Dedos De Luna M
Enviado por marco24polo13 • 28 de Noviembre de 2013 • 729 Palabras (3 Páginas) • 407 Visitas
dedos de luna
Texto: Tony Johnston Ilustración: Leonel Maciel
Toño vivía en Guerrero, tierra salvaje, donde las nubes negras cubren de
repente el paisaje y las lluvias feroces golpean la montaña.
Don Gregorio su abuelo, era muy diferente. Era la persona mas tierna que
él conocía. Era más tierno que la hierba mecida por el viento y que las
palomas que se arrullaban en el camino de tierra frente a su casa.
Don Gregorio hacía todas las máscaras del pueblo: retratos esmaltados y
brillantes, diablos de ojos penetrantes, reyes, murciélagos o sapos,
monstruos de ojos vacíos. Estas máscaras, nacidas en su interior más
recóndito, se utilizaban para la danza de la cosecha.
Todos los días Toño y su abuelo se pasaban muchas horas en el taller
trabajando las máscaras. Sólo usaban zompantle, porque es una madera
seca y ligera.
-Una máscara no debe ser una carga-decía don Gregorio- Debe ser parte de
la cara; ligerita como un velo para que hasta los pies se sientan livianos y
jubilosos cuando bailen celebrando el cambio de estación.
Un día, escuchando a su abuelo, Toño se quedó mirándole las manos. Eran
unas manos maravillosas, morenas, bordadas de arrugas y gruesas venas.
No eran grandes, por extraño que parezca, sino largas y fuertes, de uñas
anchas y planas, rematadas por lunas blancas.
-Abuelito- dijo Toño-.
-¿Qué?- contestó el abuelo-.
-Tienes lunas en los dedos, ¡mira qué grandes y blancas!
-Sí- dijo el abuelo: sus ojos oscuros chispearon con humor-.
-Tengo dedos de luna-.
-¡Dedos de luna!, ¡dedos de luna¡- Toño se reía y bailaba sobre el aserrín
con una máscara a medio terminar. El abuelo también reía.
A veces, mientras trabajaban, don Gregorio contaba historias de las danzas.
A Toño le gustaban los cuentos de danzantes que cantaban, saltaban y se
movían al ritmo de la música, hasta que las máscaras parecían cobrar vida.
A veces cuando se cansaban de trabajar, Toño tomaba del brazo a su abuelo
y paseaban juntos bajo el sol. Miraban a las mujeres haciendo tortilla, y
oían el murmullo del río sobre las rocas y el parloteo de los guajolotes.
-Creo que la próxima máscara la voy a hacer de guajolote- decía el abuelo. Y
se reían.
Un día, a la luz del atardecer, don Gregorio colgó lentamente una máscara
en la pared, que relucía con el reflejo del sol poniente. Sus arrugas estaban
talladas como gruesas venas. Su barba caía levemente. Era la cara de un
anciano.
-Creo que ésta será la última máscara- dijo don Gregorio- Ya estoy cansado.
-Entonces yo las haré-dijo Toño, con en broma-, y tú descansas.
-Está bien- respondió el
...