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El Bagrecico


Enviado por   •  1 de Octubre de 2014  •  2.402 Palabras (10 Páginas)  •  352 Visitas

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Un viejo bagre, de barbas muy largas, decía con su boca ronca en el penumbroso remanso del riachuelo: “Yo conozco el mar. Cuando joven he viajado a él, y he vuelto”

Y en el fondo de las aguas se movía de un lado a otro contoneándose orgullosamente. Los peces niños y jóvenes le miraban y escuchaban con admiración. “¡Ese viejo conoce el mar!”.

Tanto oírlo, un bagrecico se le acercó una noche de luna y le dijo: “Abuelo, yo también quiero conocer el mar”.

-¿Tú?

-Sí, abuelo.

-Bien, muchacho. Yo tenía tu edad cuando realicé la gran proeza.

Vivían en ese remanso de un riachuelito de la Selva Alta del Perú, un riíto con lecho de piedras menudas y delgado rumor.

Palmeras y otros árboles, desde las márgenes del remanso, oscurecían las aguas. Esa noche, en un rincón de la pozuela iluminada tenuemente por la luna, el viejo bagre enseñó al bagrecito cómo debía llevar a cabo su viaje al lejano mar.

Y cuando el riachuelito se estremecía con el amanecer, el bagrecito partió aguas abajo. “Tienes que volver”, le dijo, despidiéndolo, el viejo bagre, quien era el único que sabía de aquella aventura.

El bagrecico sentía pena por su madre. Ella, preocupada porque no lo había visto todo el día, anduvo buscándolo. “Qué te sucede?, le preguntó el anciano bagre con la cabeza afuera de un hueco de la orilla, una de sus tantas casas.

-¿Usted sabe dónde está mi hijo?

-No. Pero lo que te puedo decir es que no te aflijas. El muchacho ha de volver. Seguramente ha salido a conocer mundo.

-¿Y si alguien lo pesca?

-No creo. Es muy sagaz. Y tú comprendes que los hijos no deben vivir todo el tiempo en la falda de la madre. Torna a tu casa… El muchacho ha de volver.

La madre del bagrecico, más o menos tranquilizada con las palabras del viejo filósofo, regresó a su casa.

El bagrecico mientras tanto, continuaba su viaje. Después de dos días y medio entró por la desembocadura del riachuelo en un riachuelo más grande.

El nuevo riachuelo corría por entre el bosque haciendo tantos zigzags, que el bagrecico se desconcertó. “Este es el río de las mil vueltas que me indicó el abuelo”, recordó. . . Su cauce de piedras y, partes, de arena, salpicado de pedrones, sobresaliendo de las aguas con plantas florecidas en el légamo de sus superficies; hondas pozas se abrían en los codos con multitud de peces de toda clase y tamaño; sonoras corrientes. . . El bagrecico seguía, seguía ora nadando con vigor, ora dejándose llevar por las corrientes, con las aletas y barbitas extendidas, ora descansando o durmiendo bajo el amparo de las verdes cortinas de limo. . .

Se alimentaba lamiendo las piedras, con los gusanillos que había debajo de ellas o embocando los que flotando en los remansos.

-¡De lo que me escapé! – se dijo, temblando. En una poza casi muerde un anzuelo con carnada de lombriz, . . .iba a engullirlo, pero se acordó del consejo del abuelo: “antes de comer, fíjate bien en lo que vas a comer”; así descubrió el sedal que atravesando las aguas terminaba en la orilla, en las manos del pescador, un hombre con aludo sombrero de paja. . .

Los riachuelos de la Selva Alta del Perú son transparentes; de ahí que los peces pueden ver el exterior.

El incidente que acababa de sucederle, hizo reflexionar al viajero con mayor seriedad sobre los peligros que le amenazaban en su larga ruta; además de los pescadores con anzuelo, las pescas con el barbasco venenoso, con dinamita y con red; la voracidad de los martín pescadores y de las garzas. . . también de los peces grandes…Aunque él sabía que los bagres no eran presas apetecibles para dichas aves, por sus aletas enconosas; ellas prefieren los peces blancos, con escamas…

Con más cautela y los ojos más abiertos prosiguió el bagrecico su viaje al mar.

En una corriente, colmada de la luz de la mañana de la mañana límpida, una vieja magra, toda arrugas, metida en las aguas hasta las rodilla, pescaba con las manso, volteando las piedras. El bagrecico se libró de las garras de la pescadora, pasando a toda velocidad. . .

“¡La misma muerte!”, se dijo, volviendo a mirar, en su carrera, a la huesuda anciana, y ésta le increpó con el puño en alto:¡”Bagrecico bandido!”

Dentro del follaje de un árbol añoso, que cubría la mitad del riachuelo, cantaban un montón de pájaros. El bagrecito, con las antenas de sus barbas, percibió las melodías de esos músicos y poetas de los bosques, y se detuvo a escucharlos.

Después de una tormenta, que perturbó la selva y el riachuelo, oscureciéndolos, el viajero ingresó en un inmenso claro lleno de sol; a través de las aguas ligeramente turbias distinguió un puente de madera, por donde pasaban hombres y mujeres con paraguas.

Pensó: “Estoy en la ciudad que el riachuelo de las mil vueltas divide en dos partes, como me indicó el abuelo. . .” ¡Ah, mucho cuidado!, se dijo luego ante numerosos muchachos que, desde las orillas, se afanaban en coger con anzuelos y fisgas los peces que en apretadas manchas, se deslizaban por sobre la arena o lamían las piedras, agitando las colas.

El bagrecico salvó el peligroso sector de la ciudad con bastante sigilo. En la ancha desembocadura del riachuelo de las mil vueltas, tuvo miedo; las aguas del riachuelo desaparecían, encrespadas, en un río quizá cien, doscientas veces más grande que su humilde riachuelo natal. Permaneció indeciso un rato. . . luego se metió con coraje en las fauces del río.

Las aguas eran turbias y corrían impetuosas. . . Peces gigantes, con los ojos encendidos, pasaban junto al bagrecito, asustándolo: “No tengo otro camino que seguir adelante”, se dijo resueltamente.

El río turbio, después de un curso por centenares de kilómetros por tupidas selvas, entregaba bruscamente sus aguas a otro mucho más grande. El bagrecico penetró en él ya casi sin miedo.

Se extrañó de escuchar un vasto y constante runrún musical.

Débese a la fina arena y partículas de oro que arrastran las violentas aguas del río.

En las externas curvas de este río caudaloso hierven terribles remolinos que son prisioneros no sólo para las balsas y canoas que, por descuido de los bogas, entran en ellos, sino también para los propios peces. Sin embargo, nuestro vivaz bagrecico los sorteaba manteniéndose firme a lo largo de las corrientes que pasan bordeándolos.

Cerros de sal, piedra, marginan también, en ciertos trechos, este río bravo. Blancas montañas resplandecientes. Al bagrecico se le ocurrió lamer

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