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Ignacianos

gusvo28 de Julio de 2012

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Valores,

Estilo Ignaciano y

Universidad

“Mi tema es el significado y a primera vista parece un

asunto muy secundario. Lo que cuenta es la realidad.

Lo que es de mayor importancia no es el mero

significado, sino la realidad significada. Esta pretensión

es ciertamente correcta, ciertamente verdadera, pero

pienso que implica una intelección incorrecta, ya que

no mira al hecho de que la realidad humana, la misma

esencia de la vida humana no es solamente significada,

sino que en gran medida está constituida a través de

actos de significación.” B. Lonergan.

Es difícil encontrar hoy a quien no este de acuerdo en la

urgencia de vitalizar la educación en los valores, tanto en la

escuela básica, en la familia y desde luego en la universidad.

Igualmente difícil es encontrar a quienes se pongan de acuerdo

en dos cuestiones relacionadas: ¿Por cuáles razones es urgente

tal educación? y, ¿mediante cuáles medios se puede realizar?

1. Veamos las razones

La razón genérica que se aduce para educar en los valores

es que muchas de las calamidades de hoy (la corrupción, el

consumismo, el individualismo, los vicios) dependen de que

“ya no hay valores, de que ya no hay moral”, de que se ha

abandonado el mundo y la moral del respeto a la ley, las normas

y la vida. Esta razón supone que eso que se ha abandonado

1 Lonergan, Bernard. (1967) “Dimensions of Meaning” en Collections I p. 252, Herder and

Herder.

Miguel Bazdresch Parada

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funcionaría hoy. Sin embargo, parece que las calamidades de

hoy provienen de ciertos problemas de la modernidad última:

aquellas normas y aquella moral ya no responden, es decir sus

prescripciones, aun si se aplican, no resolverían las dificultades

en las que muchos hombres y mujeres viven hoy. Esta primera

razón no es, pues, un buen fundamento para preocuparse por

los valores.

Hay otra razón. Esta nos habla de la “crisis de la cultura”.

Esta expresión tiene significados diversos. En general se

puede hablar de crisis de cultura cuando la cultura no tiene las

respuestas a las nuevas preguntas que surgen de la actividad

humana. Por ejemplo, una pregunta muy actual es ¿qué hacer

ante el cambio global del clima, especialmente el incremento

progresivo de la temperatura de la atmósfera del planeta tierra?

las respuestas disponibles son insatisfactorias, parciales o

huidizas.2 No se diga de otros asuntos más conflictivos para

las personas y la sociedad tales como el terrorismo y el aborto,

el divorcio y la sexualidad. Se puede predicar que no se vale

el divorcio. Y está bien la prédica, sin duda. La pregunta que

no responde la cultura es: “Ya me divorcie, ¿y ahora qué?” No

se puede decir “condénate y apártate” o “arrepiéntete” como

la moral tradicional quisiera decir. Estas respuestas poco

satisfactorias, son así porque cada una involucra de manera

diferente la cuestión de los valores, al utilizar diferentes

escalas para jerarquizarlos.

Veamos en la siguiente tabla las principales visiones y

propuestas sobre la crisis de nuestra cultura, disponibles en la

misma cultura.

“Nos damos cuenta ya de que hablar de “crisis cultural” equivale a plantearse las

cuestiones de los valores y normas sociales, del entramado significativo y de sentido al que

recurre una colectividad para orientar y dar sentido – valga la redundancia – a la vida en

común e incluso a la vida personal” Mardones (1994)

Como se observa las diferentes salidas tienen problemas. Nos

llevan a cerrar los ojos ante alguna de las distintas situaciones

inaceptables. Fundamentalismo la más divulgada. Aceptar el

pensamiento único pragmatista, o los relativismos; apostar

al hedonismo o al utilitarismo. Regresar a etapas anteriores

al aceptar utopías ya canceladas por la realidad como el

comunitarismo. Así, ¿hay otra posibilidad?

