Ensayo Algarabia

Ensayo Algarabía

Los vikingos ó los “Guerreros del norte”, ¿quién no ha oído hablar de ellos?

Este año se estrenó la de Thor (de hecho es parte de los dioses nórdicos, junto con Odín) y el antepasado la de Cómo entrenar a tu dragón (obvio las dos fantásticamente irreales) pero gracias a estas películas te sumerges en la clásica idea de que los vikingos eran terriblemente espantosos, con martillos gigantes (como el de Thor) con barbas largas, que te podían devorar de un bocado y hasta que existía la llamada “homosexualidad vikinga” [1] (sí, es enserio, muy machitos pero gays).

Pero los Vikingos no eran tan malos después de todo. Detrás de sus leyendas barbáricas hay algo diferente; los vikingos eran exploradores, comerciantes, y cruzaron los mares en busca de riquezas. Desde las orillas de América del Norte hasta los mercados de Bagdad, abrieron las fronteras a asombrosos cambios sociales, políticos y económicos. Pero no todo era de paz y de comercio, gracias a ellos muchos monasterios en el norte fueron destruidos, y con ellos todos los registros de las redadas. Y si, se podría decir que algunos de estos vikingos eran más que violentos, pero al inicio sus razones principales eran la colonización y descubrimiento de nuevas tierras. Después desaparecieron, gracias a la expansión del cristianismo en las colonias que habían conquistado. Pero gracias a su legado se formaron los reinos independientes de Escocia e Inglaterra.

Pero no estuvieron presentes por 10 años, ni por veinte, sino desde el siglo VIII al XI, nada mal, pero todo esto no fue sólo por ser “Grandes y fuertes” sino también eran inteligentes, he aquí algunos de los eran sus dichos: [2] (del Libro Havamal o el libro de la sabiduría vikingo)

• Cuando pases por una puerta ajena mira a diestra, mira a siniestra. ¡Quién sabe cuántos enemigos tienes en torno a la mesa!

• Conviene madrugar al que quiere ir a luchar y tomar vida y bienes ajenos. El lobo acostado no llena la boca. Tumbado nadie triunfa.

• El hombre debe ser medianamente sabio, pero nunca pasarse de pensador. Así ignora la suerte que le aguarda, y su vida sigue sosegada.

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