"ELIGE" Por MATÓN BIG JOE
Enviado por yulilulu • 3 de Julio de 2013 • 470 Palabras (2 Páginas) • 944 Visitas
Yo llegaba de la caza por las tardes. Husmeaba alrededor de la entrada del lugar para asegurarme que nadie me seguía y diera cuenta de dónde estaba guarecida mi prole. Luego, entraba mascullando un ¡Hola! gutural y un vaho espeso olor a murras se me salía por la laringe y gritaba de nuevo un ¡Querida, ya he llegado! y sólo después de ese segundo saludo al fondo, en la oquedad más negra del lugar, se dibujaba el bulto de ella, balanceándose de lado a lado, y se iba armando en degradé su figura hasta cuando ya estaba más cerca de la luz del fuego, al centro del recinto y era un espectáculo hermoso: yo aspiraba profundo, inhalaba el aire perfumado por los pozos de brea de alrededor y ella estaba allí, frente a mí, picada de mosquitos, el pelo hirsuto y semipegado al cráneo, con el sexo al aire, el chiquillo colgando de una teta fofa.
Ella me miraba y yo sabía que en esa mirada acuosa y expresiva que me dedicaba, me traspasaba un ¡Por fin has llegado! y yo, haciéndome el lindo, la miraba de arriba abajo, desnuda como iba, bella cubierta de pelos, hediendo a humo, a palos chamuscados a conejos desollados, a nidos de plumas y le devolvía a través de mi media lengua un ¡Te adoro!
Yo, descolgaba entonces la pequeña presa atontada de mi hombro, la dejaba caer, volteaba a mirar nuevamente, paranoico, la entrada y cuando estaba definitivamente seguro que nadie estaba allí afuera metía las dos patas –que no los pies- al fuego y por entre las hendiduras de dedo y dedo se filtraba la calidez del fuego. Ella me miraba absorta, como mira la mona Chita de Tarzán a Tarzán, mientras su perfil prognata se reflejaba en una de las paredes de caliza junto a la sombra del niño de ambos que dormía, sin tiempo, en un nido de hojas, junto al fuego.
Ella, se arrimaba a mi lado y me decía a media voz que qué quería para cenar, que ella asaría algo, con diligencia, que encendiera el televisor, que viera noticias mientras tanto y yo no podía hacer nada de eso pues yo sabía, en el fondo, que veinte mil años atrás en la historia, cosas como esas no existían y me abandonaba a seguir siendo lo que era: sentado en una piedra, oyendo crepitar las chamizas del fogón, hipnotizado en las lenguas del fuego.
Elige – me dijo una voz- y elegí despertar en medio del frío. Solo. Me senté al borde de la cama, entumecido. El reloj despertador marcaba las seis y cuarenta. Me vestía y, por cada botón de la camisa que abotonaba, por cada cordón de los zapatos que anudaba, por cada paso hacia la puerta, hacia la calle, avancé mil años. Añoré el tiempo primigenio. Era lunes.
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