Contrapublicidad
Enviado por erickykaty • 9 de Diciembre de 2011 • 4.113 Palabras (17 Páginas) • 421 Visitas
ensayo de contapublicidad
La publicidad, el principal canal de difusión de
la ideología consumista, es unidireccional, no admite
respuesta. Transmite de forma normalizada valores hedonistas,
individualistas y el consumo como la vía más
exitosa de distinción social. Y sin embargo, lo que mejor
define el consumo de los casi 2000 millones de
personas que formamos parte de la clase consumista
es la distribución injusta de la riqueza, el agotamiento
de los recursos y un ilusorio progreso infinito, basado
en lo económico, que no parece hacernos más felices.
ConsumeHastaMorir es una reflexión sobre la
sociedad de consumo en la que vivimos, utilizando uno
de sus propios instrumentos, la publicidad, para mostrar
hasta qué punto se puede morir consumiendo. El
grupo se formó en el año 2002 dentro de Ecologistas
en Acción, una confederación de ámbito estatal fruto
de la unificación, en 1998, de más de 300 grupos ecologistas.
Los textos e imágenes que contiene este libro
son una selección del trabajo de ConsumeHastaMorir,
contrapublicidades que responden al monólogo comercial
a base de descubrir el papel ideológico que juega la
publicidad y el discurso de las grandes empresas anunciantes
que la sustenta.
INTRODUCCIÓN
A lo largo de las últimas décadas, el consumo de recursos naturales,
bienes y servicios ha aumentado de forma espectacular. Casi
un tercio de la población mundial forma parte de una sociedad de consumo
para clases medias que pone a prueba cada día, en millones de
supermercados, tiendas y centros comerciales, el mayor sistema productivo
jamás conocido. Se trata de un modelo basado en la fabricación
en serie, la producción a gran escala, la concentración empresarial y
la globalización económica. Al final de toda la cadena, el ciudadano ha
pasado a ser sobre todo cliente y el consumo, la vía más importante de
identificación social.
Fabricar diferencias
A principios del siglo XX, comprar un automóvil era considerado
un lujo. La construcción de coches todavía quedaba en manos de
artesanos cualificados, pero en pocos años terminó por desarrollarse
una transformación espectacular: la división del trabajo según teorías
de Taylor y la cadena de montaje en la fábrica de Higland Park permitieron
a Ford pasar de producir 10.000 vehículos en 1908 a 300.000
en 1916. Durante los 19 años que estuvo disponible en el mercado el
resultado de esta revolución productiva, el Ford modelo T, se vendieron
15 millones de unidades y su precio llegó a descender hasta un cuarto
del inicial. Henry Ford dijo, por entonces, que sus trabajadores debían
ser también clientes de la empresa y desarrolló una publicitaria subida
de sueldos para tal fin. Había comenzado la sociedad de consumo de
masas.
Décadas después, durante los años cincuenta, una variada gama
de nuevos objetos de consumo, como lavadoras, aspiradoras, secadoras
y tostadoras, comenzó a poblar los mercados integrándose en el
imaginario colectivo. La idea de confort se convirtió en el reclamo esencial
en un modelo que, sin embargo, todavía era sinónimo de homogeneidad:
la de los bienes y servicios que había que adquirir para no quedar
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fuera de esa naciente clase media consumidora. Es entonces cuando el
vertiginoso ritmo de renovación de los productos y su calculada obsolescencia
satura la comunicación de alusiones comerciales y hasta parece
que los objetos que el mercado ofrece se constituyen en sílabas de un
nuevo lenguaje del estatus social. “En la Enciclopedia, el hombre pudo
ofrecer un cuadro completo de los objetos prácticos y técnicos de que
estaba rodeado. Después se rompió el equilibrio: los objetos cotidianos
(no hablo de máquinas) proliferan, las necesidades se multiplican, la producción
acelera su nacimiento y su muerte, nos falta un vocabulario para
nombrarlos”, diría Baudrillard a finales de los sesenta1.
El mercado de electrodomésticos del hogar, estandarte del consumo
en décadas anteriores, estaba en los años setenta saturado de
modelos y marcas. El automóvil, símbolo de bienestar de esta próspera
clase consumidora, se había extendido en EEUU hasta llegar a la cifra de
un coche por cada dos ciudadanos. Así que pronto la publicidad utilizará
de forma normalizada eslóganes como “Porque yo lo valgo” o “Don’t
imitate, innovate” y apuntará abiertamente al ego del consumidor como
método. Entonces, en vez de prometer el acceso a la clase media, el
consumo se va presentando como la llave de su salida, como una herramienta
de diferenciación. Pero esta vez, la diferenciación es para clases
medias y la industria del lujo, reducida hasta ahora al compromiso radical
con lo exclusivo, comienza a ser una paradójica aspiración asequible2.
Mientras, la cadena fordista iba siendo sustituida por el más
eficiente laboratorio de fabricación japonés, del que Toyota es el más exitoso
representante (con más ventas de automóviles estos últimos años
en EEUU que la propia Ford o la General Motors). Una cultura de eficiente
practicidad oriental llamada Lean management recorre ahora la fábrica
postfordista y, sin embargo, la verdadera revolución productiva en el
consumo de las clases medias tiene un epicentro con bastante menos
glamour: millones de personas trabajando durante doce horas diarias,
con raquíticos sueldos, sin protección laboral ni miramientos ambientales.
De momento, y en una perspectiva global, el modelo maquila (talleres
de producción manual ubicados en países del Sur) sigue triunfando
sobre la fábrica automatizada de alta tecnología y, como resultado, los
países más poblados de mano de obra barata, China, Corea o India, se
han convertido en pocas décadas en “las fábricas del mundo”.
Comprar intangibles
Las empresas europeas, japonesas y estadounidenses, mientras
tanto, van progresivamente dejando de producir y, por lo tanto, de
mantener las condiciones laborales de aquellos que fabricaban sus productos:
“Las empresas dejan de comprar mano de obra para
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