Dias De Combate

La mirada del buitre blanco

Héctor Belascoarán Shayne estaba ya harto de ser parte del “sistema”. Solo en la ciudad aburrida y monótona, con el sabor de los cigarrillos ya sólo en la memoria, harto de pensar ¿para qué quiero a Claudia? Y de preguntarse si apellidarse Belascoarán Shayne realmente valió la pena las horas de hacer cola para registrar la pistola y sacar la cédula de detective, Porque lo cierto es que El cerevro fue el motor que llevó a Belascoarán a disfrutar su trabajo.

Conseguir los periódicos fue cosa fácil, acomodarlos no tanto, no cuando un plomero pelado y entrometido que no tiene respeto por el oficio se la pasa desacomodando el rompecabezas de pistas y mentando madres; a fin de cuentas Héctor no tenía la más remota idea de cómo iba a atrapar a un estrangulador cuyas víctimas no tenían nada en común que no fuera el sexo femenino. Mala suerte.

Y hablando de suerte, qué mejor cebo que un buen botín de 64 mil pesos acompañados de un sabelotodo en materia de estranguladores famosos. Ese fue, en mi opinión el mejor movimiento de Belascoarán, pues no solo atrajo al asesino, sino a una serie de pistas y de mujeres de (¿cómo decirlo?) buena suerte.

La muchacha de la cola de caballo, por ejemplo, fue una gran ayuda en todo este proceso de adueñarse de la ciudad. Primero por sospechosa, después voluntariamente, se convirtió en una guía para Héctor a través de los oscuros caminos de la ciudad bajo la acechante mirada del cerevro. Su historia, muy conmovedora, buen móvil para ser asesina, pero aunque no era ella, creo que se hubiera apoderado muy rápido de la ciudad, después de todo, hizo lo que Belascoarán no pudo hacer.

Elisa, ¿quién no desearía una hermana tan… comprensiva? En lo personal, si comiendo con mi hermano me estallara una bomba, yo huyo despavorida. Me atrevo a decir que es de buena suerte porque si no fuera por ella, Héctor no hubiera comprado el carro, y su presencia atenuó las consecuencias de los atentados.

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