Despertando La Conciencia Dormida Con Un Paseíto Al Infierno
Enviado por Cegonza • 17 de Julio de 2015 • 1.238 Palabras (5 Páginas) • 141 Visitas
Despertando la conciencia dormida con un paseíto al infierno
Rocío A. González Poblete
Hace un tiempo ya, siendo pequeños, se nos hicieron tantas preguntas, que aún no podemos responder a todas, como por ejemplo la típica ¿qué les gustaría ser cuando grandes? Y a esto dimos siempre respuestas extraordinarias: bomberos, astronautas, pintores, conductores de algún enorme camión, en fin, de alguna u otra forma, queríamos ser héroes, partiendo de cosas no muy complejas. En esos tiempos todo parecía más sencillo, fantástico y a la vez real, verdaderamente sentíamos que podíamos hacer cualquier cosa, pues nada nos parecía lo bastante difícil. Y ahora, tal cual estamos hoy, sin pensar absolutamente en nada, ni la ropa que llevamos puesta, ni la hora a la que nos despertamos, ni lo que pensamos mientras desayunábamos, si anoche antes de dormirnos elevamos o no una oración, si ayudamos a alguien a subir la escalera del metro; sin cambiar nada de este momento, aceptando con firmeza todo lo que hemos hecho estos años, en los que se supone hemos crecido, debemos replantearnos la pregunta y saber si en realidad lo estamos haciendo bien, si nuestra vida se ha construido en base a nuestros principios y valores, esos que nos han formado durante este tiempo, y recordamos las enseñanzas que una vez nos dieron y nos dan a diario nuestros padres, hermanos, abuelos, algún buen amigo, o quién sabe, el vagabundo que vimos ayer y creímos que no podría decirnos de que se trata la vida. Al instante de reflexionar cuál sería entonces esa pregunta, tal vez podría ser ¿nos sentimos satisfechos con lo que somos, en quienes nos hemos convertido?, ¿esperamos algo más de nosotros?, ¿somos verdaderamente buenos?, ¿seguimos a diario los pasos de Cristo? No nos parece fácil cuando lo planteamos así, por lo que sabemos que nadie podría dar fe de esto, ya que cuando nacemos la única certeza que tenemos es que algún día moriremos. Entonces nos proponemos una nueva interrogante un tanto más ruda ¿qué tal si cada hombre supiera como es el verdadero infierno y por sus pecados el lugar que en éste le corresponde? o si muriéramos hoy, en este preciso instante, ¿seríamos capaces de decir con convicción que nuestra alma es merecedora del cielo?
Bien sabemos, sin mentirnos a nosotros mismos y con una mano en el corazón que todos y sin excepción caemos en el pecado a diario y que también en éste nacimos, que es lo que conocemos como el pecado original del cual nos redimimos al bautizarnos, Dios nos acepta como sus hijos, con todas nuestras imperfecciones. Sin embargo, a pesar del perdón volvemos a caer, nuestra naturaleza de una u otra manera hace que tendamos al mal, como se plasma en el cuestionamiento que hace Virgilio a Dante: ¿por qué te entregas de nuevo a tu aflicción? ¿Por qué no asciendes al delicioso monte que es causa y principio de todo goce? Sabiendo que tenemos todo para actuar bien, que la creación de Dios es perfecta y nosotros somos la máxima expresión de ella, no consideramos la responsabilidad que esto trae consigo, aun así tomamos el camino fácil confiados en la misericordia divina, sin medir las consecuencias de nuestros actos y decisiones, somos capaces de andar por las calles mostrando nuestra mejor cara como si no tuviéramos nada de que arrepentirnos ¡En verdad creemos que por el solo hecho de ser hijos de Dios tenemos el cielo ganado! Cómo es posible que seamos tan ingenuos…
Propongámonos pues un “paseíto” al infierno, pero no a cualquier lugar, sino al mismísimo territorio situado bajo las tierras de Jerusalén que Dante nos esboza, el que nace con la caída de Lucifer, siendo todo en éste un eterno sufrimiento. Planteémonos un mundo en que el castigo perpetuo que se nos muestra
...