LA VARITA MILAGROSA DE ISMAEL
Enviado por kae.naval • 6 de Mayo de 2012 • 1.269 Palabras (6 Páginas) • 479 Visitas
“LA VARITA MILAGROSA DE ISMAEL”
Hoy el travieso y popular CAE. Cumple 2 añitos de edad, todo un dechado de cándida inocencia pueril, por lo tanto, no sabe aún de la existencia de Alberto y Susana, dos descendientes directos del lejano Imperio del Sol Naciente, y que para bien o para mal del Perú, se encuentran ubicados en la cima de la cúpula del poder, ¿para bien?, ¿para mal?, no sé, pero ahí están y el tiempo lo dirá.
Quiero referirme en este día tan especial para mi, a un señor de edad avanzada, bigote hirsuto, pelo cano y contextura regular, cuyos rasgos faciales revelaban, evidentes signos de nobleza, heredados del señor de Sipán o quizás del gran Naylamp, amalgamados con tímidos matices de mestizaje hispano, característica reflejada con más fuerza y nitidez, en su indomable espíritu conquistador del saber y del bien.
De rostro cetrino y pausado hablar, meditaba cada una de las palabras que me iba diciendo, por respeto a mi escaso entendimiento, tratando de llegar bien con sus respuestas; allá por los comienzos de la década de los años 40, signada por la barbarie genocida de guerras con mucha crueldad.
El anciano en referencia, era pulcro en el vestir, usaba bastón, sombrero, corbata, terno y chaleco adornado con reloj y cadena, como exigían los cánones de la moda, a los antiguos de la época; rezagos que porfiadamente su voluntad conservadora, trataba de mantener en vigencia, desde los movidos años 20, junto con la música retro de entonces, el famoso charlestón y la alegre polquita.
Convencido de que la letra con sangre entra, no le faltaba nunca, una varita muy delgada de membrillo, que con u cimbreante y ruidoso accionar sobre la piel del díscolo y reticente al saber, hacía posible el milagro del aprendizaje cotidiano, al bajo costo de unas cuantas gotitas del dolor y una pequeña filigrana roja, sutilmente grabada en la epidermis. Golpes, chasquidos, sangre y dolor en muy pequeñas dosis, permitían la magia del cambio eficaz de iletrado a letrado.
Fue un apasionado de la puntualidad, del orden y disciplina, dotado de una voluntad férrea y principios firmes, virtudes heredadas de la abuelita Lucía, padre y madre, tanto de él, como de sus hermanos Moisés y Alejandro, también maestros autodidactas y fundadores de escuela; con estoicismo y paciencia de un santo anacoreta, logró convertir en luz la oscuridad, difundiendo permanentemente conocimientos.
Corrían los años 80 del siglo pasado, un joven imberbe de 18 años y con muchas ambiciones, partía de Lambayeque la “Ciudad Evocadora”, su tierra natal, para internarse en un pueblito muy conocido por su cruz milagrosa.
Alquiló con sus escasos recursos una acémila y cual moderno Quijote, alforja al hombro y después de recibir la bendición de la Mamita Lucía, él y sus ilusiones juveniles fueron a parar a Motupe, a la sazón, una plaza de armas, 4 calles con sus transversales, muchas huertas familiares, poca agua de riego, bosques de algarrobos, casas de construcción rústica y cualquier cantidad de “Panza verde”, como les decían entonces a los motupanos.
Llegó como profesor ciruela fundando escuela, después con perseverancia y estudio, con paciencia y valor, fue agarrando fuerza y experiencia didáctica, consciente de la gran tarea emprendida, convirtiendo su longeva vida, en un apostolado que se prolongó por cerca de 60 años.
Fue alcalde, profesor y consejero, todo Motupe pasó por sus manos y así transcurrieron los días, meses y años, y él porfiadamente, día y noche tratando de erradicar la ignorancia, sembrando el bien y construyendo futuro. Para él no existían domingos, sábados ni feriados, que manera de gustarle educar y trabajar, sin descanso ni desmayo.
Hacía rondas nocturnas con frecuencia, para controlar a sus alumnos, muchos de ellos mayores que el, quienes
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