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El Viejo Que Leía Novelas De Amor


Enviado por   •  15 de Octubre de 2012  •  5.357 Palabras (22 Páginas)  •  754 Visitas

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RESUMEN POR CAPÍTULOS

PRIMER CAPÍTULO:

En este capítulo, los escasos habitantes de El idilio y un puñado de viajeros que venían de las cercanías se reunieron en el muelle, esperando ser atendidos por el dentista Rubicundo Loachamín, que calmaba los dolores de los pacientes con una extraña anestesia oral.

Los pacientes, agarrándose de los costados del sillón, respondían a su dolor abriendo excesivamente los ojos y sudando a mares, algunos querían retirar de sus bocas las manos impertinentes del dentista.

Mientras tanto a lo lejos se divisaba la pequeña tripulación del Sucre, que traía consigo racimos de banano verde y café en grano. Este llegaría al Idilio, apenas el dentista terminase su labor, este luego navegaría las aguas del río Nangaritza para luego desembocar en el Zamora, y luego de cuatro días arribar al puerto del Dorado.

El doctor Loachamín visitaba el Idilio dos veces al año, al igual que el empleado de correos, quién raramente llevaba correspondencia a algún habitante.

Los únicos contentos en la cercanía de la consulta eran los jíbaros, que eran indígenas rechazados por su propio pueblo. Existía una gran diferencia entre un Shuar orgulloso quién conocía muy bien el Amazonas, y un Jíbaro, como los que estaban en El Idilio esperando la atención del dentista.

Después de atender al último paciente, el dentista se sintió muy aliviado y se encaminó hacia el muelle donde encontraría a su viejo amigo José Bolívar Proaño. En eso dos canoas se acercaban, y de una de ellas se asomaba la cabeza de un hombre rubio, de quien se sabrá en los capítulos siguientes.

SEGUNDO CAPÍTULO:

En este capítulo aparece en acción el Alcalde, quien era la máxima autoridad y representante de un poder demasiado lejano como para provocar temor, era un individuo obeso que sudaba sin descanso. Decían los lugareños que la sudadera le empezó apenas el llegó al Idilio, ganándose el apodo de la Babosa.

A causa de un desfalco lo enviaron a ese rincón perdido del oriente como sanción. Sólo sudaba, y su otra ocupación consistía en administrar la cerveza al pueblo. El alcalde no bebía agua ardiente como los demás lugareños. El vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle embrujado, y todos esperaban que la mujer lo asesinara.

El alcalde llegó al pueblo con la manía de cobrar impuestos por razones misteriosas. El anterior Alcalde, fue un hombre muy querido por el pueblo, ya que su lema era “vive y deja vivir”. El murió luego de tener un altercado con unos buscadores de oro, y fue encontrado a los dos días con la cabeza abierta a machetazos y devorado por las hormigas.

Cuando el alcalde llegó al muelle, ordenó subir el cadáver. El era un hombre joven, rubio y de contextura fuerte. El Alcalde culpó a los Shuar de matar al antiguo alcalde, quien sacó un revólver y apuntó a los indígenas.

Entonces se escuchó una voz que dijo que no era una herida de machete ésta voz era de Antonio José Bolívar, el viejo se acerco al cadáver y dijo que era un zarpazo de tigrillo, un animal adulto lo mató. Huela lo mató la hembra ya que luego lo meó para marcarlo.

El alcalde miraba extrañamente a los Shuar, al viejo a los lugareños, al dentista, y no sabía como explicar lo sucedido. Los indígenas apenas vieron las pieles saltaron a sus canoas y se marcharon para avisar en su caserío de la peligrosa hembra, quien buscará sangre en los poblados. Esto alertó mucho a los pobladores, quienes se pusieron en guardia.

Más tarde unos hombre transportaron el cadáver que se encontraba en las tablas del muelle. En ese momento subieron el cajón a bordo y el alcalde vigiló la maniobra. Las campanadas del sucre anunciaban la partida, lo cual los obligó a despedirse.

El viejo permaneció en el muelle hasta que el barco desapareció tragado por una curva del río, se quitó su dentadura postiza y se dirigió a su choza.

TERCER CAPÍTULO:

Antonio José Bolívar Proaño sabía leer, pero no escribir. A lo más, lograba garabatear su nombre. Cuando debía firmar leía lentamente, juntando las sílabas, susurrándolas a media voz como si las paladeara.

Vivía en una choza de unos diez metros cuadrados en los que ordenaba el escaso inmobiliario.

Conoció a Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo de niño en San Luis, un poblado serrano aledaño al volcán Imbabura. Tenían trece años cuando los comprometieron. El matrimonio de niños vivió los primeros tres años de pareja en casa del padre de la mujer, un viudo, muy viejo, que se comprometió

testar a favor de ellos a cambio de cuidados y de rezos.

Al morir el viejo, heredaron unos pocos metros de tierra, insuficientes para el sustento de una familia. El hombre cultivaba la propiedad familiar y trabajaba en terrenos de otros propietarios.

La mujer no se embarazaba. Antonio José Bolívar Proaño intentaba consolarla y viajaban de curandero en curandero probando toda clase de hiervas. Fue así como decidieron abandonar la sierra y poco antes de las festividades de San Luis reunieron las pocas pertenencias, cerraron la casa y emprendieron el viaje. Llegar hasta el puerto fluvial de El Dorado les llevó dos semanas.

Luego de otra semana de viaje, esta vez en canoa, arribaron a una esquina del río. La única construcción era una enorme choza de calaminas que hacía de oficina, bodega de semillas y herramientas, y vivienda de los recién llegados colonos. Eso era El Idilio.

La pareja se dio a la tarea de construir precariamente una choza. Trabajando desde el alba hasta el atardecer arrancaban un árbol, unas lianas; luego se les terminaron las provisiones y no sabían que hacer. Aislados por las lluvias, por esos vendavales que no conocían, empezaron a morir los primeros colonos.

Se sentían perdidos, en una estéril lucha con la lluvia que amenazaba con llevarles la choza. Los Shuar, compadecidos, se acercaban a echarles una mano. Pasada la estación de las lluvias, los Shuar les ayudaron a desbrochar laderas de monte, advirtiéndoles que todo era en vano. Al llegar la siguiente estación de las lluvias, los campos tan duramente trabajados se deslizaron ladera abajo con el primer chubasco.

Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo no resistió el segundo año y se fue en medios de fiebres altísimas, consumida hasta los huesos por la malaria. Antonio José Bolívar Proaño supo que no podía regresar al poblado serrano.

Aprendió el idioma Shuar participando con ellos de las cacerías, también aprendió a valerse de la cerbatana, silenciosa y efectiva en la caza, y de la lanza frente a los veloces peces.

A los cinco años de estar allí supo que nunca dejaría aquellos parajes.

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