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Analogias


Enviado por   •  19 de Mayo de 2015  •  13.535 Palabras (55 Páginas)  •  236 Visitas

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Antología

Casa tomada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Julio Cortázar

El ahogado más hermoso del mundo. . . . . . . . . . . . . . . . . . G. García Márquez

Informe sobre el planeta tres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Arthur C. Clarke

El dúo de la tos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Clarín

Es que somos muy pobres. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Juan Rulfo

Los ojos verdes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . G. A. Bécquer

El sueño del ciervo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Cuento chino

Sin título . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . García Márquez

El viaje . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Luis Mateo Díaz

CASA TOMADA

Julio Cortázar

Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la

más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo

paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir

ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso

de las once yo -le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina.

Almorzábamos a mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos

platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos

bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos.

Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que

llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el

nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada

por los bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se

quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor,

nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto

del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen

cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas

siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces

tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en

la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los

sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y

nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y

preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a

la Argentina.

Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia.

Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pulóver

está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de

alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila, Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería;

no tuve valor de preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida,

todos los meses llegaba la plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la

entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos

como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban

constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y

tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña.

Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un

baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el

pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera

que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de

nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el

pasillo se franqueaba la puerta de roble y más allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía

girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la

cocina y al baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba

la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo

vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para

hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires ser! una ciudad

limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla

una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombo! de las carpetas de

macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero vuela y se suspende en el aire, un momento después se

deposita de nuevo en los muebles y los pianos.

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba

tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita

del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornado puerta de roble, y daba la vuelta al codo que

llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o la biblioteca. El sonido venía impreciso y

sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo

oí, al mismo tiempo

...

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