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Blanca Nieves y los 7 enanitos.


Enviado por   •  21 de Enero de 2014  •  Tesis  •  2.044 Palabras (9 Páginas)  •  371 Visitas

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Blanca Nieves y los 7 enanitos. (1)

En un lugar muy lejano, muy lejano vivía una hermosa muchacha que se llamaba Blancanieves. Su cara era muy dulce, su mirada angelical y su sonrisa iluminaba la oscuridad.

Blancanieves, vivía en un castillo con su madrastra, una mujer muy mala y vanidosa, que lo único que quería era ser la mujer más hermosa del reino. Todos los días preguntaba a su espejo mágico quién era la más bella del reino, y el espejo le contestaba:

- Tú eres la más hermosa de todas las mujeres del mundo, reina mía.

El tiempo fue pasando hasta que un día el espejo mágico contestó que la más bella del reino era Blancanieves. La reina, llena de furia y de rabia, ordenó a un cazador que llevase a Blancanieves al bosque y que la matara. Y cómo prueba traería su corazón en un cofre de plata.

El cazador llevó a Blancanieves al bosque pero cuando allí llegaron, el cazador sintió lástima de la joven y le aconsejó que se marchara muy lejos del castillo, llevando en el cofre el corazón de un jabalí. La muchacha así lo hizó y se adentró en las profundidades del bosque para alejarse.

Blancanieves, al verse sola, sintió mucho miedo porque tuvo que pasar la noche andando por la oscuridad del bosque. Al amanecer, descubrió una preciosa casita en medio del bosque. Entró sin pensarlo dos veces. Los muebles y objetos de la casita eran muy pequeños. Había siete platitos en la mesa, siete vasitos, y siete camitas en una habitación, dónde Blancanieves, después de juntarlas, se acostó quedando profundamente dormida durante todo el día.

Al atardecer, llegaron los dueños de la casa. Eran siete enanitos que trabajaban en unas minas cercanas. Se quedaron admirados al descubrir a Blancanieves y su radiante belleza. Ella, al despertar, les contó toda su triste historia y los enanitos la abrazaron y suplicaron a la muchacha que se quedase con ellos. Blancanieves aceptó y se quedó a vivir con ellos.

Eran felices. Muy felices. Cantaban, reían, bailaban y lo pasaban en grande.

Mientras tanto, en el castillo, la reina se puso otra vez muy furiosa al descubrir, a través de su espejo mágico, que Blancanieves todavía vivía y que aún era la más bella del reino. No podía soportar no ser la más bella del mundo, y sufría por ello.

Furiosa y vengativa, la cruel madrastra se disfrazó de una inocente viejecita y partió hacia la casita del bosque. Allí, cuando Blancanieves estaba sola, la malvada se acercó y haciéndose pasar por buena ofreció a la niña una manzana envenenada. Cuando Blancanieves dio el primer bocado, cayó

desmayada, para felicidad de la reina mala.

Por la tarde, cuando los enanitos volvieron del trabajo, encontraron a Blancanieves tendida en el suelo, pálida y quieta; creyeron que estaba muerta. Tristes, los enanitos construyeron una preciosa urna de cristal para que todos los animalitos del bosque pudiesen despedirse de Blancanieves.

Unos días después, apareció por allí un príncipe a lomos de un caballo. Y nada más contemplar a Blancanieves, quedó prendado de ella y de su belleza. Estuvo un rato admirándole y al despedirse la dió un beso en la mejilla, Blancanieves, como por arte de magia, volvió a la vida, pues el beso de amor que le había dado el príncipe rompió el hechizo de la malvada reina.

Blancanieves se casó con el príncipe y expulsaron a la cruel reina del palacio, y desde entonces todos pudieron vivir felices y sin temor a las maldades de la vieja mala

Caperucita roja

abía una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo porque le gustaba tanto, que todo el mundo en el pueblo la llamaba Caperucita Roja.

Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí un lobo malvado.

Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas, los ciervos...

De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.

- ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca.

- A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita.

- No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.

Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores:

- El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.

Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.

El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta.

La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.

- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para

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