Ensayo Una Ciudad Secundaria
Enviado por OJITOX17 • 24 de Febrero de 2012 • 1.803 Palabras (8 Páginas) • 1.463 Visitas
¿PERVIVIR O MORIR?
En el libro “Presencias Reales”, del autor George Steiner, se encuentra un ensayo llamado “Una Ciudad Secundaria”, pero antes de hablar de este, quisiera dar a notar un poco varias cosas de Steiner; por ejemplo, su cultura. Quiero decir: su capacidad de cultivar todo lo anoticiado, sin dejarlo caer al cementerio de las fichas. Regresando al ensayo, relata una situación imaginaria de, ¿Cómo sería una vida sin las criticas, sin seminarios ni periódicos? Una sociedad en la que este prohibida todo tipo de conversación acerca de arte, música y literatura, donde libros, pinturas o piezas musicales serán considerados como palabrería ilícita.
Recibimos discursos derivados de unas cosas con las que no tenemos conexión. Aún más: el periodismo, medio por excelencia de nuestro tiempo, se ocupa de esos absurdos objetos que se caracterizan por ser sólo diarios, durar un día sin ayer ni mañana. Las artes están enraizadas de un modo muy maravilloso en la sustancia, en el cuerpo humano. Todo arte y literatura de calidad empiezan en la inmanencia, pero no se detienen ahí. Y esto significa sencillamente que el privilegio de lo estético es activar en presencia iluminada el continuum entre temporalidad y eternidad, entre materia y espíritu, entre el hombre y “el otro”.
El ensayo leído, muestra un análisis de nuestra cultura y de todos aquellos temas con los que no podemos dejar de enfrentarnos: la existencia de Dios, los límites del lenguaje, nuestra incapacidad para justificar la experiencia estética y la querella entre las palabras y las cosas. Steiner, sostiene firmemente que las preguntas sobre el arte, sobre el modo en que la poesía, la música o la pintura actúan sobre nosotros, son en última instancia preguntas teológicas, es decir, traspasadas de un anhelo de trascendencia y de una interrogación sobre lo divino, al margen de cualquier credo particular.
Steiner insiste en sus presencias reales porque siente que nuestro mundo, posmoderno y aquejado por el éxtasis de lo hiperreal, ha perdido contacto con lo original, lo primario. En la historia todo lo dicho tiene un carácter definitivo, pero puede desdecirse: no hay un decir fundamental, un decir del origen. Por ello, toda lectura es tan mala como es tan creativa. Leer, como todo acto humano, es algo ético y, privilegiadamente, un acto libre. No hay, enfrente, lenguaje que no se postule como trascendente, como yendo siempre más allá de sí mismo; ni lenguaje que no postule una presencia fuera de sí.
Así mismo, la palabrería ilícita, ese conocimiento erróneo que va de boca en boca, que genera sus propias interpretaciones de algo que no se conoce, se define como “Secundario”; en cambio, lo “Primario” es todo conocimiento verdadero, definiendo arte es igual a arte, música igual a música y literatura igual a literatura sin sufrir ninguna modificación secundaria. Toda arte, música o literatura constituyen un acto critico, lo son en primer lugar en el sentido de la expresión, una crítica de la vida, ya sea realista, fantástica, utópica o satírica, la composición del artista es una contradeclaración al mundo.
Las certezas no vienen del lenguaje, nos dice Steiner, sino, románticamente, de la música, esa teología para incrédulos. La historia tiene una lógica musical, es esa aritmética que se ignora, como lo definía Leibniz. Lacan dice que, según Freud, así opera el inconsciente, estructurado como un lenguaje. Pero acaso, ¿No será la música lo mismo que el inconsciente y viceversa, ya que también ella está estructurada como un lenguaje, aunque no lo es?... La música es ese modelo de signos plenos y gestuales, inmediatos, irreductibles a la razón pero no por ello irracionales.
Que en definitiva, estos constituyen la fantasía del significado. El cuerpo, el afecto, son, en este sentido, esencialmente musicales. Por eso, tal vez, los discursos sobre la música sean notoriamente deficientes. Hablar de música es como cojear con la palabra, describe Steiner. Me permito corregir: a veces, es bailar. Tal vez porque “la mejor parte de humanidad dentro de nosotros guarda silencio”. Agrego: cuando no canta, gesticula o ama, produciendo un objeto que se incorpora al mundo. Yendo al final de la partitura, la música tiene la plenitud semántica de la muerte. Si la vida es tensión armónica, la muerte es cadencia y resolución total.
Cuando cantan las sirenas, el hombre puramente racional, Ulises, se ata al mástil de su nave para resistir al mortal encanto que le ofrecen. Bien, pero, querido Ulises ¿habría orden y deseo en un mundo sin música?, Con ello volvemos a la propuesta del comienzo: la realidad de la presencia que invocan las palabras. La modernidad se basó en una suerte de “teología del sentido”. Allí estaba Dios, garante de la Realidad de lo real y del sentido de lo existente. Pero, quitado Dios ¿quién nos asegura lo uno y el otro?, Dios ha muerto y el lenguaje se sigue refiriendo a sus seguridades, a sus divinas certezas.
La modernidad se gestó porque la gramática apostaba a favor de Dios y ello la habilitaba a vivir y generar mundos. Más, inhumado Dios, se rompe la alianza, la confianza entre las palabras y las cosas. Ya no hay teorías ni ciencias del sentido ni del significado. Sólo queda el arte, ese intento de maximizar lo inconmensurable del lenguaje. A la explicación suceden la narración, la puesta en escena y el mito. Y, más al fondo, muerto Dios, el lenguaje se queda sin referente último. Sí, Dios garantizaba lo que garantizó, pero ¿qué lenguaje puede referirse
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