CLUB LIMONADA
Enviado por ceciliamatta • 4 de Mayo de 2015 • 382 Palabras (2 Páginas) • 369 Visitas
Siempre he envidiado a las personas que encuentran un billete en el bolsillo de un pantalón que no habían usado algún tiempo. Parecería que el billete las estaba aguardando en secreto, como en un acto de magia, para regalarles una felicidad inesperada. Yo lo único que he encontrado, sorpresivamente,
en el bolsillo de un pantalón es un montón de migas de alguna antigua galleta devorada a medias en el cine. De igual manera, siempre he envidiado a la gente que encuentra, casi sin proponérselo, a su media naranja. En mis catorce años, mi historial amoroso ha resultado poco amable, yo solo he podido encontrar medios limones… ácidos y amargos. Eso me llevó a ser una de las fundadoras de El Club Limonada. El club llegó a tener solo tres socios. Los justos y necesarios para conformar la directiva: presidenta, vicepresidente y secretaria. Alejandra, Juancho y yo, entre Alejandra y Juancho discutían para ver quién sería el más indicado para ocupar el puesto de presidente viendo quien era el que más amargo y acido historial de amor tenia. A diferencia de mis
compañeros, a mí me ocurría terrible… nadie me miraba. Era como si una maldición hubiera recaído sobre mí, no me miraban los guapos ni los feos ni los gordos ni los pelones ni los de piernas flacas ni los orejones. Hasta el punto en que llegue a preguntarle a mi madre ¿Mamá… prometo no juzgarte, pero, ¿estás segura de que mi papá es, efectivamente, mi papá?». Ella me miró con ojos de furia viva y comenzó a sermonearme, a decir que la ofendía, que ella era una mujer fiel y honesta. Cuando terminó de dictaminar su sentencia (una semana sin tele), yo le dije: «Bueno… así será, perdona a veces a mí me parece que soy la hija del hombre invisible». En fin, este es el diario del club, es la bitácora de esas largas charlas entre Alejandra, Juancho y yo,
es la agenda de esos meses en los que descubrí que una mala historia de amor no es lo peor que te puede ocurrir. A veces metes la mano en el bolsillo de un pantalón que no has usado algún tiempo y descubres que allí hay un agujero, y quizá por ese agujero se ha escapado un billete, una galleta o una sonrisa.
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