EL ORIGEN DEL MONACATO Y DE LOS MONASTERIOS
Enviado por Daniel Cordero • 28 de Noviembre de 2015 • Síntesis • 20.333 Palabras (82 Páginas) • 1.202 Visitas
1. EL ORIGEN DEL MONACATO Y DE LOS MONASTERIOS
Sabemos que los primeros monjes del cristianismo fueron aquellos que, en el entorno del siglo IV, buscaron ya una vida de soledad para entregarla a Dios. A estos pioneros les conocemos como «Padres del Desierto» ya que vivían en las zonas más apartadas de los actuales territorios de Egipto, Turquía y Siria retirándose al desierto donde vivieron como ermitaños. La vida en solitario de estos monjes (del latín monachus, solitario) pronto fue sustituida por comunidades pequeñas que organizaban su vida según una regla y en torno a un edificio común, llamado monasterio.
Fueron personajes destacados del cristianismo los que comenzaron a regular la formación de estos primeros monasterios en occidente, como San Jerónimo en el siglo IV, o San Agustín, quien redactó la regla monástica más antigua conocida para una comunidad, que no estaba compuesta por monjes, sino por sacerdotes.
Una vez creados los primeros monasterios se fueron experimentando diferentes fórmulas para el desarrollo de la vida en ellos. Así en la Península Ibérica, en época hispanovisigoda (entre los siglos VI y VIII), surgieron los monasterios familiares dúplices (compuestos por hombres y mujeres de una misma familia), en los que se vivía bajo las Reglas de San Leandro, San Isidoro de Sevilla y San Fructuoso (como ocurrió en el Bierzo) o monjas que afrontaron en soledad un encierro voluntario en sus residencias.
La figura más importante del monacato fue San Benito de Nursia, que vivió en Italia, entre los años 480 y 555. Escribió la Regla Benedictina, que fue seguida desde entonces por los llamados «monjes negros», haciendo alusión al color de sus hábitos. Se desarrolló a partir del siglo VI y establecía que debían combinar el rezo y el trabajo manual (ora et labora), sometiéndose a la pobreza, al silencio y a la obediencia.
Según esta Regla, la oración u ofi cio divino, podía llevarse a cabo de manera privada (lectio divina) o de forma conjunta, en el coro cantando salmos. Igualmente la Regla de San Benito abogaba por la autosufi ciencia económica de los monasterios, establecía la autoridad indiscutible del abad y la sujeción de la vida monacal a un estricto horario, que permitía organizar los rezos y los trabajos a lo largo de cada jornada.
La importancia de la Orden fue creciendo, recibiendo el apoyo decidido del papado, como el de Gregorio el Magno en el siglo VII. Carlomagno, junto con su hijo Luís el Piadoso, impusieron en el Concilio de Aquisgrán, en 817, la regla de San Benito para todo el Imperio Carolingio.
Una reforma muy importante de la Orden de San Benito, fue la realizada en el siglo IX en el monasterio franco de Cluny. A partir de este momento, los monasterios se convirtieron en entidades autónomas, fuera de la influencia del poder político y episcopal sometiéndose sólo a la autoridad papal. El desarrollo de la Orden fue tan grande, que en el siglo XI llegó a contar con mil quinientas fundaciones por toda Europa, acumulando riquezas y poder. Fue tal su extensión que en sus manos estuvo la difusión de la reforma gregoriana, la extensión del arte románico, así como la tradición del culto a las reliquias.
Con el paso de los siglos y la ramificación de la Orden, las premisas de austeridad del inicio de sus tiempos, fueron perdiéndose, ya que los monasterios contaban cada vez con mayor poder económico y político. Este alejamiento de la norma básica, provocó el surgimiento de corrientes renovadoras que proclamaban la vuelta al rigor de la vida monacal que se había perdido en los monasterios cluniacienses. Estas corrientes se plasmaron en la aparición de nuevas órdenes como los Cartujos, los Premostratenses o los Cistercienses.
2. ORIGEN DEL CISTER Y SUS FUNDADORES
A raíz del surgimiento de estas nuevas corrientes, en el siglo XI la comunidad de monjes de Cluny, que a lo largo de dos siglos había acumulado un enorme poder y se había convertido en la gran orden monacal europea, no tuvo más remedio que admitir la existencia de voces críticas que se rebelaban contra el status quo. De este modo, frente al protagonismo de los abades en la política y lo mundano, todo ello muy lejano de la penitencia, pobreza y soledad que tenían que practicar para seguir fielmente la Regla de San Benito, los monjes renovadores recuerdan que los monasterios debían dedicarse a una vida de oración, trabajo y acogida de peregrinos.
Una de estas corrientes renovadoras es la Orden del Cister, y el personaje más destacado es
Roberto de Molesmes. Nacido en el seno de una familia noble, siguió una costumbre bien establecida en la Edad Media y se hizo monje muy joven, llegando a ser prior y abad. Pronto abandonó el relajamiento cluniacense y fundó en 1075 un nuevo monasterio en Molesme, que abandonó para fundar el de Císter, en Cíteaux, la antigua Cistercium romana (de Cistel = juncos), situada cerca de Dijon, en 1098.
Sabía que no conseguiría satisfacer su ideal de soledad y pobreza en Molesmes donde los partidarios de la tradición se oponían a los de la renovación. Por ello, Roberto obtuvo la autorización de Hugues de Die, legado del Papa, y aceptó un lugar solitario ubicado en el bosque pantanoso de la baja región de Dijon para retirarse y practicar, con la mayor austeridad, la regla de San Benito. El lugar se lo propusieron el duque de Borgoña, Eudes I, y sus primos lejanos los vizcondes de Beaune. Alberico y Esteban Harding, así como otros veintiún monjes fervorosos, lo acompañaban. Se instalaron el 21 de marzo de 1098 en el lugar conocido como La Forgeotte, alodio concedido por Renard, vizconde de Beaune, para fundar allí otra comunidad denominada durante un tiempo el novum monasterium.
Los inicios del novum monasterium, en edificios de madera rodeados de una naturaleza hostil, fueron difíciles para la comunidad. La nueva fundación se benefició, no obstante, del apoyo del obispo de Dijon. Eudes de Borgoña también dio muestras de generosidad; Renard de Beaune, su vasallo, cedió a la comunidad las tierras que lindaban con el monasterio.19 La benévola protección del arzobispo Hugues permitió la edificación de un monasterio de madera y de una humilde iglesia. Roberto tuvo el tiempo justo de recibir del duque de Borgoña una viña en Meursault, ya que, tras un sínodo celebrado en Port d’Anselle en 1099 que legitimó la fundación del novum monasterium, se vio obligado volver a Molesmes, donde encontraría la muerte en 1111.
La historiografía cisterciense censuró durante algún un tiempo la memoria de los monjes que regresaron a Molesmes. Así, los escritos de Guillermo de Malmesbury, y luego el Pequeño y el Gran Exordio, se hallan en el origen de la leyenda negra que, en el seno de la orden, persiguió a Roberto y a sus compañeros de Molesmes «a quienes no les gustaba el desierto.»
Allí intentó, junto con unos cuantos compañeros, recuperar una vida religiosa que se basaba en la regla benedictina original. Su sucesor, San Alberico, obtuvo en el año 1100 el reconocimiento de la nueva Orden por parte del Papa, que otorgó al monasterio el privilegio romano, lo que equivalía a ponerlo bajo la protección de la Santa Sede.
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