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EL COLONIALISMO INTERNO. EL QUIEBRE DE LA CORPORALIDAD.


Enviado por   •  27 de Julio de 2016  •  Biografía  •  1.947 Palabras (8 Páginas)  •  301 Visitas

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EL COLONIALISMO INTERNO. EL QUIEBRE DE LA CORPORALIDAD.

La filosofía política y social, en sus múltiples y diversas expresiones, se constata unidireccionalizada, por las herencias coloniales de corte occidental. Sobre todo cuando somos invitados a tomar conciencia de las estructuras del pensamiento que organizan los sistemas vigentes. Ya desde el simple hecho de  nuestra llamada nacionalidad, en la que se estereotipan un sinfín de envoltorios, etiquetas impuestas que deslegitiman el ser más profundo, pensaba por ejemplo en la caracterización del “Ser salvadoreño”, moreno y  chaparro, parodiando a Roque Dalton en su “poema de amor” en el que hace una descripción del salvadoreño, desde sus posibilidades históricas, por su  puesto contextualizada en un momento que a él le tocó vivir, y que tampoco, desdice las posibilidades de analizar la realidad en el aquí y ahora de la historia de Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, México….  Cada uno con sus matices particulares.

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En la complejidad de lo propio y lo ajeno, la encrucijada comienza cuando la perspectiva histórica esta previamente diseñada para contarse desde los vencedores, y no desde los vencidos… la historia del mundo Patas arriba, la escuela del mundo al revés, de Eduardo Galeano, en el que se puede redescubrir las aleatoriedades ideológicas que envuelven la vida cotidiana de la individualidad y la colectividad.

De las páginas 30 y 31 de la versión digital de la historia del mundopatas arriba, la escuela del mundo al revés de Eduardo Galeano.

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En la América hispana, un nuevo vocabulario ayudó a determinar la ubicación de cada persona en la escala social, según la degradación sufrida por la mezcla de sangres. Mulato era, y es, el mestizo del blanco y negra, en obvia alusión a la mula, hija estéril del burro y de la yegua, mientras muchos otros términos fueron inventados para clasificar los mil colores generados por los sucesivos revoltijos de europeos, americanos y africanos en el Nuevo Mundo. Nombres simples, como castizo, cuarterón, quinterón, morisco, cholo, albino, lobo, zambaigo, cambujo, albarazado, barcino, coyote, chamiso, zambo, jíbaro, tresalbo, jarocho, lunarejo y rayado , y también nombres compuestos, como torna atrás, ahí te estás, tente en el aire y no te entiendo , bautizaban a los frutos de las ensaladas tropicales y defendían la mayor o menor gravedad de la maldición hereditaria.  

De todos los nombres, no te entiendo es el más revelador. Desde eso que llaman el descubrimiento de América, llevamos cinco siglos de no te entiendos. Cristóbal Colón creyó que los indios eran indios de la India, que los cubanos habitaban China y los haitianos Japón. Su hermano, Bartolomé, fundó la pena de muerte en las Américas quemando vivos a seis indígenas por delito de sacrilegio: los culpables habían enterrado estampitas católicas para que los nuevos dioses hicieran fecundas las siembras. Cuando los conquistadores llegaron a las costas del este de México, preguntaron: «¿Cómo se llama este lugar?». Los nativos contestaron: «No entendemos nada», que en lengua maya de ese lugar sonaba parecido a Yucatán, y desde entonces Yucatán se llama así. Cuando los conquistadores se internaron hasta el corazón de la América del Sur, preguntaron: «¿Cómo se llama este lago?». Los nativos contestaron: «¿El agua, señor?», que en lengua guaraní sonaba parecido a Ypacaraí, y desde entonces se llama así el lago de las cercanías de Asunción del Paraguay. Los indios siempre fueron lampiños, pero en 1694, en su Dictionnaire universel , Antoine Furetiére los describió velludos y cubiertos de pelo, porque la tradición iconográfica europea mandaba que los salvajes fueran peludos como monos. En 1774, el fraile doctrinero del pueblo de San Andrés Itzapan, en Guatemala, descubrió que los indios no adoraban a la Virgen María sino a la serpiente aplastada bajo su pie, por ser la serpiente su vieja amiga, divinidad de los mayas, y también descubrió que los indios veneraban la cruz porque la cruz tiene la forma del encuentro de la lluvia con la tierra. Al mismo tiempo, en la ciudad alemana de Kanigsberg, el filósofo Immanuel Kant, que nunca había estado en América, sentenció que los indios eran incapaces de civilización y que estaban destinados al exterminio. Y en eso andaban, la verdad sea dicha, aunque no por méritos propios: no eran muchos los indios que habían sobrevivido a los disparos del arcabuz y del cañón, al ataque de los virus y de las bacterias desconocidas en América, y a las jornadas infinitas del trabajo forzado en los campos y en las minas de oro y plata. Y habían sido muchos los condenados al azote, a la hoguera o a la horca por pecado de idolatría: los incapaces de civilización vivían en comunión con la naturaleza y creían, como muchos de sus nietos creen todavía, que sagrada es la tierra y sagrado es todo lo que en la tierra anda o de la tierra brota.

Y continuaron los equívocos, de siglo en siglo. En Argentina, a fines del siglo XIX, se llamó conquista del desierto a las campañas militares que aniquilaron a los indios del sur, aunque en aquel entonces la Patagonia estaba menos desierta que ahora. Hasta hace pocos años, el Registro Civil argentino no aceptaba nombres indígenas, por ser extranjeros . La antropóloga Catalina Buliubasich descubrió que el Registro Civil había resuelto documentar a los indios indocumentados de la puna de Salta, al norte del país. Los nombres aborígenes habían sido cambiados, por nombres tan poco extranjeros como Chevroleta, Ford, Veintisiete, Ocho, Trece, y hasta había indígenas rebautizados con el nombre de Domingo Faustino Sarmiento, así completito, en memoria de un prócer que sentía más bien náuseas por la población nativa.

La identidad

¿Dónde están mis ancestros? ¿A quiénes he de celebrar? ¿Dónde encontraré mi materia prima? Mi primer antepasado americano... fue un indio, un indio de los tiempos tempranos. Los antepasados de ustedes lo han desarrollado vivo, y yo soy su huérfano.

(Mark Twain, que era blanco, en The New York Times, 26 de diciembre de 1881.)

Si bien el objetivo último de esta temática nos remite a la descolonización o la decolonización, sin entrar en la complejidad semiótica conceptual de este término, ó como dice, con claridad  Walter Mignolo, y de lo que nos ocupamos más en esta oportunidad: “desnaturalizar la matriz colonial del Poder”[1] sobre todo cuando por ejemplo, nos damos cuenta que, de la América Latina de la que podríamos enorgullecernos no es más que el proyecto de una élite criolla y mestiza que ganó la independencia de España y Portugal, en complicidad con el mercado británico, el republicanismo francés y la filosofía alemana.[2].

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