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Historia Desarrollo Y Estado Actual De La Profecion


Enviado por   •  1 de Febrero de 2012  •  1.759 Palabras (8 Páginas)  •  675 Visitas

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¡Buenos Días Señor!

Por Juan Carlos Ortiz

Cuando estudiaba en la escuela bíblica, se me dijo que para andar en el Espíritu debía apartar una hora cada mañana con objeto de orar y leer la Biblia.

A fin de estar listo para comenzar mis oraciones a las seis de la mañana, tenía que levantarme a las cinco; y lo hacía. Día tras día salía a rastras de la cama para orar y leer la Biblia durante una hora

Pero una vez no pude hacerlo -sencillamente estaba demasiado cansado para levantarme-, y ¡a lo largo de toda la jornada me sentí culpable!. Sin embargo, llegó el día en que descubrí que Cristo vive en nosotros, y que podemos gozar de un diálogo continuo con él. Al principio, cuando empecé a tener comunión con el Señor durante todo el día, seguía poniéndome de rodillas a las seis de la mañana, como de costumbre; pero la diferencia estaba en que al incorporarme seguía hablando con él.

Cierto día, tras levantarme después de mi período devocional matutino, Jesús me preguntó: "¿por qué te arrodillas ahí? Acaso no hablas conmigo durante todo el tiempo, incluso si no estás de rodillas?".

Entonces empecé a darme cuenta de que cuando hablaba con Jesús a lo largo de todo el día, aquello formaba para mí parte de la vida real: era una relación con sentido. Pero el orar una hora cada mañana no suponía vida para mí; sino que era estar atado a una religión. Disfrutaba de mi conversación con Jesús durante toda la jornada; sin embargo el tiempo devocional lo tenía como una obligación.

Creo que hay muchisimas personas esclavizadas a un sistema religioso en sus vidas diarias porque no entienden que andar en el Espíritu es estar continuamente conscientes de la permanente presencia de Cristo dentro de nosotros.

Hoy me doy cuenta de que tengo una actitud como para mantener un diálogo continuo con él. Tan pronto como me despierto por la mañana, me desperezo y bostezo; luego digo: -Buenos días, Señor Jesús. ¿Cómo estás? (¡Esto mientras todavía me encuentro en la cama, no de rodillas!)

-Muy bien -me contesta-, ¿y tú Juan?

-Magnificamente -respondo-; he dormido muy bien esta noche.

-Ya lo he visto.

-Señor -expreso -, me parece que voy a quedarme en la cama unos pocos minutos más.

Como es mi amigo, y quiere que el día me vaya bien, me insta:

-Levántate, Juan. Sabes muy bien que cuando te quedas en la cama luego terminas corriendo. ¿Por qué vas a estropear la mañana con las prisas? Estás despierto, ¿no? Levántate y podrás disponer de mucho tiempo.

-Si Señor, pero... -Vamos, levántate. Tal vez el domingo puedes quedarte durmiendo; pero hoy sal de la cama para que no tengas luego que correr. De modo que me pongo en pie y voy al cuarto de baño para ducharme. Mientras lo hago continúo dialogando con él.

-Señor -le digo-, entretanto que me lavo por fuera, ¿no podrías limpiarme tú por dentro?

-¡En verdad lo necesitas, Juan! -me contesta.

Cuando acabo mi ducha él comienza a enseñarme a ser un buen esposo.

Ya que he dejado un charco de agua en el cuarto de baño, me dice: -Juan, seca el suelo; ahí tienes la esponja. Limpia también el lavabo.

-Señor -aduzco- mi esposa puede hacerlo después. Ella dispone de más tiempo. . . -Hazlo tú mismo, Juan -me ordena-. Vamos, quiero enseñarte a ser un buen esposo.

-Sí Señor - y me pongo a limpiar aquel desaliño.

Luego, él me pregunta: -¿Cómo te sientes ahora?

-Extraordinariamente, Señor. El mostrar amor hacia otros produce de veras un sentimiento agradable.

Entonces vuelvo al dormitorio y me digo a mí mismo: -Veamos qué ropa me pongo hoy. Llevaré estos pantalones grises con la chaqueta azul. Vaya, pero esta chaqueta azul está arrugada. ¿Y qué tal la marrón? No, no pega con los pantalones grises. Bueno, me pondré los de color marrón.

Para entonces ya tengo varias prendas extendidas sobre la cama, y planeo dejarlas ahí para que mi esposa las guarde.

De nuevo el Señor me dice: -¡Juan -¿Sí?

-Cuelga esa ropa.

-Pero mi esposa puede hacerlo. . . -Hazlo tú mismo.

-Si, Señor.

De manera que vuelvo a colgar todas las prendas donde estaban, y la habitación recupera su aspecto ordenado.

-¿Cómo te sientes ahora?

-Muy bien, Senor, realmente bien. Oh, es hora de partir como un rayo hacia la oficina o perderé el autobús.

Estoy a punto de salir por la puerta, cuando el Señor me dice:

-Juan Carlos.

-No has dado un beso a tu esposa.

-Pero Señor, es tarde. . . -Ven, hazlo; o ella estará resentida el resto del día.

-Hasta luego, queridita -digo a Marta -, me voy.

Y al salir me detengo un momento para besarla.

-Vaya -me dice aliviada de ver que no me olvido de ella-, creía que ibas a marcharte sin darme ni siquiera un beso.

-Gracias, Jesús -susurro, agradecido de que él sepa mostrar amor en todas esas pequeñas cosas que son importantes para las mujeres.

Cuando la gente me oye hablar de mis conversaciones con Jesús, pregunta: -¿Y cómo encuentra usted qué decirle?, ¿Piensa acaso que Jesús viene a nuestros corazones sólo para hablarnos acerca del bautismo o del milenio? Claro que no. El quiere enseñarnos a vivir -a ser esposos amantes y buenos padres-; de modo que habla conmigo durante todo el día, y yo con éI. Conversamos sobre cada asunto.

Si escuchásemos la forma que muchos

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