Corazonada
Enviado por Crislaguerta • 12 de Marzo de 2013 • 1.526 Palabras (7 Páginas) • 579 Visitas
CORAZONADA
Apreté dos veces el timbre y en seguida supe que me iba a quedar.
Heredé de mi padre, que en paz descanse, estas corazonadas. La
puerta tenía un gran barrote de bronce y pensé que iba a ser bravo
sacarle lustre. Después abrieron y me atendió la ex, la que se iba.
Tenía cara de caballo y cofia y delantal. "Vengo por el aviso", dije. "Ya
lo sé", gruñó ella y me dejó en el zaguán, mirando las baldosas.
Estudié las paredes y los zócalos, la araña de ocho bombitas y una
especie de cancel.
Después vino la señora, impresionante. Sonrió como una Virgen, pero
sólo como. "Buenos días." "¿Su nombre?" "Celia." "¿Celia qué?" "Celia
Ramos." Me barrió de una mirada. La pipeta. "¿Referencias?" Dije
tartamudeando la primera estrofa: "Familia Suárez, Maldonado 1346,
teléfono 90948. Familia Borrello, Gabriel Pereira 3252, teléfono
413723. Escribano Perrone, Larraíaga 3362, sin teléfono." Ningún
gesto. "¿Motivos del cese?" Segunda estrofa, más tranquila: "En el
primer caso, mala comida. En el segundo, el hijo mayor. En el tercero,
trabajo de mula." "Aquí", dijo ella, "hay bastante que hacer". "Me lo
imagino." “Pero hay otra muchacha, y además mi hija y yo ayudamos.
" "Sí señora." Me estudió de nuevo. Por primera vez me di cuenta que
de tanto en tanto parpadeo. "¿Edad?" "Diecinueve." "¿Tenés novio?"
"Tenía." Subió las cejas. Aclaré por las dudas: "Un atrevido. Nos
peleamos por eso." La Vieja sonrió sin entregarse. "Así me gusta.
Quiero mucho juicio. Tengo un hijo mozo, así que nada de sonrisitas ni
de mover el trasero." Mucho juicio, mi especialidad. Sí, señora. "En
casa y fuera de casa. No tolero porquerías. Y nada de hijos naturales,
¿estamos?" "Sí señora." ¡Ula Marula! Después de los tres primeros días
me resigné a soportarla. Con todo, bastaba una miradita de sus ojos
saltones para que se me pusieran los nervios de punta. Es que la vieja
parecía verle a una hasta el hígado. No así la hija, Estercita,
veinticuatro años, una pituca de ocai y rumi que me trataba como a
otro mueble y estaba muy poco en la casa. Y menos todavía el patrón,
don Celso, un bagre con lentes, más callado que el cine mudo, con
cara de malandra y ropas de Yriart, a quien alguna vez encontré
mirándome los senos por encima de Acción. En cambio el joven Tito,
de veinte, no precisaba la excusa del diario para investigarme como
cosa suya. Juro que obedecí a la Señora en eso de no mover el trasero
con malas intenciones. Reconozco que el mío ha andado un poco
dislocado, pero la verdad es que se mueve de moto propia. Me han
dicho que en Buenos Aires hay un doctor japonés que arregla eso,
pero mientras tanto no es posible sofocar mi naturaleza. 0 sea que el
muchacho se impresionó. Primero se le iban los ojos, después me
atropellaba en el corredor del fondo. De modo que por obediencia a la
Señora, y también, no voy a negarlo, pormigo misma, lo tuve que
frenar unas diecisiete veces, pero cuidándome de no parecer
demasiado asquerosa. Yo me entiendo. En cuanto al trabajo, la gran
siete. "Hay otra muchacha" había dicho la Vieja. Es decir, había. A
mediados de mes ya estaba solita para todo rubro. "Yo y mi hija
ayudamos", había agregado. A ensuciar los platos, cómo no. A quién
va a ayudar la vieja, vamos, con esa bruta panza de tres papadas y
esa metida con los episodios. Que a mí me gustase Isolina o la
Burgueño, vaya y pase y ni así, pero que a ella, que se las tira de
avispada y lee Selecciones y Lifenespañol, no me lo explico ni me lo
explicaré. A quién va a ayudar la niña Estercita, que se pasa
reventándose los granos, jugando al tenis en Carrasco y
desparramando fichas en el Parque Hotel. Yo salgo a mi padre en las
corazonadas, de modo que cuando el tres de junio (fue San Cono
bendito) cayó en mis manos esa foto en que Estercita se está bañando
en cueros con el menor de los Gómez Taibo en no sé qué arroyo ni a
mí qué me importa, en seguida la guardé porque nunca se sabe. ¡A
quién van ayudar! Todo el trabajo para mí y aguantate piola. ¿Qué
tiene entonces de raro que cuando Tito (el joven Tito, bah) se puso de
ojos vidriosos y cada día más ligero de manos, yo le haya aplicado el
sosegate y que habláramos claro? Le dije con todas las letras que yo
con ésas no iba, que el único tesoro que tenemos los pobres es la
honradez y basta. Él se rió muy canchero y había empezado a
decirme: "Ya verás, putita", cuando apareció la señora y nos miró
como a cadáveres. El idiota bajó los ojos y mutis por el foro. La Vieja
puso entonces cara de
...