De la calle en el partido de fútbol
Enviado por writter17 • 18 de Febrero de 2015 • Ensayo • 1.207 Palabras (5 Páginas) • 134 Visitas
FÚTBOL, FÚTBOL, CONDENADO FÚTBOL (Enero, 1974)
Mi nombre es Juan, y siempre he amado el Futbol, siempre lo he jugado desde que tengo memoria y puedo recordar algunas cosas que me han pasado. Cuando jugaba en la calle era normal escuchar…
- ¡Pasála, morfón!
El eterno grito que le tiraban a cada rato a Walter, un habilidoso nato pero que como todo gran jugador del suburbio no largaba la pelota ni a palos. Solamente tiraba un pase si se veía rodeado por tres o más rivales y estaba a punto de perderla, o cuando la pelota caía en la zanja del costado de la calle, o cuando ya podrido de las críticas de sus compañeros la tocaba con soberbia para entregarla mal, de manera que el receptor del pase la perdía indefectiblemente y él, en una demostración más de superioridad futbolera, tenía elementos para retrucar.
- ¡Ves que te la paso y la perdés siempre, gilazo!.
La cosa que la pisaba lindo y de vez en cuando embocaba unos golazos antológicos. Los
partidos en la calle se habían convertido en verdaderos clásicos, aún a despecho de los vecinos que emitían continuas quejas tratando de abortar y eliminar definitivamente este noble deporte. Por un tiempo nos retiramos de las canchas asfaltadas y largas y nos fuimos a jugar a la cancha de golf, un parque verdísimo que quedaba a nueve o diez cuadras de casa, al lado de las vías. Allí, después que se terminaban las rondas vespertinas de algunos golfistas cogotudos, entrábamos en malón a través de un agujero en el alambrado y nos poníamos en la esquina del campo que daba a la avenida. El pasto era tupido y firme, siempre recién cortadito y con un olor que llenaba placenteramente los pulmones. Pisando ese suelo acolchonado nos sentíamos como en la cancha de Ríver, por lo menos. Al principio el cuidador de la cancha, un viejo bastante malhumorado, nos dejaba jugar en un rincón, pero ante las quejas de los propietarios se suspendieron los permisos, aunque el alambrado seguía roto.
Al parecer nadie se enteró de la prohibición porque se continuó igual la actividad futbolera, pero ahora un poco más cerca del agujero de salida y siempre alerta ante un potencial ataque del cuidador. Los equipos se armaban antes de entrar al campo, no sea cosa de perder tiempo precioso de juego dentro del predio. Ni bien pisábamos la gramilla se acomodaban dos pulloveres de cada lado a manera de arco e inmediatamente daba comienzo el match. Qué lindo era tirarse a los pies sin los temidos raspones del asfalto, sin impregnar las medias y zapatillas con el insoportable olor a podrido del agua estancada de la calle.
Pero los partidos no duraban más de media hora. Siempre en lo mejor del encuentro aparecía} el cuidador malandra, que al principio trataba de convencernos con palabras un poco animosas pero con algún atisbo de cordialidad para que abandonáramos el predio pero luego, al comprender que no iba a ser fácil privarnos de la libertad verde de correr y patear la pelota con todas las ganas pisando esa alfombra vegetal, un día se apareció con una escopeta con balas de sal.
Sin dar tiempo a nada comenzó a disparar al montón de pibes que huían desesperados,
dejando en el camino pulloveres y pelota y un gol de último momento que por supuesto fue anulado.
Justo ahora que íbamos ganando se le ocurre rajarnos al viejo éste.
Un balazo le pegó a Walter en la pierna, cerca de la cola y lo dejó rengo hasta llegar a casa.
Entre gritos de dolor ardiente fue curado con quién sabe qué ungüento que le puso El Taelo, especialista de fútbol de la cuadra y jugador
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