EL ORIGEN DEL DIA DE MUERTOS
Enviado por kriiz_moon • 23 de Septiembre de 2013 • 5.011 Palabras (21 Páginas) • 329 Visitas
EL ORIGEN DEL DIA DE MUERTOS
Pablo Sandoval Hernández
Asesor de la Unidad Centro
Sin duda alguna la celebración del día de muertos en México, es una de las fiestas más importantes en muchas comunidades indígenas y mestizas, sin embargo, no se trata de una fiesta con rasgos netamente prehispánicos, sino por el contrario, es la fusión de dos tradiciones: la indígena y la española. Es en sí, es una mezcla de elementos culturales, misma que da por resultado una de las fiestas mexicanas que más trascendencia tiene, con un toque característico que la diferencia de cada comunidad.
Los días en que se lleva a cabo la celebración no son para todos los pueblos el 1 y 2 de noviembre, como lo marca el calendario católico; pues muchos grupos indígenas comienzan la conmemoración a sus familiares fallecidos desde el 28 de octubre y la terminan el 3 de noviembre.
Como ya se mencionó, ésta festividad tiene dos raíces, la prehispánica y la española y para tener claro los elementos de una y otra cultura que a la fecha se presentan en las celebraciones hechas a los muertos en diversas regiones del país, es conveniente hablar un poco de las tradiciones prehispánicas dedicadas al culto a los muertos y de la influencia española que éstas recibieron a raíz de la Conquista.
Antecedentes prehispánicos a este culto
Dentro de la cosmovisión que tenían los antiguos nahuas de los diversos fenómenos naturales, vida y muerte eran temas de gran importancia; así, en este sentido, la muerte era concebida como una transición entre la vida en la tierra y una nueva vida en el más allá, en compañía de los Dioses.
«Para los antiguos mexicanos la oposición entre la muerte y la vida no era tan absoluta como para nosotros. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable.» (1)
En este contexto, se puede apreciar la idea de que el hombre era un intermediario entre el cielo y la tierra y el responsable de la conservación del cosmos, cuya misión radicaba en perpetuar la creación. «La vida no tenía función más alta que desembocar en la muerte, su contrario y complemento; y la muerte a su vez, no era un fin en sí; el hombre alimentaba con su muerte la voracidad de su vida insatisfecha...(2)
La creación continua del universo dependía del hombre, de la energía vital que era liberada en sacrificios, penitencias, heridas y muertes; rituales que liberaban la sangre humana: «Agua Preciosa», Chalchiuatl, sustento del sol.
Para Eduardo Matos el sacrificio era «... el pago que el hombre da a la deidad por el sacrificio que ésta realizó en el tiempo mítico para dar vida al hombre». (3)
Octavio Paz refiere que «... El sacrificio poseía un doble objeto: por una parte, el hombre accedía al proceso creador (pagando a los dioses simultáneamente, la deuda contraída por la especie); por la otra, alimentaba la vida cósmica y la social, que se nutría de la primera.» (4)
Los lugares a donde iban los muertos eran diversos y no dependían de cómo había sido su comportamiento en la tierra, sino del tipo de muerte que habían sufrido. Estos lugares eran la morada de diferentes deidades, de tal manera que las almas de los difuntos se incorporaban al acompañamiento de los dioses, a los que pertenecían dichas moradas.
Los lugares eran: el Tonatiuhichan, el Cihuatlampa, el Tlalocan, el Mictlan y el Xochatlapan o Tamoanchan. El Mictlan o lugar de los muertos era la morada de Mictlantecuhtli (el dios de los infiernos y la oscuridad) y de Mictecacihuatl. Este sitio se asociaba con el lado norte y contaba con una serie de inframundos dispuestos en nueve niveles; en el más bajo residían los dioses del infierno y los muertos. A este sitio iban los difuntos por muerte natural, ya sea por vejez o por enfermedades ordinarias. El difunto debía emprender su viaje por los nueve infiernos, pasando diferentes pruebas hasta alcanzar, después de cuatro años, el descanso definitivo; es decir, su desaparición total; por eso se dice que el Mictlan era el lugar donde se acababan y fenecían los difuntos.
El cuerpo de estos muertos se cremaba y con los restos se preparaba un bulto que se enterraba en la casa del difunto. Junto a él se depositaban varias ofrendas y objetos necesarios para que el muerto llegara a su destino, el Mictlan. El muerto tenía que cruzar un río, el Chicnahuapan (Nueve Aguas), que corría por debajo de la tierra de occidente a oriente y conectaba las aguas del mar sobre el que estaba la tierra. Para el cruce era necesaria la ayuda de un perro que sacrificaban para enterrarlo con el finado, cuando éste llegaba al río, le estaba esperando su perro para pasarlo a la otra orilla, cargándolo en el lomo.
El muerto debía también cruzar los vientos de obsidiana (Itzeheccayan) donde éstos soplaban tan helados que cortaban como navajas de obsidiana; para esto se le enterraba con ropas de papel que lo cobijaran. Además, se enterraban con el muerto provisiones para su viaje y ofrendas para que las diera a su llegada a los dioses dueños del lugar. (5)
Estos difuntos habitaban en este inframundo de manera similar a la vida que habían llevado en la tierra, por lo que se les enterraba con sus herramientas de trabajo. Si la persona era noble, se le ponía una piedra preciosa llamada chalchihuitl (jade) y se sacrificaban con él esclavos para que le sirvieran en el otro mundo.
"Y para los señores que se morían hacían muchas y diversas cosas de aparejos de papeles, que eran un pendón de cuatro brazas de largura, hecho de papeles y compuesto de diversos plumajes; y así también mataban veinte esclavos y otras veinte esclavas, porque decían que como en este mundo habían servido a su amo, así mismo han de servirle en el infierno; y el día que quemaban al señor, luego mataban a los esclavos y esclavas con saetas, metiéndoselas por la olla de la garganta, así mismo podrían quemarlos junto con su Señor". (6)
A la gente común le ponían una piedra de menor valor texoxoctli (piedra de navaja) que debía servirle de corazón. El Tlalocan (lugar de Tláloc -dios de la lluvia- y de la diosa Chalchiuhtlicue «Naguas de Jade») estaba situado en el primero de los cielos, por encima de la superficie de la tierra, en él también estaba la luna y era identificado como el oriente.
A este lugar iban aquellos que morían ahogados, por la acción de un rayo durante una tormenta o por enfermedades como la hidropesía, la lepra, afecciones pulmonares y fiebre. Las víctimas que se sacrificaban a los dioses del agua también iban a este sitio. En este lugar vivían eternamente. A estos muertos no se les cremaba sino que eran enterrados con un bastón, adornos de papel típicos
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