Ensayo sobre lka Biografia Sergi Pamies
Enviado por olysan • 3 de Diciembre de 2017 • Biografía • 64.596 Palabras (259 Páginas) • 217 Visitas
EUGENIE GRANDET
A María Siendo ya el retrato de usted el mejor adorno de esta obra, yo deseo que su nombre sea aquí como la rama de boj que, tornada en árbol ignorado, pero santificada y bendita por la religión y renovada sin cesar por manos piadosas, sirve para proteger la casa. DE BALZAC |
En algunos pueblecitos de provincias se encuentran casas cuya vista inspira una melancolía igual a la que provocan los claustros más sombríos, las landas más desiertas o las ruinas más tristes. Y es que sin duda participan a la vez esas casas del silencio del claustro, de la aridez de las landas y de los despojos de las ruinas: la vida y el movimiento son en ellas tan reposados, que un extranjero las creería deshabitadas si no encontrase de pronto la mirada fría y sin expresión de una persona inmóvil, cuyo rostro medio monástico asoma por una ventana al oír el ruido de pasos desconocidos. Este aspecto melancólico lo posee un edificio situado en Saumur, al extremo de la calle montuosa que conduce al castillo por la parte alta de la villa. Esta calle, que se ve ahora poco frecuentada, cálida en verano, fría en invierno y obscura en algunos parajes, es notable por la sonoridad de su empedrado, que está siempre limpio y seco; por la estrechez de su vía tortuosa y por la paz de sus casas, que pertenecen a la villa antigua y que dominan las murallas. Unas habitaciones tres veces seculares y sólidas aún a pesar de haber sido construidas con madera, y los diversos paisajes que ofrecen, contribuyen a dar originalidad a aquella parte de Saumur, que es tan interesante para anticuarios y artistas. Es difícil pasar por delante de estas casas sin admirar sus enormes vigas, cuyos extremos forman extrañas figuras y que coronan de un bajo relieve negro el piso bajo de la mayor parte de ellas. Aquí, piezas de madera transversales están cubiertas con pizarra y dibujan líneas azules en las frágiles paredes de un edificio cubierto por un tejado formado de pontones que los años han encorvado, y de tablones podridos y alabeados por la acción alternativa del sol y de la lluvia; allá, se ven alféizares de ventana viejos y ennegrecidos, cuyas delicadas esculturas apenas se ven y que parecen muy estrechos a juzgar por el tiesto de arcilla negra de donde brotan las plantas de clavel o de rosal de alguna pobre obrera; y más lejos, puertas provistas de enormes clavos con los cuales trazaron nuestros antepasados los jeroglíficos domésticos cuyo sentido no se conocerá nunca. Tan pronto se ven allí los caracteres con que un protestante hizo constar su fe, como aquellos con que un partidario de la Liga manifestó su odio a Enrique IV, sin faltar tampoco los del burgués que grabó allí las insignias de su nobleza parroquial, la gloria de su olvidada regiduría. En estas huellas se ve la historia entera de Francia. Al lado de la frágil casa construida con ripios y cascote donde el artesano deificó sus herramientas, se levanta el palacio de un noble sobre cuya puerta con dintel de piedra se ven aún algunos vestigios de su escudo y armas, destrozados por las diversas revoluciones que desde 1789 agitaron el país. En esta calle, los pisos bajos de los comerciantes no son ni tiendas ni almacenes, y los aficionados a antigüedades podrán ver en ellos el taller de nuestros abuelos en toda su primitiva sencillez. Estas salas bajas, que no tienen delantera, ni rótulo, ni escaparate, son profundas y obscuras y carecen de adornos exteriores e interiores. Su puerta está dividida en dos partes toscamente herradas, de las cuales, la superior se abre interiormente, y la inferior, provista de una campanita con resorte, se abre y se cierra a placer. El aire y la luz penetran en aquella especie de antro húmedo ya por la parte superior de la puerta, o ya por el hueco que hay entre el techo y el paredón de un metro de altura, al que se adaptan unas sólidas ventanas que se quitan por la mañana y se colocan por la noche, sujetándolas con flejes de hierro provistos de sus correspondientes pernos. El paredón sirve al comerciante