El Triangulo De Las Bermudas
Enviado por juanchocol • 2 de Abril de 2014 • 1.093 Palabras (5 Páginas) • 231 Visitas
Peter, un reciclador de estrato seis
Tiene carro de balineras y sale a recoger muebles viejos, ladrillos o vidrios para reutilizar.
La gente mira con asombro. Un hombre bien vestido y de aspecto europeo sale de su casa en Quinta Camacho con un carro de balineras a recoger escombros y lo que otros consideran basura.
Hasta los recicladores tradicionales lo miran con curiosidad y lo respetan si llega primero a recoger algún sofá en ruinas, un ladrillo viejo, un vidrio roto, pedazos de una vajilla dejados en alguna esquina de la ciudad.
Peter Preminger, de barba, pocas palabras y sonrisa infantil, tiene algo claro desde su niñez: “Todo se puede reutilizar”.
Eso se lo enseñaron sus padres, dos austriacos que llegaron a la ciudad escapando de la Segunda Guerra Mundial. Peter se crió en el barrio Santa Ana cuando el sector estaba lleno de potreros con vacas y gallinas, y ni siquiera era considerado parte de Bogotá. “Cuando mi papá compró el lote, en 1955, le decían que estaba loco porque la capital terminaba en la avenida Chile. Él sabía que de un peladero se podía hacer un paraíso”, cuenta. Con sus padres aprendió a convertir la basura orgánica en abono, a transformar los terrenos con escombros y, siendo scout, a amar la naturaleza.
También se precia de haber jugado en los cerros orientales, de trepar árboles y de rodar en carros de balineras, “porque todavía se podía”, dice. Peter fue creciendo, viajó a Miami (EE. UU.), allí hizo su carrera de Administración de Empresas y, cuando regresó, tuvo que hacerse cargo del depósito dental, la empresa de su familia.
Pero él sabía que su vida tenía que dar un giro de 180 grados. Hace siete años recibió una casa en Quinta Camacho, a la que llamó Casa Rústica Bogotá. “Decidí comenzar a restaurarla y así nació mi proyecto de reciclaje. Esta fue la sede de Prodental desde 1977, pero las cosas iban a cambiar”, afirma.
En el 2007, comenzó por recuperar los espacios carcomidos por el tiempo y la humedad. La casa es un laberinto lleno de espacios adornados con botellas de plástico convertidas en materas, inodoros atestados de flores y baldes de construcción con semillas de tomate.
La edificación huele muy bien, a pesar de que algunos se lo imaginan como un acumulador de basuras. Peter necesitaba algo de qué vivir y por eso decidió montar un hostal, en donde los huéspedes, además de encontrar habitación, tuvieran una experiencia ambiental y cultural. “Quise traer un pedacito de campo a la ciudad”, dijo.
Se ha rodeado de gente que lo apoya en sus locas ideas: un maestro de obra que lo acompaña a las demoliciones a negociar puertas y maderas finas; una artista plástica que recupera viejos galones para convertirlos en canecas, y un joven que atiende a los huéspedes son solo parte de su comitiva.
El precio que ha pagado no ha sido poco. “Llevo diez años viviendo solo y lo disfruto. Dudo mucho de que alguien quiera compartir mi estilo de vida”, relata. Dos perros que recogió de la calle son su más fiel compañía.
Cada cuarto de su casa lleva un nombre diferente: ‘el refugio’, porque era el único sitio donde no llovía, o ‘el viajero’, en honor de su sobrino, que un día partió.
Hizo de un patio un invernadero y aun acondicionó la tubería para que el agua lluvia riegue las plantas. Su hogar es una colcha de retazos de obras y objetos olvidados en la calle traídos a la vida.
Peter se moviliza en bicicleta y no comprende cómo hay familias con
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