Cumbria
Enviado por Gianmarco Tello Mena Castro • 23 de Noviembre de 2015 • Ensayo • 1.593 Palabras (7 Páginas) • 55 Visitas
Cumbria, Inglaterra – 1983
Tras escuchar la alarma del estrepitoso reloj, desganado extendí mi brazo buscando aquella fría y metálica superficie que congela mi cuerpo por breves instantes cada mañana. La palma de mi mano daba contra la madera de la mesa de noche, siendo capaz de percibir su aspereza. Una aspereza que marcaba el paso del tiempo con cada abertura que poseía. Tras encontrar el objeto, lo aplasté sin pensarlo dos veces. El chirrido se detuvo, el delicado eco que dejó atrás esfumándose. Cubrí mi rostro con las sábanas, hundiéndome al sentir la calidez de estas contra mis mejillas, moldeando el resto de mi cuerpo que descansaba sobre finas plumas. El sol que se rehusaba a dejarme tranquilo por más que mis cortinas estuvieran cerradas hacía la tarea aún peor. Deseaba dormir un par de minutos extras. Jamás había tenido los anhelos suficientes para dejarme vencer por mi propio cuerpo pero, por alguna extraña razón, no deseaba alejarme de su calidez.
Volví a hundirme bajo la almohada, bloqueando todo rayo que provenía de mi pequeña ventana. Una ligera ventisca se hizo paso, siendo incapaz de percibirla. Su melodía cantaba al ingresar a mi recámara, meciendo los objetos que yacían ordenados. Pocas cosas se encontraban ahí, siendo más que vacíos recuerdos que jamás pedí tener. El espacio que me rodea abrumaba mis sentidos, siendo incapaz de bañarme en sus lujos.
Le di la espalda a la puerta, dando directo con la pared.
Solté un suspiro invisible, uno de los muchos que dejo escapar, deleitándome en la corta vida que poseen. Si mi vida fuese un suspiro, esta hubiera acabado hace mucho. Deseo que acabe pronto. Amigos. Familia. Compañeros de clase. Profesores. Novio. Novia. Jefes. Superiores. Amos. Sirvientes. Todos son falsos, pretendiendo. Tengo que vivir de ellos algún día. No quiero que mi vida sea entregada a manos de personas que podrán manipularla con sencillez, jugando con mi corazón. Rompiéndolo con un martillo es el inicio, para luego volverlo a unir. Una vez más lo aplastan y el ciclo se repite hasta que, en un momento, no se puede reparar. Las piezas no calzan en su lugar, muchas se pierden en el camino. Te tratan como una marioneta. Cortan los hilos para volverlos a atar a su gusto. No pienso estar atado a alguien de esa manera. Por eso, todos los días, imploro que mi vida, que esta agonía del simple hecho de respirar, caminar, comer, existir, cese por completo.
Prefiero que estén atados a mí. Manejar cada una de sus acciones. Que devoten sus vidas a mí.
Deseaba reír por lo bajo por aquellos sombríos pensamientos. El saber que la vida es tan vacía mientras una sarta de seres patéticos se aferran a algo que eventualmente finalizará es suficiente incentivo para levantarme. Verlos luchar para sobrevivir es interesante. Verlos sufrir es mi diversión. Por más que desee que mi mundo acabe pronto, cierta parte de mí se apegó a dichos individuos. Es irónico, a decir verdad. No quiero vivir de ellos de algún día. Deseo que vivan de mí y, aun así, me veo ligado a la dependencia al ser casi mi única razón de vivir.
La segunda alarma del reloj comenzó a sonar.
Torpemente, una vez más, estiré mis brazos hacia este. La acción de rodar mi cuerpo fue una imprudencia de mi parte. Andaba enredado entre las delicadas sábanas, abrigado con la esponjosa almohada. Todavía con los ojos cerrados, fruncí el ceño al no encontrar el maldito botón. Mi cuerpo cada vez se acercaba al borde del abismo. Una vez que volví a encontrarlo, perdí el equilibrio, cosa que imaginaba que sucedería eventualmente dada mi pereza. Sentir el caer de mi cuerpo, un espacio momentáneo que fueron simples fracciones de segundos fue hermoso. La inseguridad de saber si dolerá o no. El instante en el que el estómago se hunde por el vértigo. El dolor que vendrá después. Si tan solo una caída de estas fuese suficiente para extinguir mi vida con un simple golpe en la cabeza. Disfrutando el suceso, un nuevo sonido se hizo paso en mi mente. Un llanto opacó mis sentidos, apoderándose de mis tímpanos. El saber que le causaría dolor me estrujó. Admito que la detesto, incluso la odio pero, por más que me enferme el repetírmelo constantemente, es imposible que deje de apreciarla.
Me pregunto si algún día seré capaz de desligarme de este innato deseo de sobreprotección hacia un llanto de dolor y angustia, algo más que me impide ser libre. Los lazos familiares que nos unen son más fuertes que mi apatía.
Maldecí por lo bajo luego de que mi cabeza rebotara en el piso de madera. Abrí los ojos, encontrándome con el techo. La gran araña de metal me recibió, los cristales que colgaban de sus patas retumbando con el eco de mi caída. Me costaba mover mi cuerpo, al estar atorado entre las sábanas. Estas seguían colgadas hasta la mitad con mi cama, mientras que la otra porción andaba en mí. Estaba por levantarme pero, el odioso sonido de su llanto retornó, destrozando toda ilusión de ser capaz de desligarme de este mundo por completo.
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