero
sólo si comías un bol cada mañana. Anunció tónicos que curaban los dolores
estomacales, de articulaciones, los problemas cutáneos, pero sólo si se tomaba el
medicamento cuando aparecían los primeros síntomas. Al poco tiempo, la gente
devoraba los copos de avena nada más levantarse y echaba mano de las botellitas
marrones
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