La Quimera Antojadiza De gélido Mirar
Enviado por faquinterol • 14 de Octubre de 2013 • 1.260 Palabras (6 Páginas) • 281 Visitas
Siempre tocando el violín viejo y desgastado por la suciedad, el moho y las fisuras que el transcurrir de tantos años les dejaba como recuerdo a su instrumento y a su rostro. Por ahora, el viejo mago descansaría en la madriguera, como era llamada la casona de Betruccia su antigua amiga y protegida, la gentil matriarca de los campos olivar cerca a la gran ciudad de las bestias que parlan, los licántropos.
Tan alto como yo lo era en mi juventud, tan astuto como lo quise ser – Belfagort comenzaba su relato en la gran sala pues siempre entretenía con sus historias de las “otras gentes” a los tantos bisnietos que la amable matriarca ya tenía con su edad – vestía de negro y negro su pelaje es, temido por bestias y cazado por humanos, y, aunque no devora pequeños varones, con ellos juega hasta cansarles y a las humanas hermosas las seduce hasta matarles de tristeza y terror, pobre criatura… pero nunca fue así.
Llegó de las torres negras de Charnot, al Oeste de la capital del mundo de los magos por la mano de un alquimista en aparente condolencia con él – Belfagort prosiguió con su relato – donde su infancia pasó entre barrotes junto a su madre condenada por robar pan para su hijo desprovisto de salud para valerse por sí solo. Cuidaron de mala gana de ambos hasta que ella murió finalmente, según dicen, por la mordedura de una serpiente que llegó en la oscuridad olfateando su presa en la oscura celda. El niño fue rescatado tras los gritos y dejado al cuidado de aquel alquimista quien le cuidaría y utilizaría. Miope, corto de destreza mecánica y de fealdad con la cual vestía el rostro, el joven criado envejecía junto a su protector mientras era usado como telar donde el alquimista probaba sus tinturas de roca, flores y bestias en su laboratorio bajo una gran mansión. Y quiso subir y conocer la luz que nunca antes vio, y a ella encontró, su adorada Bellanora de ojos lila, hija de su amo, quien siempre jugaba con él dándole luego el desprecio siempre que el harapiento joven elevaba su amor. Cada día más triste y más ciego pues sus ojos estaban apagados ya a causa de las tantas toxinas que su cuerpo asimilaba tras los experimentos, estaba triste sin alientos de vida ya. Una madrugada, el enorme gato de su amada le alteró al saltar sobre su pecho; era pesado y la respiración le cortaba, y el desespero le invadió y quiso gritar más la lengua estaba en espasmos, inutilizada por el terror y atrapada entre el sueño y la vigilia; pensó en su madre, pensé en su miseria, pensó en salir de su tormento… hasta que el gato se aburrió y saltó, recuperando el habla. Los gritos inundaron la casa y el sótano, su amo bajó y allí estaba el pobre hombre asustadizo. “No temas, no ha sido el demonio, sólo un gato, descansa” decía su amo y fue allí donde la luz lo encegueció: las velas, el rostro de su amo, de una hermosa señora a su lado y su pequeña hija, linda joya adorada que sostenía al gato quien dedicó una mirada fija y fría a su víctima, después, la oscuridad volvió a él. Y su escucha fue buena pues conocía secretos de su maestro, y su curiosidad aún más pues había visto por primera vez la luz y quiso saberlo todo, verlo todo, pero su ambición era peligrosa y de las legiones de demonios, al más sabio invocó: Wolffgesheim, el Alquimista de lo Macabro llegó ante el joven miserable y le pidió que a su merced se hiciera lo que el invocador pidiera, con tal de mancillar su alma una vez éste muriese. Aceptó el trato y pidió que su vista pudiese atravesar las sombras, que su olfato le llevara hasta encontrar sus anhelos y que su hermosura nunca dejara
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