para colocar sus mercancías. Allí no se conoce el charlatanismo. Con arreglo a las costumbres del comercio, las muestras consisten en dos o tres cubetas llenas de sal y de bacalao, en algunos paquetes de tosca tela, en cuerdas, en latón colgado de las vigas del techo, en aros a lo largo de las paredes y en algunas piezas de paño en los estantes. Ahora, entrad. Una joven limpia, radiante de juventud, de brazos rojos y cubierta con blanca toquilla, deja de hacer calceta y llama a su padre o a su madre, que acude, y os vende flemática, complaciente o arrogantemente, según su carácter, lo mismo diez céntimos que veinte mil francos de mercancías. Allí podéis ver un comerciante de duelas sentado a su puerta y dando vueltas a los pulgares mientras habla con su vecino; y, a juzgar por las apariencias, diréis que no posee más que malas duelas y tres paquetes de latas; pero en el puerto, su taller, lleno, provee a todos los toneleros de Anjou, y, duela más, duela menos, este hombre puede deciros para cuántos toneles tendrá si la recolección es buena: un rayo de sol le enriquece, una tormenta le arruina, y en una sola mañana puede ponerse a once francos el tonel que sólo vale seis. En este país, como en Turena, las vicisitudes de la atmósfera influyen en la vida comercial. Viñeros, propietarios, comerciantes en maderas, toneleros, posaderos, marineros, en una palabra, todos están allí al acecho de un rayo de sol, y tiemblan al acostarse ante la idea de que al despertar pueda encontrarse todo helado; temen la lluvia, el viento, la sequía, y quieren agua, calor y nubes a su gusto. En aquel país hay un duelo constante entre el cielo y los intereses materiales, y el barómetro entristece y alegra sucesivamente la fisonomía de sus habitantes. Las palabras: «¡Vaya un tiempo hermoso!» corren de puerta en puerta de un extremo a otro de aquella calle que antaño se llamaba la calle Mayor, y todo el mundo dice a su vecino que llueven luises de oro, dando a entender con esto que saben lo que un rayo de sol o lo que una lluvia oportuna les vale. Los sábados por la tarde, durante el buen tiempo, os sería imposible adquirir cinco céntimos de mercancía en las tiendas de estos honrados industriales, pues todos tienen su viña o su quinta y se van a pasar dos días al campo. En este pueblo, como lo tienen todo previsto, es decir, compra, venta y ganancias, los comerciantes pueden emplear de las doce horas del día, diez en alegres giras, en observaciones, comentarios y continuos espionajes. Allí, una mujer no compra una perdiz sin que los vecinos pregunten al marido al día siguiente si estaba bien aderezada. Una joven no asoma la cabeza a su ventana sin que sea vista por todos los grupos de ociosos. De modo que en aquel paraje las conciencias están a la luz del día, del mismo modo que carecen de misterios aquellas casas impenetrables, negras y silenciosas. La vida se hace casi al aire libre: cada familia se sienta a su puerta y almuerza, come y disputa allí. No pasa nadie por la calle que no sea estudiado. Así es que antaño, cuando un extranjero llegaba a un pueblo de provincias, era objeto de burlas continuas de puerta en puerta, y de ahí provienen los buenos cuentos y el sobrenombre de burlones que se da a los habitantes de Angers, que se distinguen por su mucha gracia. Los palacios antiguos de la antigua villa están situados en la parte más elevada de aquella calle, habitada antaño por los hidalgos del país. La casa llena de melancolía donde se desarrollaron los acontecimientos de esta historia, era precisamente uno de estos edificios, resto venerable de un siglo en que las cosas y los hombres tenían ese carácter sencillo que las costumbres francesas van perdiendo a pasos agigantados. Después de seguir las sinuosidades de este camino pintoresco, cuyos menores accidentes despiertan recuerdos y cuyo efecto general tiende a sumir a uno en maquinal meditación, se ve un sombrío hueco en cuyo centro se esconde la puerta de la casa del señor Grandet. Es imposible comprender todo el interés que despierta este nombre en Saumur sin hacer la biografía del señor Grandet.
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