El examen en la historia de la literatura prototipo de la prostituta
Enviado por palacios18 • 25 de Octubre de 2012 • Trabajo • 885 Palabras (4 Páginas) • 607 Visitas
“Prostituta” es una de esas palabras para la que existen muchos sinónimos, me imagino que en todos los idiomas. En castellano al menos: ramera, meretriz, mujerzuela, furcia, además de los múltiples términos coloquiales, más o menos ofensivos. Seguro que los filólogos tienen una buena explicación, pero yo siempre he sospechado que en un origen todos estos términos estaban orientados a actitudes distintas, pero que luego se hicieron intercambiables. De hecho, en las diversas ocasiones en que se ocupa el término en la historia de la literatura, alude a situaciones muy distintas. A veces se refiere simplemente a una mujer infiel (como acusa Otelo a su mujer Desdémona), veces a una mujer que utiliza el sexo para manipular a alguien, u obtener un beneficio personal (aunque no dinero), a veces a una que vive la sexualidad solo como fuente de placer y tiene relaciones con la mayor cantidad de hombres posibles o, en lo que sí parece claramente un exceso, para mujeres que tienen sexo simplemente sin un vínculo matrimonial de por medio. Po último, está la mujer que cobra por tener relaciones sexuales, que es naturalmente el significado convencional del término.
Quizás estas distintas relaciones entre deseo sexual, amor y beneficios personales correspondían en un comienzo (pero, comienzo de que?), a distintos términos, que con el tiempo se fueron uniformando y volviendo indistinguibles.
En todo caso, lo que me interesa aquí es la forma en que este último prototipo ha sido abordado en la historia de la literatura, a través de modelos tan distintos entre sí. El primero que se me viene a la mente es el de Sonia, que presenta Dostoievski en “Crimen y Castigo”. Aquí la muchacha que infortunadamente cae en el oficio más antiguo del mundo, en contra de su voluntad y como consecuencia de las angustiosas circunstancias económicas de su familia, es presentada poco menos que como un ángel, una víctima de la sociedad, pero completamente pura por dentro y pronta a redimirse, muy en el estilo del gran maestro ruso. El segundo modelo que siempre me ha llamado la atención es el que presenta Vargas Llosa en “La ciudad y los perros”, bajo el nombre de Pies de Oro. Se trata de una gorda matriarcal, con larga experiencia en el rubro, que poco menos que disfruta inaugurando a los cadetes del León Prado. Estas son las razones por las cuales Vargas Llosa parece a veces un escritor anticuado, o al menos a trasmano de la sensibilidad contemporánea. No es tanto el machismo, ni siquiera la estereotipización, sino la superficialidad de la mirada, la incapacidad de ver las distintas capas de una mujer que sólo se construye desde la mirada de gozosa de los hombres que la visitan un par de veces en su vida. Por último, pienso en Lupe, de los “Detectives salvajes”. En ella Bolaño presenta uno de los únicos personajes de su obra que se redime (en un curioso punto de encuentro con Dostoievski), al enamorarse
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