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El Concepto De Lo Político Carl Schmitt


Enviado por   •  24 de Agosto de 2011  •  6.479 Palabras (26 Páginas)  •  866 Visitas

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El concepto de lo político

Carl Schmitt

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El concepto del Estado supone el de lo político. De acuerdo con el uso actual del

término, el Estado es el status político de un pueblo organizado en el interior de unas

fronteras territoriales. Esto es tan sólo una primera aproximación, que no intenta

determinar conceptualmente el Estado, cosa que tampoco hace falta, pues lo que

interesa aquí es la esencia de lo político. Por el momento podemos dejar en suspenso

cuál es la esencia del Estado, si es una máquina o un organismo, una persona o una

institución, una sociedad o una comunidad, una empresa, una colmena o incluso una

«serie básica de procedimientos». Todas estas definiciones y símiles presuponen o

anticipan demasiadas cosas en materia de interpretación, sentido, ilustración y

construcción, y esto las hace poco adecuadas como punto de partida para una

exposición sencilla y elemental. Por el sentido del término y por la índole del fenómeno

histórico, el Estado representa un determinado modo de estar de un pueblo, esto es el

modo que contiene en el caso decisivo la pauta concluyente y por esa razón, frente a los

diversos status individuales y colectivos teóricamente posibles, él es el status por

antonomasia. De momento no cabe decir más. Todos los rasgos de esta manera de

representárselo -status y pueblo- adquieren su sentido en virtud del rasgo adicional de lo

político y se vuelven incomprensibles si no se entiende adecuadamente la esencia de lo

político.

Es raro encontrar una definición clara de lo político. En general, la palabra se utiliza

sólo negativamente, en oposición a otros conceptos diversos, por ejemplo en antítesis

como la de política y economía, política y moral, política y derecho, y a su vez, dentro

del derecho, entre derecho político y derecho civil etc. Es cierto que, dependiendo del

contexto y de la situación concreta, este tipo de contraposiciones negativas, en general

más bien polémicas, pueden llegar a arrojar un sentido suficientemente claro. Pero esto

no equivale todavía a una determinación de lo específico. Casi siempre lo «político»

suele equipararse de un modo u otro con lo «estatal», o al menos se lo suele referir al

Estado. Con ello el Estado se muestra como algo Político, pero a su vez lo político se

muestra como algo estatal, y éste es un circulo vicioso que obviamente no puede

satisfacer a nadie.

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El concepto de lo político

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Si se aspira a obtener una determinación del concepto de lo político, la única vía

consiste en proceder a constatar y a poner de manifiesto cuáles son las categorías

específicamente políticas. Pues lo político tiene sus propios criterios, y éstos operan de

una manera muy peculiar en relación con los diversos dominios más o menos

independientes del pensar y el hacer humanos, en particular por referencia a lo moral, lo

estético y lo económico. Lo político tiene que hallarse en una serie de distinciones

propias últimas a las cuales pueda reconducirse todo cuanto sea acción política en un

sentido específico.

Supongamos que en el dominio de lo moral la distinción dominio es la del bien y el mal;

que en lo estético lo es la de lo bello y lo feo; en lo económico la de lo beneficioso o lo

perjudicial, o tal vez de lo rentable y lo no rentable. El problema es si existe alguna

distinción específica, comparable a esas otras aunque, claro está, no de la misma o

parecida naturaleza, independiente de ellas, autónoma y que se imponga por sí misma

como criterio simple de lo político; y si existe, ¿cuál es?

Pues bien, la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las

acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo. Lo que ésta proporciona

no es desde luego una definición exhaustiva de lo político, ni una descripción de su

contenido, pero sí una determinación de su concepto en el sentido de un criterio. En la

medida en que no deriva de otros criterios, esa distinción se corresponde en el dominio

de lo político con los criterios relativamente autónomos que proporcionan distinciones

como la del bien y el mal en lo moral, la de belleza y fealdad en lo estético, etc. Es desde

luego una distinción autónoma, pero no en el sentido de definir por si misma un nuevo

campo de la realidad, sino en el sentido de que ni se funda en una o varias de esas otras

distinciones ni se la puede reconducir a ellas.

Si la distinción entre el bien y el mal no puede ser identificada sin más con las de belleza

y fealdad, o beneficio y perjuicio, ni ser reducida a ellas de una manera directa, mucho

menos debe poder confundirse la oposición amigo-enemigo con aquéllas. El sentido es

marcar el grado máximo de intensidad de una unión no separación, de una asociación o

disociación. Y este criterio puede sostenerse tanto en la teoría como en la práctica sin

necesidad de aplicar simultáneamente todas aquellas otras distinciones morales,

estéticas, económicas y demás. El enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni

estéticamente feo, no hace falta que se erija en competidor económico, e incluso puede

tener sus ventajas hacer negocios con él. Simplemente es el otro, el extraño, y para

determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un

sentido particularmente intensivo. En el último extremo pueden producirse conflictos

con el que no puedan resolverse ni desde alguna normativa general previa ni en virtud

del juicio o sentencia de un tercero «no afectado» o «imparcial».

En esto la posibilidad de conocer y comprender adecuadamente, y en consecuencia la

competencia para intervenir, están dadas tan sólo en virtud de una cierta participación,

de un tomar parte en sentido existencias. Un conflicto extremo sólo puede ser resuelto

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por los propios implicados; en rigor sólo cada uno de ellos puede decidir por sí mismo

si la alteridad del extraño representa en el conflicto concreto y actual la negación del

propio modo de existencia, y en consecuencia si hay que rechazarlo o combatirlo para

preservar la propia forma esencial de vida. En el plano de la realidad psicológica es fácil

que se trate al enemigo como si fuese

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