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Ciencias Sociales. El poder de las clasificaciones del docente


Enviado por   •  25 de Abril de 2017  •  Trabajo  •  4.850 Palabras (20 Páginas)  •  235 Visitas

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Introducción

La escuela que conocemos se organizó como un medio para distribuir conocimientos a todos, y producir una cultura común que garantizara la inclusión en la sociedad.

Desde sus orígenes comenzó a construir  parámetros de lo deseable y por lo tanto lo correcto, elaborando instrumentos y medidas que le permitieron excluir o derribar todo lo que se consideraba por fuera de ellos. De esta manera el criterio de igualdad resultó equivalente al de homogeneidad. No se buscaba la formación de ciudadanos capaces de realizar transformaciones sino de sujetos que hablaran el mismo lenguaje, tuvieran el mismo héroe, aprendieran los mismos contenidos, de la misma manera y en el mismo tiempo.

 Los docentes aprendieron a mirar lo que aprenden los chicos desde una óptica  donde se determinan pronósticos acerca del éxito o fracaso en los aprendizajes, y por lo tanto en el futuro que se les augura. En esta conceptualización, una diferencia es significada como un retraso no deseable.

Carina Kaplan (1997) nos alerta acerca de las representaciones sociales que los docentes producen y reproducen en sus prácticas cotidianas para los cuales “Los alumnos se presentan ya con un conjunto de características “objetivas” tales como la edad, el sexo, la cara, la etnia, el fenotipo, el lugar de residencia, etc. Es decir, los alumnos poseen una serie de características materiales que son analíticamente independientes de las percepciones de los maestros. No obstante, dichas características son traducidas con cierta significación por parte del docente en interacción con los alumnos”[1]. 

El conocimiento que tiene el maestro respecto de los alumnos es construido por él, basándose en sus propias apreciaciones y valores diferenciales que le designa a cada uno de sus alumnos. Por lo tanto, el maestro conoce a sus alumnos, los clasifica, categoriza, o mejor dicho los etiqueta.

El etiquetamiento es una clasificación que se aplica a una persona, suele hacerse en función a: su forma de pensar, de ser, su apariencia, su conducta, su personalidad, su procedencia geográfica, su ideología, etc.

Todo etiquetamiento pone en marcha un sistema de expectativas dado que un enunciado descriptivo es también un enunciado prescriptivo ya que está dotado de una cierta fuerza que contribuye a la ocurrencia del rasgo o acontecimiento descripto. A su vez, la expectativa que un sujeto tiene de otro, influye en el tipo y calidad de la relación que mantiene con él, por lo que el acto de nombramiento–clasificación tiene más fuerza entonces en aquellos que institucionalmente detentan una posición de mayor autoridad.

Cada docente tiene a disposición un repertorio de categorías mentales, es decir, de  casilleros vacíos, etiquetas o tipologías que  utiliza  para moverse en  el mundo; algunas de estas categorías son generales, como por ejemplo “buenos- malos” “lindos-feos” etc. Otras, son específicas y  sirven para ordenar y conocer conjuntos específicos de objetos que forman  parte del campo de actuación. Todos clasificamos y somos clasificados.

Cuando en el ejercicio de la docencia, se tipifica, se colocan nombres a los  alumnos, llenando casilleros vacíos o etiquetando cualidades reales o supuestas, se está contribuyendo, quizás inconscientemente, a producir aquello que se designa. Es así que las clasificaciones  o predicciones que realiza el maestro sobre el alumno tiene gran poder sobre el aprendizaje.

El aprendizaje humano resulta de la interacción de la persona con el medio ambiente. Es el resultado de la experiencia, del contacto del hombre con su entorno. Este proceso, inicialmente es natural, nace en el entorno familiar y social; luego, simultáneamente, se hace deliberado (previamente planificado). La evidencia de un nuevo aprendizaje se manifiesta cuando la persona expresa una respuesta adecuada  interna externamente.

Aprendizaje es un cambio duradero (o permanente) en la persona. Parte de la aprehensión, a través de los sentidos, de hechos o información del medio ambiente. El aprendizaje es un desarrollo de la inteligencia, está centrado en cambios de la estructura cognoscitiva, moral, motivacional y física del ser humano.

Es así que cuando el docente etiqueta al alumno genera en él un cambio  en su  conducta  a nivel intelectual, emocional, social. Es decir  el sentido del aprendizaje lo da la relación  con situaciones cotidianas dentro del contexto educativo como así también fuera de él, con la propia experiencia, con situaciones reales, etc. Esto se manifiesta como   tipos de atribuciones de causalidad determinista, que le permite al maestro introducir límites de aprendizajes a los alumnos, transformando las diferencias en desigualdades naturales.

Tal como lo expresa Baquero:”…se juzga su educabilidad como incapacidad  de ser educado y no como una potencialidad de las situaciones educativas que promuevan el desarrollo”.[2]


Desarrollo

El poder de las clasificaciones del docente

La institución escolar se debate entre el “etiquetar” y el “desetiquetar”. Etiqueta y destino  se atraen y se resisten a la vez. Es decir, se atraen porque el docente al clasificar promueve  que los alumnos sean lo que ellos clasifican y al mismo tiempo se resisten a esa clasificación. Los actos  de nominación establecen los límites o construcciones   y, a la vez, las expectativas.

La práctica del maestro se realiza “con” y “sobre”  otras personas: alumnos, padres de familia, colegas, etc. Para ejercer su oficio, necesita conocer a aquellos con quienes se relaciona.

Cada docente cuenta con una gama de categorías, es decir,  etiquetas  o rótulos a que utilizan para desplazarse  en el mundo. Algunas de ellas son muy generales, como por ejemplo “buenos – malos”, “lindos – feos”, “interesado – desinteresado”, “espiritual – material”, “fuerte – débil”, “distinguido – ordinario”, “alto – bajo”, “izquierda – derecha”, etc. Otras constituyen aspectos específicos y sirven para ordenar y conocer. El docente rotula a sus alumnos y, a su vez, es rotulado por ellos.

Ahora bien, el “etiquetamiento” no es una operación inocente. Cuando etiquetan y dicen: Horacio es “disciplinado”, José es “inteligente”, Juanita es “vanidosa” o Carlitos es “desordenado”; Luján es la que “distrae” en clases, Joaquín es el que “no hace nada”; no solo están describiendo o nombrando “objetivamente” ciertas características reales del niño. Al nombrar y etiquetar, realizan un acto productivo. En parte  construyen aquello que nombran. Obviamente la productividad varía según las capacidades y atribuciones del sujeto que están condicionando.

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