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La Cultura Como Construcción Simbólica


Enviado por   •  2 de Diciembre de 2012  •  1.726 Palabras (7 Páginas)  •  843 Visitas

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El discurso del Presidente

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¿Qué pasaba? Carcajadas estruendosas en el pabellón de afasia,

precisamente cuando transmitían el discurso del Presidente. Habían

mostrado todos tantos deseos de oír hablar al Presidente...

Allí estaba, el viejo Encantador, el Actor, con su retórica habitual, el

histrionismo, el toque sentimental... y los pacientes riéndose a

carcajadas convulsivas. Bueno, todos no: los había que parecían

desconcertados, y otros como ofendidos, uno o dos parecían recelosos,

pero la mayoría parecían estar divertiéndose muchísimo. El Presidente

conmovía, como siempre, a sus conciudadanos... pero los movía, al

parecer, más que nada, a reírse. ¿Qué podían estar pensando los

pacientes? ¿No le entenderían? ¿Le entenderían, quizás, demasiado

bien?

Solía decirse de estos pacientes, que aunque inteligentes padecían la

afasia global o receptiva más grave —la que incapacita para entender

las palabras en cuanto tales—, que a pesar de eso entendían la mayor

parte de lo que se les decía. A sus amistades, a sus parientes, a las

enfermeras que los conocían bien, les resultaba difícil creer a veces que

fuesen afásicos.

Esto se debía a que si les hablabas con naturalidad captaban una

parte o la mayoría del significado. Y, naturalmente, uno habla

«naturalmente».

En consecuencia, el neurólogo tenía que esforzarse muchísimo para

demostrar su afasia, hablar y actuar no-naturalmente, para eliminar todas las claves extraverbales, el tono de voz, la entonación, la inflexión

o el énfasis indicadores, y además todas las claves visuales

(expresiones, gestos, actitud y repertorio personales,

predominantemente inconscientes; había que eliminar todo esto (lo que

podía entrañar ocultamiento total de la propia persona y

despersonalización total de la propia voz, teniendo que llegar incluso a

servirse de un sintetizador de voz electrónico) con objeto de reducir el

habla a las puras palabras, sin rastro siquiera de lo que Frege llamó

«colorido de timbre» (Klangenfarben) o «evocación». Sólo con este género

de habla groseramente artificial y mecánica (bastante parecida a la de

los ordenadores de la serie de televisión Star Trek) podía estar uno

plenamente seguro, con los pacientes más sensibles, de que padecían

afasia de verdad.

¿Por qué todo esto? Porque el habla (el habla natural) no consiste

sólo en palabras ni (como pensaba Hughlings Jackson) sólo en

«proposiciones». Consiste en expresión (una manifestación externa de

todo el sentido con todo el propio ser), cuya comprensión entraña

infinitamente más que la mera identificación de las palabras. Ésta era

la clave de aquella capacidad de entender de los afásicos, aunque no

entendiesen en absoluto el sentido de las palabras en cuanto tales.

Porque, aunque las palabras, las construcciones verbales, no pudiesen

transmitir nada, per se, el lenguaje hablado suele estar impregnado de

«tono», engastado en una expresividad que excede lo verbal... y es esa

expresividad, precisamente, esa expresividad tan profunda, tan diversa,

tan compleja, tan sutil, lo que se mantiene intacto en la afasia, aunque

desaparezca la capacidad de entender las palabras. Intacto... y a

menudo más: inexplicablemente potenciado...

Esto es algo que captan claramente (con frecuencia del modo más

chocante o cómico o espectacular) todos los que trabajan o viven con

afásicos: familiares, amistades, enfermeras, médicos. Puede que al

principio no nos fijemos mucho; pero luego vemos que ha habido un

gran cambio, casi una inversión, en su comprensión del habla. Ha desaparecido algo, está destruido, no hay duda... pero hay otra cosa, en

su lugar, inmensamente potenciada, de modo que (al menos en la

expresión cargada de emotividad) el paciente puede captar plenamente

el sentido aunque no capte ni una sola palabra. Esto, en nuestra

especie Homo loquens, parece casi una inversión del orden habitual de

las cosas: una inversión, y quizás también una reversión, a algo más

primitivo y más elemental. Quizás sea por esto por lo que Hughlings

Jackson comparó a los afásicos con los perros (¡una comparación que

podría ofender a ambos!) aunque cuando lo hizo pensaba más que nada

en sus deficiencias lingüísticas, y no en esa sensibilidad tan notable,

casi infalible, para apreciar el «tono» y el sentimiento. Henry Head, más

sensible a este respecto, habla de «tono-sentimiento» en su tratado

sobre la afasia (1926) y destaca cómo se mantiene, y con frecuencia se

potencia, en los afásicos (1).

De ahí la sensación que yo tengo a veces, que tenemos todos los que

trabajamos en estrecho contacto con afásicos, de que a un afásico no se

le puede mentir. El afásico no es capaz de entender las palabras, y

precisamente por eso no se le puede engañar con ellas; ahora bien, él lo

que capta lo capta con una precisión infalible, y lo que capta es esa

expresión que acompaña a las palabras, esa expresividad involuntaria,

espontánea, completa, que nunca se puede deformar o falsear con tanta

facilidad como las palabras...

Comprobamos esto en los perros, y los utilizamos muchas veces con

este fin, para desenmascarar la falsedad, o la mala intención, o las

intenciones equívocas, para que nos indiquen de quién se puede uno

fiar, quién es íntegro, quién es de confianza, cuando, debido a que

somos tan susceptibles a las palabras, no podemos fiarnos de nuestros

...

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