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Campeón De La Muerte


Enviado por   •  22 de Mayo de 2015  •  3.378 Palabras (14 Páginas)  •  292 Visitas

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EL CAMPEON DE LA MUERTE.

AUTOR: Enrique López Albújar.

GÉNERO LITERARIO: Narrativo

ESPECIE LITERARIA: Cuento

VOCABULARIO:

Andrajo: Prenda de vestir vieja,rota o sucia

Cicatero.Mezquino ,Ruín,miserable, que escatima lo que debe dar.

Fruición. Complacencia ,goce

Pastoril.Propio o característico de los pastores.

PERSONAJES PRIMARIOS

 Liberato Tucto: papá de Faustina.

 Martina: Esposa de Liberato.

 Faustina:Hija de Liberato y de Martina, secuestrada y asesinada por Hilario Crispín.

 Hilario Crispín:Indio mostrenco.

PERSONAJES SECUNDARIOS:

 Juan Jorge: illapaco jumapa, es decir, tirador de la comarca.

 Maestro Ruiz: Profesor de Juan Jorge

 Ceferino Huaylas: Indio illapaco, maestro de tiro de Juan Jorge.

 ambiente: Sierra Peruana

Se había puesto el sol y sobre la impresionante tristeza del pueblo comenzaba a asperjar la noche sus gotas de sombra. Liberato Tucto, en cuclillas a la puerta de su choza, chachaba, obstinado en que su coca le dijera qué suerte había corrido su hija, raptada desde hacía un mes por un mozo del pueblo, a pesar de su vigilancia.

Durante esos treinta días su consumo de coca había sobrepasado al de costumbre. Con regularidad matemática, sin necesidad de cronómetro que le precisara el tiempo, cada tres horas, con rabia sorda y lenta, de indio socarrón, y cachazudo, metía mano alhuallqui, que, inseparable y terciado al cuerpo, parecía ser su fuente de consuelo. Sacaba la hoja sagrada a puñaditos, con delicadeza de joyero que recogiera polvo de diamantes, y se la iba embutiendo y aderezando con la cal de la shipina, la que entraba y salía rápidamente de la boca como la pala del horno.

Con la cabeza cubierta por un cómico gorro de lana, los ojos semioblicuos y fríos –de frialdad ofídica- los pómulos de prominencia mongólica, la nariz curva, agresiva y husmeadora, la boca tumefacta y repulsiva por el uso inmoderado de la coca, que dejaba en los labios un ribete verdusco y espumoso, y el poncho listado de colores sombríos en el que estaba semienvuelto, el viejo Tucto parecía, más que un hombre de estos tiempos, un ídolo incaico hecho carne.

Y de cada chacchada no había obtenido la misma respuesta. Unas veces la coca le había parecido dulce y otras amarga, lo que le tenía desconcertado, indeciso, sin saber qué partido tomar. Por antecedentes de notoriedad pública sabía que Hilario Crispín, el raptor de su hija, era un indio de malas entrañas, gran bebedor de chacta, ocioso, amigo de malas juntas y seductor de doncellas; un mostrenco, como castizamente llaman por estas tierras al hombre desocupado y vagabundo. Y para un indio honrado esta es la peor de las tachas que puede tener un pretendiente.

¿A dónde habría llevado el muy pícaro a su Faustina? ¿Qué vida estaría haciéndola pasar? ¿O la habría abandonado ya en represalia de la negativa que él, como hombre juicioso, le hiciera al padre de Crispín cuando fue a pedírsela para su hijo?

En estas hondas meditaciones estaba el viejo Tucto el trigésimo día del rapto de la añorada doncella, cuando de entre las sombras de la noche naciente surgió la torva figura de un hombre, que, al descargar en su presencia el saco que traía a las espaldas, dijo:

-Viejo, aquí te traigo a tu hija para que no la hagas buscar tanto, ni andes por el pueblo diciendo que un mostrenco se la ha llevado.

Y, sin esperar respuesta, el hombre, que no era otro que Hilario Crispín, desató el saco y vació de golpe el contenido, un contenido nauseabundo, viscoso, horripilante, sanguinolento, macabro, que, al caer, se esparció por el suelo, despidiendo un olor acre y repulsivo. Aquello era la hija de Tucto descuartizada con prolijidad y paciencia diabólicas, escalofriantes, con un ensañamiento de loco trágico.

Y con sarcasmo diabólico, el indio Crispín, después de sacudir el saco, añadió burlonamente:

-No te dejo el saco porque puede servirme para ti si te atreves a cruzarte en mi camino.

Y le volvió la espalda.

Pero el viejo, que, pasada la primera impresión, había logrado impasibilizarse, levantóse y con tranquilidad, inexplicable en hombres de otra raza, exclamó:

-Harás bien en llevarte tu saco; será robado y me traería mala suerte. Pero ya que me has traído a mi hija debes dejar algo para las velas del velorio y para atender a los que vengan a acompañarme. ¿No tendrás siquiera un sol?

Crispín, que comprendió también la feroz ironía del viejo, sin volver la cara respondió:

-¡Qué te podrá dar un mostrenco! ¿No quisieras una cuchillada, viejo ladrón?

Y el indio desapareció, rasgando con una interjección flagelante el silencio de la noche…

II

Entre la falda de una montaña y el serpenteo atronador y tormentoso del Marañón yacen sobre el regazo fértil de un valle cien chozas desmedradas, rastreras y revueltas, como cien fichas de dominó sobre un tapete verde. Es Pampamarca. En medio de la vida pastoril y semibárbara de sus moradores, la única distracción que tienen es el tiro al blanco, que les sirve de pretexto para sus grandes bebezones de chicha y chacta y para consumir también gran cantidad de cápsulas, a pesar de las dificultades que tienen que vencer para conseguirlas, llevándoles su afición, hasta pagar en casos urgentes media libra por una cacerina de máuser. A causa de esto tienen agentes en las principales poblaciones del departamento, encargados de proveerles de munición por todos los medios posibles, los que, conocedores del interés y largueza de sus clientes, explotan el negocio con una desmedida sordidez, multiplicando el valor de la siniestra mercancía y corrompiendo con precios tentadores a la autoridad política y al gendarme.

Y cuando el agente es moroso o poco solícito, ellos bajan de sus alturas, sin importarles las grandes distancias que tienen que recorrer a pie, y se les ve entonces en Huanuco, andando lentamente, como distraídos, con caras de candor rayanas en la idiotez, penetrando en todas las tiendas, hasta en las boticas, en donde comienzan por preguntar tímidamente por las clásicas cápsulas del 44 y acaban por pedir balas de todos los sistemas en uso. Se les conoce tanto que, a pesar del cuidado que ponen en pasar inadvertidos, todo el que los ve murmura despectivamente: “shucuy de Dos de Mayo”, y los comerciantes los reciben con una amabilidad y una sonrisa que podría traducirse en esta frase: “Ya sé lo que quieres, shucuysito: munición para alguna diablura”.

Es en este caserío, en esta tierras de tiradores –illapaco jumapa-, como se les llama en la provincia, donde tuvo la gloria de ver por

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