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La Bella Y La Bestia


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2011  •  5.083 Palabras (21 Páginas)  •  1.042 Visitas

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Había una vez un mercader extremadamente rico. Tenía seis hijos, tres muchachos y tres niñas, y como era un hombre inteligente, no ahorró nada para la educación de sus vástagos, dándoles toda suerte de maestros.

Sus hijas eran muy hermosas, pero sobre todo la menor resultaba admirable, y, desde la infancia, no se le daba otro nombre que el de la Bella Niña, de suerte así la llamaban, lo cual hizo que sus hermanas se sintieran celosas.

La pequeña, más bonita que sus hermanas, era también mejor que ellas; las dos mayores tenían mucho orgullo, porque eran ricas, se hacían las grandes damas y no querían recibir las visitas de otras hijas de mercaderes, pues consideraban que no eran gentes de calidad para ser sus amigas. Ellas iban todos los días a bailes, al teatro, de paseo, y se burlaban de su hermana pequeña, que empleaba la mayor parte del tiempo en leer buenos libros.

Como se sabía que las muchachas eran muy ricas, muchos ricos comerciantes las pidieron en matrimonio. Pero las dos mayores respondían que ellas no se casarían jamás, a menos que encontrasen un duque, o por lo menos un conde.

Bella (pues yo os digo que éste era el nombre de la más joven), Bella, repito, agradeció amablemente a quienes deseaban casarse con ella, pero arguyó que era muy joven, y que por el momento, necesitaba estar con su padre algunos años más, haciéndole compañía.

Repentinamente, el mercader perdió sus bienes, no quedándole más que una pequeña casa de campo, bien lejos de la ciudad. Comunicó entre lágrimas a sus hijos, que era preciso trasladarse a esta posesión, y que trabajando como campesinos todos podrían vivir. Sus dos hijas mayores respondieron que no querían dejar la ciudad, y que tenían muchos enamorados que, aunque ellas careciesen de fortuna, serían felices si las convertían en sus esposas.

Las presumidas señoritas se equivocaban; sus galanes no quisieron mirarlas más en cuanto se arruinaron, y como nadie las apreciaba a causa de su soberbia, se decía:

-No merecen ser compadecidas, estamos contentos de ver rebajado su orgullo; que se vayan a hacer la gran dama cuidando de los carneros.

Pero al mismo tiempo todo el mundo agregaba:

-Por Bella lo sentimos pues se trata de una buena muchacha que habla a las pobres gentes con tanta bondad, es tan dulce, tan bien educada...

E incluso hubo gentilhombres que se quisieron casar con la joven aunque estuviera arruinada, pero Bella les dijo que no podía abandonar a su pobre padre en la desgracia ya que estaba dispuesta a seguirle al campo para ser su consuelo ayudándole en el trabajo..

La pobre Bella estaba muy afligida por haber perdido la fortuna pero se hizo las siguientes reflexiones:

-Por más que llore, las lágrimas no me devolverán mis bienes; es preciso acostumbrarse a ser feliz sin fortuna.

En cuanto llegaron a la casa de campo, el mercader y sus tres hijos se ocuparon de labrar la tierra, y Bella se levantaba a las cuatro de la mañana y se ponía a limpiar la casa y a hacer la comida para su familia.

La joven sentíase muy triste pues no estaba acostumbrada a trabajar como una criada pero al cabo de dos meses se acostumbró y se hizo más resistente ya que la fatiga le dio una salud perfecta. Sin embargo, en cuanto había realizado sus tareas domésticas, leía, tocaba el clavecín o bien cantaba mientras dedicábase a hilar.

Sus dos hermanas, al contrario, se morían de aburrimiento ya que no hacían gran cosa fuera de lamentarse; se levantaban a las diez de la mañana, paseaban todo el día y entreteníanse echando de menos sus hermosos trajes y las agradables compañías.

-Ved a nuestra hermana pequeña –comentaban hablando entre ellas-, tiene el alma tan simple y estúpida que es feliz en esta desgraciada situación.

El buen mercader no pensaba como sus hijas, pues sabía que Bella era más brillante que sus hermanas, y admiraba la virtud de esta muchacha, sobre todo su paciencia, ya que las hermanas, no contentas de cargar sobre sus hombros el peso de todo el trabajo doméstico, la insultaban de continuo.

Hacía un año que esta familia vivía en soledad cuando el mercader recibió una carta, en la cual se le anunciaba que un bajel en el que había mercaderías suyas, acababa de llegar felizmente a puerto. Tan grata noticia hizo que sus dos hijas mayores se volvieran locas de alegría pensando que, al fin, podrían dejar el campo donde se aburrían tanto; en cuanto ambas vieron a su padre dispuesto a partir, pidieron que les trajese vestidos, pelucas y toda suerte de bagatelas.

Bella, en cambio, no le pidió nada pues razonaba juiciosamente que todo el dinero de las mercancías no sería suficiente para adquirir eso que sus hermanas deseaban.

-¿No quieres que te compre alguna cosa también? –le preguntó su padre.

-Ya que vos tenéis la bondad de pensar en mí –respondió ella-, os ruego me traigáis una rosa puesto que aquí no tenemos.

No es cierto que Bella necesitase una rosa, pero quiso pedir algo para que sus hermanas no dijeran que buscaba distinguirse de ellas no solicitando nada.

El buen hombre partió; mas en llegado que fue al puerto, se le hizo un proceso por sus mercancías, y, luego de haberlo pasado muy mal, quedó aún más pobre que anteriormente.

Regresó a su hogar, pues, y no le quedaban sino 30 millas para llegar a casa, lo que le llenaba de contento ante la inminencia de volver a ver a sus hijos, cuando, al atravesar obligatoriamente un bosque enorme, se extravió.

Para colmo de males nevaba horriblemente y el viento era tan fuerte que le tiró dos veces de su caballo; había descendido la noche y pensó que moriría de hambre o de frío, o bien que sería devorado por los lobos que se

escuchaban aullar en torno suyo.

De pronto, mirando a través de una extensa hilera de árboles, vio un enorme resplandor que semejaba estar muy lejos. Yendo hacia allá, descubrió que la luz salía de un gran palacio que estaba completamente iluminado.

El mercader dio gracias a Dios por el socorro que Él le enviaba, y se apresuró a ir al palacio, mas se sorprendió mucho al no encontrar a nadie en el patio. Su caballo, que le seguía, descubriendo una acogedora cuadra abierta, se apresuró a entrar y al encontrarse forraje y avena, el pobre animal, que se moría de hambre, se lanzó sobre el alimento con mucha avidez. El buen hombre lo dejó en las caballerizas y fue

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