Hector Silva
Enviado por tefybva • 6 de Junio de 2015 • 10.319 Palabras (42 Páginas) • 258 Visitas
Héctor Silva Ávalos, autor del libro "Infiltrados", sobre corrupción en la PNC:
"La idea de crear una CICIG para El Salvador la mató el silencio del presidente"
http://www.salanegra.elfaro.net/es/201405/entrevistas/15363/
Daniel Valencia Caravantes, Efren Lemus. 12 de Mayo de 2014
Silva presenta este martes un libro: Infiltrados, Crónica de la corrupción en la Policía Nacional Civil. La PNC nació con pecado original y el gobierno Funes perdió la oportunidad de acabar con la herencia nefasta de la Policía salvadoreña, dice. Bajo esa lupa explica cómo se frustró la creación de un organismo similar al que con apoyo de la ONU empujó la lucha contra la impunidad en Guatemala.
Héctor Silva Ávalos es el hijo del político de centroizquierda Héctor Silva, dos veces alcalde de San Salvador y un presidente que nunca fue. Pero es, sobre todo, uno de los periodistas insignia de la primera gran camada de periodistas de academia que parió El Salvador de posguerra. Empezó en La Prensa Gráfica cubriendo para la sección de espectáculos –Silva Ávalos es cinéfilo y de vez en cuando sigue escribiendo alguna que otra crítica de cine- y más tarde llegó a liderar junto a un grupo de editores jóvenes, quizá a una de las maquinarias periodísticas más extrañas de El Salvador: a falta de una sola figura para liderar un periódico, José Roberto Dutriz delegó en sus jóvenes editores el timón.
En su etapa como periodista y editor, Silva lideró algunas de las primeras incursiones del periodismo salvadoreño en temas que hablaban de narcolanchas en el litoral salvadoreño, de robafurgones y de transportistas de carga que luego se convirtieron en narcotraficantes. Hablamos de Los Perrones, la primera gran estructura del narcotráfico salvadoreño que saltó al ruedo en el primer lustro del nuevo siglo. En esa etapa Silva dice haberse topado con un descubrimiento: la Policía salvadoreña también es corrupta y está infiltrada. Hasta los tuétanos.
Años más tarde, para cuando Mauricio Funes ganó la presidencia en 2009, Silva dio un salto que para los puristas en el oficio es un viaje sin retorno: se quitó el chaleco de periodista y se convirtió en funcionario de gobierno. Viajó a Washington, a la embajada, primero como ministro consejero y luego como jefe de misión adjunto. Su principal objetivo era abordar con Washington, D.C. un tema que conocía bien: la política de seguridad pública del gobierno salvadoreño, con especial énfasis en las reformas a la Policía Nacional Civil.
En un principio, Silva fue feliz en su nuevo rol. El primer gabinete de Seguridad del presidente Funes prometía profundas reformas al sistema de justicia, que pasaban por una depuración en la Policía y apuestas valientes por montar en El Salvador una comisión de investigación similar a la CICIG de Guatemala, que destrabó parte de la red de corrupción policial, fiscal y judicial, con apoyo de Naciones Unidas. Pero a medio camino el presidente Mauricio Funes cambió a todo su gabinete de Seguridad, instaló al general Munguía Payés como ministro de Seguridad Pública y derrumbó el muro que empezaba a construirse. Al punto de desconocerlo. Para Silva, la sorpresa fue mayúscula cuando comprobó cómo fueron retornando a puestos de poder aquellos oficiales que él había denunciado primero como periodista y luego como funcionario, cuando Casa Presidencial pedía su opinión. El fin llegó cuando sufrió una amenaza de muerte, que él sospecha vino de policías, y no de las pandillas, como alguna vez se lo dijo el general Munguía Payés.
Tiempo después de quitarse su chaleco de funcionario, Silva vuelve a las andadas, apoyado por la American University de Washington D.C. y UCA Editores. Regresa haciendo libro sus 10 años de investigaciones sobre la relación entre el narcotráfico y las autoridades policiales. Infiltrados, crónica de la corrupción en la PNC (1992-2013) se llama su libro.
En Infiltrados, Silva relata una negociación bajo la mesa entre el gobierno de Alfredo Cristiani y el FMLN, que permitió que viejas estructuras y prácticas para ocultar el delito se enquistaran en la nueva institución. Una de las conclusiones del libro es que todo el Estado vive en connivencia con el crimen, y una de las grandes puertas por el que el crimen ha entrado ha sido por la de la Policía. Tanta es la relación entre esas estructuras oscuras e irregulares, que Silva Ávalos establece que Herbert Saca, ese misterioso operador político del gobierno del presidente Antonio Saca, señalado por tener vínculos con Los Perrones, llegó a cruzar llamadas con el celular del presidente Mauricio Funes hasta en cuatro ocasiones, según reportes del Organismo de Inteligencia del Estado. Si ya se rumoraba que Herbert Saca asesoraba a Funes, este hecho cuestiona aún más el camino que recorrió Funes en la segunda mitad de su mandato. Pero antes de llegar a esa escena, y como todo siempre tiene un principio, esta entrevista arranca con el primer gran descubrimiento que propone Silva.
¿Entonces la Policía nace con un pecado original?
Sí, pero vale aclarar que pese a lo que siempre se ha creído, el pecado original no es la repartición de cuotas para crear a la Policía (20 % para la guerrilla, 20 % para el ejército y 60 % para no excombatientes) aprobada en los Acuerdo de Paz. El pecado original es cómo se ejecuta la idea porque ahí hubo trampa desde el principio. Primero: la élite militar nunca aceptó el 20 % por ciento. Previó llenar su cuota del 20 %, pero además utilizó la cuota del 60 % de civiles para, por vías subrepticias, meter más gente que incluso había sido depurada de la Policía Nacional. ¡Hermano, si estabas depurado de la Policía Nacional, realmente había un problema con vos!
¿Qué pasaba con los del Frente?
El Frente no cumple con su cuota completamente, sobre todo en el nivel ejecutivo, porque había requisitos académicos que la gente del Frente no tenía, aparte de algunos profesionales que estaban en la guerrilla. Ahí hay un desbalance, pero el problema no es el desbalance per se, el problema es que esa élite militar se las ingenia para meter a oficiales provenientes de los antiguos cuerpos sin que pasasen por ningún filtro.
¿Qué buscaba esa élite militar?
Pensá en el contexto: la depuración es efectiva de la Fuerza Armada, con una jerarquía militar sumamente cuestionada, debilitada porque ya no tiene los apoyos políticos que la hicieron poderosa los 10, 15 años anteriores, sobre todo el apoyo político de los Estados Unidos. Recién ha ocurrido la masacre de los jesuitas, que pone al descubierto no solo el problema de irrespeto a los derechos humanos sino el problema de corrupción dentro de esas
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