Si aceptamos que una crisis cultural implica la falta de

respuestas a las preguntas que plantea la vida cotidiana no

hay otro camino lógico que buscar, generar nuevas respuestas

Miguel Bazdresch Parada

Valores, Estilo Ignaciano y Universidad

desde la renovación de la cultura. Evidente que esa tarea no

es de uno o de pocos, sino de la humanidad toda que enfrenta

el desafío de buscar nuevos fundamentos o al menos nuevas

miradas sobre el hombre de hoy para atender los dolores que

hoy lo aquejan.

. ¿Cuál es la tarea?

Ensayo aquí sólo cuatro elementos a manera de propuesta y

petición de reflexión sobre este tema amplio y complejo.

Uno. La crisis de nuestra cultura es moral. Se ha borrado

en muchos órdenes de la vida concreta la claridad sobre lo

correcto y lo incorrecto. No hay orientación cierta a seguir.

Al constatar que las normas no se viven con sólo declararlas,

el hombre, sobre todo el hombre social de hoy, abandonó las

normas y las ha sustituido por un relativismo individualista a

veces estético (lo que me gusta es lo correcto) a veces técnico

– científico (lo que dice la ciencia o la tecnología), a veces, por

último, esotérico y mágico (lo que diga el gurú).

Por tanto, renovar la cultura tiene enfrente la tarea de renovar

la moral. “Toda sociedad, aun la más plural y tolerante necesita

una ‘ética mínima’ en la que pueda encontrarse la mayoría

y que deje muy claro que hay conductas que no se pueden

justificar.” La ética de mínimos pedida, y trabajada hoy, por

muchos pensadores. Por ejemplo, recuperar “los hábitos del

corazón” de que habla Adela Cortina.

Dos. La crisis de la cultura es de un vacío religioso. Este vacío

ha borrado la distinción entre lo sagrado y lo profano. “En

nuestra sociedad ya nada tiene el carácter de Absoluto. Ya no

preparamos la venida del Único y Absoluto, judeocristiano o

no, sino que entramos en la nada que vuelve a sembrar las mil y

una advocaciones.” Muestras de esto son: asociar capitalismo

y (un cierto) cristianismo, el fundamentalismo y su reflujo al

pasado, el rechazo de la modernidad y una vuelta acrítica a

la tradición. No menos notable es la relación del esoterismo

con el misterio, la milagrería y la sensiblería para sustituir

la insatisfacción de quien no encuentra la espiritualidad que

busca.

Lo dicho: una crisis cultural es una crisis de significado, de eso

que constituye la realidad, pues la crisis espiritual implica la

pérdida del sentido de la vida.

Tres. La crisis es sistémica. Pone en riesgo la funcionalidad

de la sociedad misma. La autopoiesis del sistema está a punto

de quiebre. La capacidad de organizar está rebasada por

el descontrol y las disfuncionalidades. Se trata de renovar,

entonces, “todo el estilo de vida y de pensamiento, de deseos y

de visión de la realidad...” Las instituciones (familia, escuela,

religión, educación, arte) que dan sentido a la vida están

necesitadas de otra gramática para adaptarse a las nuevas y

cambiantes e inciertas características de la crisis. Nueva

configuración desde la cotidianidad hasta la ética.

Cuatro. Crisis de civilización. Un estilo de vida forjado a lo

largo de más de doscientos años toca a su fin. Los órganos

vitales de la civilización están afectados fatalmente.

Frente a este hecho visible en cada vez más ámbitos de la vida

y en cada fracaso de las soluciones planteadas a los problemas

tercos que no se resuelven, no existe otra alternativa que cambiar

la lógica de la racionalidad con la cual se ha configurado esta

civilización y aceptar que, para empezar, no tenemos a la mano

esa lógica.

Mardones, J.M. 1994, “Hacia una cultura de la solidaridad”, p 29 Sal Terrae. Cantabria.

Miguel Bazdresch Parada

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Sólo algunas ideas para empezar. Éstos son más oposición a los

supuestos del actual sistema que otra cosa. Se trata en principio

de una nueva civilización del compartir, de la aceptación del

otro, del diálogo, de la inter‑subjetividad.

La profundidad de la crisis no permite predicciones: ni apocalipsis

ni paraísos. Se trata ante todo de una tarea de reencuentro con la

centralidad de la persona y sus consecuencias. La modernidad

ha engrandecido a la persona y eso no puede despreciarse. El

tema

...

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