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La Gallina Degollada


Enviado por   •  26 de Septiembre de 2014  •  1.713 Palabras (7 Páginas)  •  318 Visitas

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Nombre: Abimael Ortiz Nápoles

Matricula: A07084974

Curso: Taller de lectura y redacción 1

Actividad: Procesamiento de un texto.

Tutor: Luz Helena Campos Medina

Fecha: 09 de abril 2014

La gallina degollada

Sentados todo el día en un banco, estaban los cuatro hijos del matrimonio Mazzini – Ferraz, tenían la lengua entre sus labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con toda la boca abierta.

El patio cerrado al oeste de ladrillo, el patio era de tierra, allí se mantenían inmóviles con los ojos fijos a los ladrillos, como el sol se ocultaba tras el cerco al declinar. Los idiotas tenían fiesta poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad.

El mayor tenía 12 años y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta del cuidado maternal.

Estos idiotas en algún momento habían sido el encanto de sus padres.

Se sintieron con gozo Mazzini y Berta cuando un hijo llego a los catorce meses del matrimonio creyeron complacida su felicidad, el niño creció radiante hasta que tuvo un año y medio. Pero en el vigésimo mes por la noche tuvo convulsiones terribles y al mañana siguiente no conocía más a sus padres.

El medico lo examino con esa atención profesional que esta visiblemente buscando la causa del mal en las enfermedades de los padres. La criatura recobraba en movimiento-, pero la inteligencia; el alma; aun el instinto se había ido del todo, quedando profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre la rodillas de su madre, el padre desolado acompaño a medico afuera.

Pero dígame ¿Usted cree que es herencia ¿

En cuanto a la herencia paterna, ya le dije que creí cuando vi a su hijo, respecto a la madre hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nadas más, pero hay un soplo un poco ruido. Háganla examinar detenidamente.

Con el alama destrozada de remordimiento, Mazzini redoblo el amor de su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.

El matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació este, y su salud y limpidez de risa reencendieron el provenir extinguido. Pero dieciocho meses después las convulsiones del primogénito se repetían y al día siguiente el segundo hijo amanecía idiota.

Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, en loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Nacieron unos mellizo y punto a punto repitiose el proceso de los dos mayores.

Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sabía deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse, aprendieron a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Animabanse solo para comer o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían, echando la lengua hacia afuera y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial

Pero pasados los tres años Mazzini y Berta desearon otro hijo.

No satisfacían sus esperanzas, hasta este momento cada cual había tomado sobre si la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de rendición ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos echo afuera es imperiosa necesidad de culpa a los otros.

Inciaronse con el cambio de pronombres: Tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmosfera se cargaba.

Este fue el primer choque, y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones su almas se unían con doble arrebato u ansia por otro hijo.

Nació una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre.

Nada acaecio, sin embargo, y los padres pusieron toda su complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mínimo y la mala crianza. Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidose del todo de los otros, no por eso la paz había llegado a su almas.

Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca, pasaban casi todo el dio sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.

De ese modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resulto de las golosinas que sus padres eran encapaces de negarle, la criatura tuvo algún escalofrió y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota torno a recibir la eterna llaga.

Mizzini se puso pálido.

Al fin murmuro con los dientes apretados ¡ Al fin víbora has dicho los que querías!

Si, víbora, sí. Pero yo he tenido padres sanos ¡Mi padre no ha muerto de delirio ¡

Comenzaron a discutir cada vez con mayor violencia, hasta que el gemido de Bertita sello instantáneamente su bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han armado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llego, tanto mas efusiva cuanto infames fueran los agravios.

A las diez decidieron salir, después de almorzar,

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