La Gallina Degollada
Enviado por yenylabrador • 3 de Mayo de 2013 • 2.313 Palabras (10 Páginas) • 315 Visitas
La gallina degollada
Horacio Quiroga
Todo el d■a, sentados en el patio, en un banco estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Ten■an la lengua entre los labios, los ojos estpidos, y volv■an la cabeza con la boca abierta.
El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a ←l, a cinco metros, y all■ se manten■an inmviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas ten■an fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atencin al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se re■an al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegr■a bestial, como si fuera comida.
Otra veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranv■a el←ctrico. Los ruidos fuertes sacud■an asimismo su inercia, y corr■an entonces, mordi←ndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombr■o letargo de idiotismo, y pasaban todo el d■a sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantaln.
El mayor ten■a doce aos y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, hab■an sido un d■a el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho m£s vital: un hijo. Qu← mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagracin de su cario, libertado ya del vil ego■smo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovacin?
As■ lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo lleg, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creci bella y radiante, hasta que tuvo ao y medio. Pero en el vig←simo mes sacudi←ronlo una noche convulsiones terribles, y a la maana siguiente no conoc■a m£s a sus padres. El m←dico lo examin con esa atencin profesional que est£ visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Despu←s de algunos d■as los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se hab■an ido del todo; hab■a quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
-ᄀHijo, mi hijo querido! -sollozaba ←sta, sobre aquella espantosa ruina de su primog←nito.
El padre, desolado, acompa al m←dico afuera.
-A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podr£ mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no m£s all£.
-ᄀS■!... ᄀS■! -asent■a Mazzini-. Pero d■game: Usted cree que es herencia, que...?
-En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que cre■a cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay all■ un pulmn que no sopla bien. No veo nada m£s, pero hay un soplo un poco rudo. H£gala examinar detenidamente.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobl el amor a su hijo, el pequeo idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo m£s profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Naci ←ste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primog←nito se repet■an, y al d■a siguiente el segundo hijo amanec■a idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperacin. ᄀLuego su sangre, su amor estaban malditos! ᄀSu amor, sobre todo! Veintiocho aos ←l, veintids ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un £tomo de vida normal. Ya no ped■an m£s belleza e inteligencia como en el primog←nito; ᄀpero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitise el proceso de los dos mayores.
Mas por encima de su inmensa amargura quedaba a Mazzini y Berta gran compasin por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la m£s honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo, abolido. No sab■an deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obst£culos. Cuando los lavaban mug■an hasta inyectarse de sangre el rostro. Anim£banse slo al comer, o cuando ve■an colores brillantes u o■an truenos. Se re■an entonces, echando afuera lengua y r■os de baba, radiantes de frenes■ bestial. Ten■an, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada m£s.
Con los mellizos pareci haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres aos desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfac■an sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba en razn de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual hab■a tomado sobre s■ la parte que le correspond■a en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redencin ante las cuatro bestias que hab■an nacido de ellos ech afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio espec■fico de los corazones inferiores.
Inici£ronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a m£s del insulto hab■a la insidia, la atmsfera se cargaba.
-Me parece -d■jole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos-que podr■as tener m£s limpios a los muchachos.
Berta continu leyendo como si no hubiera o■do.
-Es la primera vez -repuso al rato- que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvi un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
-De nuestros hijos, me parece?
-Bueno, de nuestros hijos. Te gusta as■? -alz ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expres claramente:
-Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
-ᄀAh, no! -se sonri Berta, muy p£lida- ᄀpero yo tampoco, supongo!... ᄀNo faltaba m£s!... -murmur.
-Qu← no faltaba m£s?
-ᄀQue si alguien tiene la culpa, no soy yo, enti←ndelo bien! Eso es lo que te quer■a decir.
Su marido la mir un momento, con brutal deseo de insultarla.
-ᄀDejemos! -articul, sec£ndose por fin las manos.
-Como quieras; pero si quieres
...