Doctrina Social De La Iglesia
Enviado por andreita25 • 15 de Marzo de 2014 • 2.436 Palabras (10 Páginas) • 346 Visitas
UNA NUEVA MIRADA: DESDE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
Por Élver Sánchez Celis
Toda realidad de Colombia o de cualquier país, persona, familia o lugar puede ser vista desde diversas
miradas, que no siempre son Verdad, ni son confiables. Es decir, en el caso de Colombia, ver la realidad
desde los políticos es muy diferente a verla desde unos estudiantes de universidad pública llenos de
ilusiones en una lucha social, en movimientos revolucionarios propios de un proceso de búsqueda de
identidad personal y social (no obstante, sí hay quienes tienen convicciones profundas para luchar y
perseverar), pero el caso es que cada quien mira, analiza y critica la realidad según sus intereses, sus
emociones e ideales de momento.
Ver la realidad es ir más allá de lo evidente y del problema mismo; es asumir la mirada bondadosa de
Cristo, que no se llenó sólo de emociones, sino que vió con amor, juzgó con criterio y verdad y luego actuó
con caridad y firmeza. De esta manera es preciso que nuestro contexto sea visto con ojos de misericordia,
no de pesares o de discursos altruistas, sino con acción que dinamice y movilice, es ver la realidad no con
ingenuidad sino con justicia y actitud entrañable de amor.
La justicia social es fundamento del pensamiento social de la Iglesia, inspirada en el Evangelio; en el
comienzo de la Iglesia los santos padres predicaron la justicia social. Veamos algunos mensajes:
“No es tu bien el que distribuyes al pobre. Le
devuelves parte de lo que le pertenece, porque
usurpas para ti sólo lo que fue dado a todos, para
el uso de todos. La tierra a todos pertenece, no
sólo a los ricos”, San Ambrosio.
“Nadie tiene derecho a reservar para uso exclusivo
aquello que es superfluo, cuando a otros, les falta lo necesario”
San Agustín
“Porque Era Desplazado y Me Acogiste” (Castro y García, 2001)
Parafrasear las bienaventuranzas evangélicas propuestas por Jesús, se convierten en un imperativo
dentro del contexto de vida en Colombia, que muy bien lo comprendió, asumió y enseñó el Padre Rafael
García Herreros, no simplemente como parte de su trabajo y convicción apostólica, sino más aún, como
vocación profunda, como hecho intrínseco de su propia existencia, como necesidad vital de construcción
social en su propio terruño, como hombre espiritual comprometido y dispuesto al servicio, que
comprendió la verdadera vocación humana, desde aquel texto (Gaudium Et Spes, Concilio Vaticano II,
1967) que recomendó a las orillas del hermoso y majestuoso río Catatumbo:
“Yo quiero que todos vosotros le{is este librito portentoso, resumen de un estudio gigantesco
hecho por los m{s inteligentes peritos del Concilio Vaticano 2°(<)
En este pequeño libro que lo deben leer los políticos, los estudiantes, los periodistas y todos
los Católicos, y aún los no cristianos, se estudia la vocación del hombre.
La dignidad de la persona humana, el sentido de la vida en el mundo. Y algunos de los
problemas más urgentes del mundo actual”. (García-Herreros, 2009, Recopilación de textos
inéditos)
Pero, ¿cuál es esa vocación a la dignidad humana, que es preciso reconstruir, resignificar y fortalecer? Más
aún cuando, desde nuestra labor profesional o de estudio en Uniminuto o en cualquier otro ambiente,
dentro de nuestra realidad colombiana, es un clamor y un llanto silencioso que golpea la profundidad de
la conciencia expresada en el rostro de tantos hombres, mujeres y niños que a diario vemos en la pantalla
gigante de nuestro propio contexto urbano y rural.
Bien lo define ese “pequeño folleto”, como lo expresa el Padre Rafael García (inédito, 2009) que el
misterio del hombre sólo se comprende en el misterio del Verbo encarnado y es el misterio de Amor,
donde se manifiesta plenamente y se descubre esa altísima vocación (Gaudium Et Spes). Vocación que no
es otra que la misma dignidad humana, por la que incansablemente luchó y perseveró el Padre Rafael
García Herreros y desde cuya misión edificó la obra Minuto de Dios.
Dignidad humana que comprende la promoción integral, desde una opción preferencial por los pobres, en
una auténtica liberación que lleva a la transformación de la persona, haciéndolo sujeto de su propio
desarrollo, tal como se menciona en Aparecida(2007). En este sentido la bienaventuranza se reconstruye
en una realidad contextual como es la situación de desplazamiento: “porque era desplazado y me
acogiste”, es pues, dichoso, bienaventurado, feliz; aquel que fortalece su proyecto existencial con un claro
y maduro horizonte de sentido: ver en el otro, el rostro vivo de Cristo, descubriendo desde la mirada del
Amor, el misterio encarnado y sublime de la dignidad de la persona humana, a la que es preciso acoger
con la generosidad del corazón de tal manera que permita al desplazado y a todo ser humano, reconstruir
su propio proyecto de vida de manera justa y digna, como lo expresan Castro y García (2001).
No obstante, reconstruir la persona, los ambientes familiares, la sociedad lacerada, las comunidades y el
tejido social, requiere puntualmente una profunda y sincera conversión epistemológica, que consiste en
elaborar nuevas construcciones y comprensiones de la realidad humana y social, es reelaborar y releer la
historia, las situaciones del otro y de la propia persona, estructurando nuevas visiones del ser existencial,
fortaleciendo y precisando el horizonte de sentido que permita mover la vida, animar la existencia y
reorientar las acciones.
Esta conversión permite nuevos descubrimientos, incluso como concluye el Padre Mejía (2002) es preciso
estar enamorado de Dios, pero del Dios encarnado, el Dios de la Vida, el Dios que ha asumido el dolor
como oblación para levantar al hombre caído, no simplemente enamorarse de un Dios abstracto, etéreo y
dogmático que no se vive, ni se siente en ese proceso de conversión y descubrimiento epistemológico.
Es ahí, donde está el horizonte de sentido, la tarea por hacer, la lección por revisar, a todo ser humano,
empezando por mí desde mi propio contexto de educador, de estudiante, desde mi papel de desplazado,
de víctima y/o de victimario, desde mi particular realidad. Estructurando un proyecto personal de vida,
orientado a una mirada de misericordia y de samaritanidad, de construcción personal y social, de acogida
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