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Clizia


Enviado por   •  1 de Agosto de 2014  •  Tesis  •  13.038 Palabras (53 Páginas)  •  141 Visitas

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Clizia

Personajes

Palamedes

Cleandro

Eustaquio

Nicómaco

Pirro

Sofronia

Damón

Doria

Sóstrata

Raimundo

Canción

Cúan alegre es el día/ en que las antiguas memorias/ hacen que ahora sean mostradas y celebradas por vosotros/ se ve porque todas las gentes amigas/ se han agrupado en esta ciudad. Nosotros, que pasamos nuestra vida/ en los bosques y en las selvas,/ hemos hasta aquí venido,/ yo, ninfa y nosotros, pastores,/ y juntos vamos cantando nuestros amores./ ¡Días claros y tranquilos! ¡Feliz la bella comarca/ donde se escuchaba el sonido de nuestro canto!/ Por lo tanto, alegres y jocundos,/ con nuestro cantar/ haremos compañía a estas empresas vuestras;/ con tan dulce harmonía,/ como nunca antes fue escuchada por vosotros:/ y luego nos iremos,/ yo, ninfa, y vosotros, pastores,/ y volveremos a nuestros antiguos amores.

Prólogo

Si regresaran al mundo los mismos hombres, como regresan los mismos hechos, jamás pasarían cien años sin que nos encontrásemos otra vez juntos haciendo las mismas cosas que ahora. Esto se dice porque ya en Atenas, noble y antiquísima ciudad de Grecia, vivía un gentilhombre a quien, no teniendo otros hijos más que un varón, por casualidad fue a parar una pequeña muchacha en su casa, la cual fue muy honestamente criada por él hasta al edad de diecisiete años. Sucedió después que, contemporáneamente, él y su hijo se enamoraron de ellas: en la concomitancia de ese amor surgieron muchos hechos y extrañas desgracias, pasados los cuales, el hijo la tomó por esposa y con ella vivió muy felizmente por mucho tiempo.

¿Qué diréis vosotros, que este mismo evento sucedió, pocos años atrás, una vez más en Florencia? Y, queriendo nuestro autor representaros uno de los dos, ha elegido el florentino, juzgando que podáis tomar mayor placer de éste que de aquél; porque Atenas está destruída; las calles, las plazas, los lugares no se reconocen; además, esos ciudadanos hablaban en griego, y vosotros no entenderíais esa lengua. Por lo tanto, aceptad el caso que sucedió en Florencia y no esperéis reconocer a la familia o a los hombres, porque el autor, para huir de la responsabilidad, ha convertido los verdaderos nombres en nombres ficticios. Mucho desea, antes de que empiece la comedia, que veáis a los personajes, para que, al recitarla, los conozcáis mejor. Salid aquí todos afuera, para que el pueblo os vea. Aquí están. ¿Véis cómo vienen tranquilos? Ponéos así en fila, uno al lado del otro. Vosotros véis. Ese primero es Nicómaco, un viejo lleno de amor. Ese que está al lado es Cleandro, su hijo y rival. El otro se llama Palamedes, amigo de Cleandro. Esos dos que siguen, uno es el siervo Pirro, el otro es el administrador Eustaquio, los cuales, cada uno quisiera convertirse en el marido de la amante de su patrón. Esa mujer que viene luego es Sofronia, la esposa de Nicómaco. Aquella otra mujer que sigue es Doria, su sirvienta. De esos últimos dos que quedan, uno es Damón, la otra es Sóstrata, su mujer. Hay otra persona, la cual, por tener aún que venir desde Nápoles no os será mostrada. Creo que es suficiente, y que ya los habéis visto bastante. El pueblo os despide: regresad adentro.

Esta fábula se llama: “Clizia”, porque así se llama la muchacha que se disputa. No esperéis verla, porque Sofronia, que la ha criado, por pudor, no desea que salga. Por lo tanto, si hubiese alguien que la cortejase, tendrá paciencia. Y me queda por deciros, dado que el autor de esta comedia es un hombre muy educado y le dolería, si, al verla recitar, apareciera alguna deshonestidad. Él no cree que la haya; sin embargo, si ante vosotros se apareciera, se excusa de esta forma. Las comedias se inventan para ser útiles y para entretener a los espectadores. En verdad, a cualquier hombre, y sobre todo a los jovencitos, es de provecho conocer la avaricia de un viejo, el furor de un enamorado, los engaños de un siervo, la avidez de un parásito , la miseria de un pobre, la ambición de un rico, las lisonjas de una meretriz, la poca fe de todos los hombres. De cuyos ejemplos están llenas las comedias y todas estas cosas pueden representarse con una enorme honestidad. Mas, deseando entretener, es necesario hacer reir a los espectadores: lo que no puede hacerse manteniendo el hablar grave y severo, porque las palabras que hacen reir, o son estúpidas, o injuriosas, o amorosas; es, por lo tanto, necesario, representar a personas estúpidas, maldicientes o enamoradas: y por eso esas comedias, que están llenas de estas tres clases de palabras, están llenas de risa; a las que les faltan, no encuentran quien las acompañe con la risa.

Por lo tanto, queriendo nuesto autor entretener y, en alguna parte, hacer reir a los espectadores, sin introducir en esta comedia suya a personas estúpidas y habiendo decidido abstenerse de hablar mal, ha necesitado recurrir a las personas enamoradas y a los hechos que nacen del amor. Donde haya alguna cosa deshonesta, será dicha de tal manera que estas mujeres puedan escucharla sin enrojecer. Sentíos contentos, pues, por prestarnos vuestros benignos oídos: y, si os sentís satisfechos escuchando, nosotros nos esforzaremos, actuando, de satisfaceros.

Acto I

Escena I: Palamedes, Cleandro

P.: ¿Sales de casa tan temprano?

C.: Tú, ¿de dónde vienes tan temprano?

P.: De hacer un asunto mío.

C.: Y yo voy a hacer otro o, mejor dicho, a tratar de hacerlo porque no tengo certeza de si lo haré.

P.: ¿Y es cosa que pueda decirse?

C.: No sé; pero bien sé que es una cosa que con esfuerzo puede lograrse.

P.: Vamos, quiero irme, porque veo cómo el estar acompañado te fastidia; y por esto siempre he rehuído tratarte, porque siempre te he encontrado mal dispuesto y lunático.

C.: Lunático, no, pero enamorado, sí.

P.: ¡Tomá! ¡Tú me colocas en mi lugar!

C.: Palamedes mío, no sabes la mitad de lo que deberías saber. Yo he vivido siempre desesperado, y ahora más que nunca.

P.: ¿Cómo es eso?

C.: Lo que te he celado hasta ahora, quiero contarlo ahora, ya que he llegado al punto en que necesito ayuda de alguien.

P.: Si antes estaba contigo a disgusto, ahora estaré peor, porque siempre escuché que son tres las clases de hombres de los que hay que huir: cantores, viejos y enamorados. Pues, si frecuentas a un cantor y le cuentas una cuestión tuya, cuando crees que te escucha, te descuelga un “ut , re, mi, fa, sol, la” y gorgojea una canción en su garganta. Si estás con un viejo, mete la cabeza en cuantas iglesias encuentra y va a todos los altares

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