Doña Maria La Mujer Y El Servicio Social
Enviado por lorenitta25 • 19 de Marzo de 2014 • 2.085 Palabras (9 Páginas) • 337 Visitas
La mujer y el servicio social
Por Maria Carulla de Vergara
Hay actualmente una inquietud respecto del ideal femenino, que produce con creciente intensidad polémicas apasionadas. No se trata tanto de una inquietud de las mujeres, cuanto de una inquietud respecto de la mujer, compartida igualmente por éstas y por los hombres. Cualquiera que sea la opinión que sobre este asunto se tenga, todos podemos coincidir en la aceptación del hecho de que la sociedad busca nuevos rumbos y posibilidades de expansión para la mujer. Nosotras buscamos nuevos modos de ser y de obrar, en tanto que los hombres buscan nuevos tipos de mujer. Hay un desengaño y hasta una aversión creciente hacia esa concepción del ideal femenino que se tiene por tradicional ¿qué hay en la mujer ideal, que sea tan repudiable, y qué en las orientaciones del feminismo que sea tan atrayente? ¿Qué valores defienden los tradicionalistas o antifeministas y por cuáles luchan los modernos?
Las gentes de cada generación llaman antiguo o tradicional lo que fue característico de las dos o tres generaciones que las precedieron inmediatamente. El conocimiento de la historia antigua se resume para la mayoría en el recuerdo de las costumbres de sus abuelos, y a veces de sus padres. El sentido de la vida y de las costumbres de un siglo atrás entran en una categoría distinta de lo tradicional, que es la de lo desconocido. Así que, en lo relativo al ideal femenino, hemos de entender por tradicional aquel en que se inspiraron las generaciones durante la última mitad del siglo pasado y los comienzos del presente, tanto en Europa Central, como en América y especialmente en la América Latina, que ha venido inspirándose en los ideales franceses durante dicho lapso. Me parece fácil ponerse de acuerdo en que tal ideal está caracterizado en el romanticismo. Para la mentalidad romántica, de la cual quedan aún suficientes ejemplares para la comprobación, la jerarquía de los valores femeninos está encabezada por la belleza y seguida por la gracia, la fragilidad, la timidez, la ternura, la ignorancia, la domesticidad, el sentimentalismo y la piedad. El hombre romántico al entrar a su casa anhela despojarse de todo cuanto hace la vida de la calle fatigosa aunque interesante, sobre todo de las preocupaciones intelectuales, ya sean las que trae la lucha antirreligiosa como las que trae la revolución política. En el hogar todo ha de ser supresión de cualquier esfuerzo intelectual y satisfacción de todas las exigencias lícitas de la animalidad. La mujer, ocupada en ser bonita, en alimentar su sentimentalismo con una piedad que el hombre le tolera con aire de compasiva superioridad, en desempeñar las interminables e imperceptibles labores de ama de llaves, no tiene oportunidad ni experimenta la necesidad de ilustrarse y mucho menos la de ponerse al servicio del bienestar y progreso sociales.
Este concepto del ideal femenino contra el cual protestan más o menos todas las corrientes feministas, está como penetrado de cierto ambiente espiritual que lo inspira y respalda y sin el cual no hubiera podido ser concebido. Me refiero al laicismo o naturalismo que afectó no sólo la concepción del Estado, sino la del hogar. La mujer, para la mentalidad laicista, no es siquiera respetable. Es una criatura que vale en la medida en que es joven, bella, atractiva, tierna y hasta hacendosa, siempre que haya un hombre que pague ese valor. ¡Embriagador sentido de la vida para la joven que sin esfuerzo alguno de su voluntad, se encontraba de un momento a otro ante el espectáculo de los hombres rendidos a sus plantas! ¡Desolador sentido de la vida para la mujer cuya inteligencia y voluntad piden objetos más propios que el culto incierto y fugaz del hombre!
El laicismo llevó la desazón, el descontento y el tedio al alma de la mujer lo mismo que a la del hombre; y así como éste ha empezado a buscar su redención en nuevos órdenes políticos y en ideales de grandeza puramente material que sólo han conseguido llevarle a una desolación sin precedentes, así también la mujer ha empezado a buscar su redención en formas de vida, que resultan revolucionarias para la mentalidad y costumbres románticas.
La mujer no podía soportar el estatuto de inferioridad espiritual e intelectual en que la estableciera el laicismo romántico y, estimulada por la general inquietud de los espíritus, trata de reivindicar su dignidad de persona inteligente y libre, que se ve modelada por el ambiente social y que, al mismo tiempo, comprende que puede y debe ejercer influencia en su medio. Desgraciadamente, en muchas orientaciones feministas se echa de menos un conocimiento exacto del mal que combate y del bien que anhela y, en ocasiones, con pretexto de combatir errores tradicionales, se combate lo poco o mucho que de valioso y digno de conservarse había en el modo de vivir de nuestros antepasados sin que sea remplazado por efectivas reivindicaciones. Se pone mucho entusiasmo en hacer cosas distintas a las que hacían las mujeres de fin de siglo, cuando lo esencial está en el modo como se hacen las cosas y en el espíritu que anima esas acciones.
Hay, sin duda, situaciones que, como la guerra, obligan a la mujer a cambiar su modo habitual de vivir; puede aceptare, en principio que la sociedad moderna tiene la necesidad de que la mujer movilice sus actividades hacia campos distintos del hogar de cada una. Sería sin embargo, grave error pensar que toda la inquietud actual de la mujer es una búsqueda de ocupaciones que nuestras antepasadas miraron como exclusivas del hombre. Prueba de ello es el traslado en masa de las mujeres pobres hacia las fábricas y oficinas, sin que tan gran cambio haya sido provocado por una campaña ideológica que lo haga aceptable a las conciencias tradicionales. Lo que la mujer ha de hacer por necesidad imperiosa, lo hace sin pedir permiso a la conciencia pública. El hondo sentido de esa inquietud femenina es el de la búsqueda de su razón de ser, de su misión en la vida. Es la búsqueda de una dignidad que no sea un obsequio galante pero misericordioso del hombre, sino un valor íntimo, absoluto, independiente de que el hombre o determinada sociedad lo comprenda y otorgue. Esta inquietud tiene como fuente el
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